lunes, 12 de diciembre de 2016

¡Bara bára bara bára!



MiniMi extiende la tortilla, le echa sal y luego la enrolla entre sus palmas para "deliciar" un taco casi perfecto, en la cocina económica "Karla", la más chinguetas de Tuxtla de los Conejos. Después, sin querer pero queriendo, me lanza la pregunta de fin de año: "Papá, ¿qué harías si fueras presidente de México?".

Trago el bocado de arroz, principal protagonista de mi espléndido guiso de puerco en verde, cocido a la perfección, para responder: "vendería el país".

MiniMi se prepara otro taco en silencio. La misma afonía se escucha en las otras mesas. Entonces me veo en la necesidad de explicarle mi aseveración, amén del guiso de puerco en verde: “No creas que es una idea nueva. Desde la llegada de los españoles, la compra y venta de tierras ha sido nuestra herencia más triste. Hoy tenemos una cantidad infinita de problemas, de carestías, de atrasos y de abusos”.

MiniMi bebe su jamaica, luego suspira, y me dice: “Ya le escribí la carta a santaclós, y estoy pensando quedarme despierto para ver si es él quien viene, o son los papás los que traen los regalos”. Lo miro, se ríe, reímos, le confieso que lo amo, y él me asegura, a su manera, que soy correspondido.

En casa, mientras termino de armar el texto para la columna del Carruaje, sobre Lennon y un testigo inédito de su asesinato, viene a mi mente la pregunta de MiniMi. Me sirvo medio vaso de mezcal, mientras localizo el libro de Lucas Alamán sobre Historia de México. ¿Qué busco? Noticias de Santa Anna y la venta de La Mesilla. Sé que mi idea de vender México no es genuina, Don Antonio lo hizo un 30 de diciembre de 1853, al vender a los gringos 76 mil 845 metros cuadrados de territorio mexicano por 10 millones de pesos (de los cuales se embolsó siete, para variar). Acá les cuento que en esos tiempos un peso valía un dólar. Es más, les comparto que en esa época el peso mexicano era una moneda válida en Canadá, Filipinas y Centroamérica, además de Japón. Si, lee usted bien: Japón, donde la moneda mexicana era troquelada con un símbolo particular, para hacerla legal.

Pero me estoy extraviando. Vuelvo al concepto de la venta de una parte de la república mexicana. No confundir con la venta de los derechos para explotar recursos de nuestro país, sino de la venta pura y dura de un territorio que cambió de color y de bandera. En suma: si Santa Anna lo hizo, ¿por qué no hacerlo otra vez?

Dispongo otro medio vaso de mezcal oaxaqueño, mientras imagino la negociación de compra-venta con los países más poderosos. Intento el avalúo de la producción agropecuaria e industrial (descontando la deuda externa, si hablo con Trump). Las cifras se me confunden. Me preparo otro medio vaso de mezcal, y entonces cambio de idea, ¿para qué vender la república mexicana? Es mejor vender Chiapas. ¡A güevo! La deuda a la Federación asciende a 12 mil 750 millones de pesos, que traducido a dólares, euros, yen, libra esterlina, marco, dírham, yuan o rublos, se transforma en una cantidad ridícula. ¿Y cuánto genera de ganancia Chiapas? La nada despreciable cantidad de 236 mil 670 millones 590 mil pesos, datos recientes del Producto Interno Bruto de la entidad (saque sus cuentas en la moneda de su preferencia, y verá que sí es negocio).

Me sirvo otro vaso de mezcal, convencido de vender Chiapas. No hallo otra manera de remediar la situación actual del estado. Recuerdo a un tío cuando, entre risas, comentaba que Santa Anna no había hecho mal en vender, sino que hizo mal en no venderlo TODO. (nosotros no cometeremos ese error). Así, ¿quién recordaría nuestro tragicómico pasado? Quizá estaríamos hablando japonés, árabe, chino, inglés o alemán… o ruso.

¿Que ya estoy bolo? Sí, creo que sí, pero estarán de acuerdo que vender es lo más sensato. Chiapas tiene una superficie de 73,311 km², casi la superficie de La Mesilla, pero con una riqueza paradisíaca. ¿Tons? Habrá que comenzar a escuchar ofertas del extranjero. ¿O no? ¡Salud!

martes, 18 de octubre de 2016

"Querido doctor Harrison...



...me tienes en la lona. Intento no comer azúcares pero los malditos me persiguen, implacables. Cuando celebro (ingenuo) algún hallazgo alimentario libre de eso que tú me has recomendado consumir en su mínima expresión, reviso la etiqueta (no puedo evitarlo) y descubro un derivado o sinónimo de "azúcar". Soy compulsivo, doctor, lo sabes, y no pude evitar algunas minucias sobre dicha palabra. ¿Se dice el azúcar o la azúcar, doctor? Si me toca decidir, digo que se invoque como mejor le plazca a quien la invoque. Entro en conflicto cuando uso el artículo masculino y el adjetivo femenino al escribir "el azúcar morena". Mi vecino, rústico hasta en la mirada, sostiene (con entereza, debo reconocerlo) que en su familia siempre se ha dicho "la azúcar". Como verás, doctor, a la hora de escribir "la azúcar morena", caigo en la zanja de las "cacafonías". Sí, lees bien: ¡cacafonías! (en otra carta te contaré de la construcción de mi propio diccionario de términos, que hará temblar a la RAE). En resumen, me apego a la licencia vernácula que reza: "la palabra es de quien la palabrariza" (otro término de mi proyecto de diccionario novísimo).

Cuando Celia Cruz gritaba “¡Azúcar!” bien pudo gritar sinónimos de esa palabra maldita. Imagínate, querido doctor, que a media rumba gritara “¡Dextrosa!”… “¡Sacarina!”… “¡Glúcido!”, o melaza, glucosa, carbohidrato, miel, maltosa, melcocha, arropía, caramelo, jarabe, endulcorante, sacarosa, aspartano, neotame, asesulfano K, Neohesperidina dihidrocalcona, sucralosa, entre otras linduras propias de la hechicería neoliberaloide.

Luego de aquella fatídica tarde, cuando rompí todas las marcas triglicéridas y glucosas (que el mismísimo Ben Johnson envidiaría), navegué al día siguiente por Internet, buscando los alimentos menos “peligrosos”, resultando la mandarina, la toronja y la manzana (del color que fuera). Lo demás estaba “maldito”. Curioseando, me dispuse a leer qué rollo con la sacarina, y resultó un derivado del petróleo. Sí, como lo lees, y su abuso puede provocar cáncer en vejiga y riñones, comprobado por humanos, consumidores empedernidos de sacarina en sus diferentes presentaciones.

Debo de reconocer que me preocupó, aunque solo un poco. Recordé el libro biográfico de Jim Morrison: Nadie sale vivo de aquí, y me volvió la calma al cuerpo, además, yo ni la consumo. Pero te respeto, doctor, y la disciplina es algo que raya en lo sagrado, así que seguí mi búsqueda.

Transcurridas 24 horas de no consumir más azúcar que el de las mandarinas, las toronjas y las manzanas, comencé a sufrir los primeros síntomas: mareo y dolor de cabeza. El cuerpo me reclamaba su dosis cotidiana. Le siguieron la ansiedad, la comezón en los brazos y el repentino cambio de humor, que fue tendiendo a la furia y a la frustración.

A la menor provocación revisaba las etiquetas de latas, cajas y envoltorios, en casas y en tiendas de prestigio. Una tarde, en una borrachera moderada entre contemporáneos de la secundaria (suelo olvidar de manera sistemática cualquier borrachera, propia o ajena, además no bebí porque la cerveza contiene azúcar, ni comí jochos ni catsup ni picante, ni mostaza ni mayonesa, ni pan), alguien me dijo: “Come galletas saladas”. Yo, en el aturdimiento de los síntomas arriba mencionados, que en esos días me atacaban de manera legionaria, acepté. Doctor, reconozco que fui cegado por la desesperación, cual adicto, y hasta llegué a decirme: "solo es una galleta salada". Abrí un paquete pequeño, saqué una pieza, y mientras me la llevaba a la boca, leí que tenía la asombrosa cantidad de casi un gramo de azúcar. ¡Casi un gramo! Lancé lo más lejos que pude las galletas. ¿Paranoia? Quizá, pero doctor, tú sabes que soy inofensivo,  ¿verdad?

Lo que te cuento a continuación no es producto de mi falta de azúcar, pero sospecho existe  una conspiración gubernamental o alienígena sobre nosotros. Casi todos los alimentos contienen azúcar o derivados de ésta…o éste…o ésto…o lo que sea. Hay azúcar hasta en los cigarros. Sí, doctor, tal cual. Los malditos productores le ponen más miel o azúcar a la hoja de tabaco, para hacerla más adictiva. Al ser abrasada por el fuego, esos azúcares (azúcaras?) se transforman en acetaldehído (que tú sabes es carcinógeno), sustancia que también está en muchos alimentos, además de bebidas fermentadas. ¡Doctor, estamos en las garras de la droga legal más consumida y mortal! Es publicitada en revistas, catálogos, diarios, radio, televisión, la web, en todos lados. No te escapas de ella ni por asomo.

Dice la sospechosa OMS que debes consumir un promedio de 50 gramos diarios como máximo (unas 12 cucharadas cafeteras). Pero cómo atender ese máximo, si todo lo que te comes o bebes, ¡tiene azúcar! Si lo fumas, te lo untas, lo inyectas o medicas. De nada sirve la recomendación en letras chiquitas que dice: Come frutas y verduras.

Sé lo que piensas sobre mi rayana locura, y tal vez sea cierto, pero te prometo que no caeré tan fácil. La raza humana está mutando. Vale madres la polución, la deforestación, la extinción de animales, la hambruna, el calentamiento global, las religiones y sus diferencias, el fútbol (que es igual de sagrado), los zancudos modificados, los memes sobre Peña Nieto, las balas, los cárteles y las drogas que, delante del azúcar, se vuelven ridículas.

Me estoy preparando, doctor, para el azucarado apocalipsis. Aprovecho para confesarte que he vuelto a fumar, pero no tabaco. Dentro de poco saldrán los zombis a cazar el o la azúcar. Poco importará su género gramatical, solo su nombre, sus muchos alias tras los que se oculta desde hace años agazapado, voraz y silencioso.

Doctor...compadre... amigo... te abrazo, azucarado.

martes, 11 de octubre de 2016

Un huracán atravesando el paraíso


Cuando le dije a mi paisana Carmen Velásquez que la vida es una, y es buena, no le mentí. Sin embargo esa vida es un privilegio individual que se gasta en dos sentidos, para bien o para mal; la vida igual a las dos orillas de un río.

El huracán Matthew arrasó Haití. Miles de muertos y más de un millón de damnificados, dicen las noticias. Pero según otros datos el huracán llegó mucho antes, en el siglo XV. Y no fue tan espectacular ni avasallante, sino más bien absurdo, como resulta ser casi toda la historia de América, a donde un día llegó el huracán Cristóbal Colón, quien fue recibido por los Arahuacos (habitantes de las Antillas hacía mucho tiempo) con hierro, oro, diamantes y perros. A cambio recibieron cristal y bacterias. Desde ese día hasta hoy, los descendientes de los Arahuacos no ven mejorar su suerte.

Después de dos siglos los nativos lucharán por su libertad, hasta conseguirla, pasando del huracanado yugo español al huracanado yugo francés. Un siglo después se liberarán del huracanado yugo francés, previo pago de 150 millones de francos-oro, pago por el agravio de ser libres. Durante noventa años construirán algo parecido al progreso, hasta la llegada del  huracanado ejército estadounidense (un país sin nombre propio), arrasando y arrebatando la incipiente riqueza del pueblo. No habrá pudor en la invasión. Moldearán a su antojo el entramado antillano, y en Haití dejarán a cargo de los negocios a una finísima familia huracanada: los  Duvalier, quienes después de treinta años de sangre y lágrimas (ajenas, jamás propias) dejarán al país en la agonía. De 1988 a 1990 tendrán cuatro gobernantes, algoritmos que solo una democracia democráticamente huracanada se puede permitir, sin rubor. De esos días hasta principios del siglo XXI los golpes de estado, los exilios migración serán parte de la tradición haitiana, involuntaria.

El huracán no ha dejado de estar presente, arrojando datos indignos: Haití es la nación más pobre de toda América. Irónico si se revisan las cuentas de las donaciones hechas al país para su ayuda. Miles de millones de dólares en los últimos veinte años, dinero que debiera verse reflejado en una población de poco más de ocho millones de habitantes, donde el ochenta por ciento de la población se muere de diarrea, de parásitos, sida, y demás linduras. Hay quienes culpan al vudú, aunque lo más seguro es que sea la culpa del veinte por ciento de la población que vive en la riqueza más rica, descendientes de aquellos huracanes huracanados que no terminan de irse.

A una semana del huracán Matthew, los cubanos (solidarios desde hace décadas con Haití) han enviado a la brigada médica integrante del Contingente Internacional de Médicos Especializados en el Enfrentamiento de Desastres y Graves Epidemias “Henry Reeve” (héroe de la historia de Cuba, de origen estadounidense). Son 38 profesionales con amplia experiencia higiénico-epidemiológica, entre los que se encuentran tres médicos especialistas, diez licenciados en Higiene y Epidemiología y diez técnicos en Control de Vectores, que se sumarán a los seiscientos colaboradores cubanos de la Salud que prestan sus servicios en Haití. Faltan medicamentos, entre muchas otras cosas, pero sobra dignidad.

El Vaticano se pronunció también por la tragedia de Haití. No la histórica, sino la del último huracán. Y cuando uno supone que el Instituto para las Obras de Religión (conocido como Banco vaticano, instituto millonarísimo) se pulirá con unos cuantos millones de euros, deciden enviar (magnánimos) una sentida oración para el pueblo haitiano en la voz del papa Pancho, deseando se recuperen lo más pronto posible de la tragedia en la que se encuentran, que dios está con ellos. Yo no esperaba menos, luego de los escándalos por lavado de dinero del banco vaticano. ¡La Cosa Nostra!

Por último, recordé también aquella tarde cuando mi paisana me preguntó: “Oí vos chito, ¿sabés dónde se encuentra Surinam?”… Usted, querido lector, ¿lo sabe?

lunes, 12 de septiembre de 2016

Y retiemble en su centro la Tierra.

¡Septiembre, mes de los símbolos patrios! Imagine que se encuentra en el Siglo XVIII, de pie a un costado del escritorio de madera, donde la luz de un candelabro ilumina el rostro del atribulado poeta Francisco González Bocanegra, quien escribe las estrofas de lo que a la postre resultará ser el Himno nacional mexicano. Es el año de 1853, el poeta potosino tiene veintitrés años. Su caligrafía es apresurada, y en consecuencia, confusa. En honor a la verdad, no es él quien escribe, sino un antiguo poeta celta que, desde el inconsciente, lo posee. Horas después termina. Faltará la música.

De 1853 hasta 1943, las estrofas son mutiladas a discreción, de acuerdo al humor del encargado en turno. En ese trajín se comete una falta insignificante, transcrita y masificada, después por decreto de Manuel Ávila Camacho. La frase: “…y retiemble en sus ‘antros’ la tierra…”, se transforma en “…y retiemble en sus ‘centros’ la tierra…”, recitada y cantada durante más de setenta años en escuelas, instituciones, y en encuentros de toda índole.

¿Y qué jalada es ésta?, dirá usted, (con justa razón). Deje le cuento. Hace diez años me encontré con un libro de Gonzalo Celorio, titulado Y retiemble en sus centros la tierra (Tusquets Editores, Colección Andanzas). No haré la reseña del libro, basta y sobra con la escrita en Internet. Quiero contarles cuando el maestro de literatura Juan Manuel Barrientos reflexiona sobre esa frase del Himno. El personaje menciona la falta cometida a la hora de transcribir la palabra “antros”. En aquellos días la escritura era cursiva, trazos unidos por líneas continuas y a veces exageradas, hasta agotarse la tinta del cálamo.

Quizá el poeta mexicano, a la hora de escribir “antros” no alcanzó a cerrar el óvalo de la “a”, dando la impresión de ser la sílaba “ce”, lo que provocó la confusión por la palabra “centros”. Créalo, o no, tiene una lógica elemental, expuesta por Celorio a través del profesor Barrientos. Pero para llegar a esa lógica, lo invito a buscar el significado de la palabra Antro. No se enganche con la primera definición, recuerde que usted está en el Siglo XVIII, no en estos tiempos, que significa algo así como: local  frecuentado por delincuentes y personas de mala reputación, o vivienda sucia y de mal aspecto. En aquellos días Antro significaba cueva o caverna. De ahí que el adjetivo posesivo sus esté antes del sustantivo antros.

¿Y qué de la palabra Centro? Pues vayamos de nuevo al diccionario, y es casi seguro encuentre algo parecido a esto: punto equidistante de todos los de una circunferencia, o de la superficie de una esfera. Dicho lo anterior, no es posible que “retiemble en sus centros”, porque el centro es uno, y si piensa usted que la palabra tierra se refiere al planeta, con mucha más razón, aunque para eso debería escribirse con “T” mayúscula, pero no es así. Es simple y llana tierra, territorio, nación… ¡patria pues! Tampoco cabe decir “…su centro la tierra…”, porque Bocanegra no escribió eso.

Los antros son cavernas (o cuevas) que sí existen bajo la tierra…o la patria, como mejor le agrade. Acá he de confesarles mis magras sospechas, que apuntan a Jaime Nunó, quien al año siguiente le puso música a las estrofas del poeta potosino. En la partitura, debajo del pentagrama aparece transcrita cada palabra, colocada de acuerdo a las notas escritas. En una partichela aparece el gazapo comentado, aunque solo es sospecha mía, nada me consta. La novela de Gonzalo Celorio deja esa perla para el análisis, en medio de una trama llena de cantinas y edificios en el centro histórico de la Ciudad de México.

Bastante tengo con la palabra “bridón”, una perfecta desconocida en el ochenta por ciento de los mexicanos (cálculo Montañosky), cantada desde el kínder hasta la universidad, y más allá, cuantimás la palabra centros por antros… total, así es México: “valeverga”
.

viernes, 19 de agosto de 2016

Premio Mayor


De vez en vez bebo cerveza en alguna cantina tuxtleca. No tengo lugar preferido y es por eso que bebo solo, para ahorrarme cualquier asomo de protesta. Años atrás iba a La Tía Mechita y Las Laminitas, en compañía de Rafael Ramírez Heredia, alias “El Rayo Macoy”. Con él bebí en Tuxtla y en la ciudad de México, y en ambos lugares tuvo siempre la bondad de obsequiar a los amigos “cachitos” de lotería, con el juramento de volver y celebrar, si ganábamos el premio mayor, al calor de unos lingotazos de trago. Alguna ocasión gané reintegro, y se lo comenté. “¡Hay que celebrarlo!” me decía, y allá íbamos a rasparnos el hígado, so pretexto de la buena fortuna... y del juramento.

El Rayo Macoy partió al mar del universo hace diez años, lo recuerdo con cariño cada vez que me encuentro con un vendedor de billetes de lotería, gremio ahora en crisis. Tal fue el caso que en una de mis solitarias incursiones a X cantina, apareció un personaje de sombrero, maletín y traje plomizo, ofreciendo de mesa en mesa billetes para el premio mayor. Faltaban unos minutos para encontrarme en otro lugar con un par de amigos, sonreí por el recuerdo del Rayo, bebí el resto de mi cheve dispuesto a marcharme, pero dicho personaje me cortó la retirada por el flanco izquierdo.

-Buenas tardes, señor. Traigo terminaciones ganadoras del premio mayor. El tres y el cinco hace meses que no salen, y ya les toca.

El Rayo me sonrió desde los meandros de la memoria. Miré al señor de sombrero gris y le dije que sí me animaba a comprar tres billetes, pero necesitaba de su consejo, porque yo no sabía “que escoger”.

-¡Faltaba menos, señor! Acá en confianza, me ha tocado hacer ganador a más de uno. No de millones, en honor a la verdad, pero si de miles y cientos de miles de pesos. Algunos regresan y me lo agradecen con dinero, y otros ni sus luces, señor. Pero no importa, porque yo sé cómo se gana la lotería, aunque no me tomen en serio. Se preguntará usted ¿Y este viejito por qué no lo usa para pegarle al gordo? Y le respondo: porque no soy ambicioso, señor. Alguna vez tuve mucho dinero, trabajando para PEMEX, pero por el maldito vicio lo perdí casi todo.

La hora de mi cita se acercaba, entonces, tratando de no ser grosero, le pedí me dijera la fórmula, para saber elegir los billetes ganadores.

-Por supuesto, señor, usted ha sido amable, en las otras mesas me rechazan como si yo estuviera mendigando, o peor, como si fuera a timarlos. Yo solo soy un instrumento del azar, un… si... la fórmula… mire usted, es algo que yo descubrí, algo de números. Por ejemplo, hoy es dieciocho de agosto del dos mil dieciséis. 1+8+8+2+0+1+6=26. Ahí está su número ganador: veintiséis. También puede usted apostar a la suma de ese número: 2+6= 8. O puede usted utilizar las terminaciones dos, seis u ocho, o todos juntos en una serie completa, siempre que sean terminaciones. Aplica para el sorteo tradicional y para el zodiaco. ¿Cuántos le dejo? Juegan el lunes y el miércoles.

Le pido tres cachitos con la terminación dos-seis-ocho. El viejo busca y rebusca, sin éxito. Entonces cambio a tres cachitos con terminación dos. No llev

a. Con terminación seis y ocho tampoco.

-No se desanime, señor, el tres y el cinco no han salido premiados desde hace un buen rato. Usted me dice cuál de los dos le dejo.

Le pido tres cachitos del premio mayor terminados en tres. El señor se aleja, no sin despedirse, abrochando la venta con un “¡lo veo la próxima semana, para celebrar el premio!”

Llego tardre a mi cita, pero con la suerte echada en tres billetes de lotería, suerte que comparto a cada uno de mis amigos. Luego de explicarles, uno de ellos confiesa que, de ser cierto, él mismo irá hasta Villaflores por la cabeza de res, para la comilona, el otro promete cinco horas de marimba, luego me quedan viendo, esperando mi promesa... El problema es que yo jamás he sido bueno cumpliendo promesas. El prometer es para mi como un grillete en el pescuezo, me ahoga y termino dando el paso a un costado. Una promesa es para mí casi una sentencia, una especie de contrato diabólico, que de no cumplirse, condena a las almas al fuego eterno.


lunes, 15 de agosto de 2016

Feo con sentido


Cuentan de los cinco sentidos que al carecer de alguno, el resto se potencian de manera inusitada. Existen ciegos extraordinarios, sordos prodigiosos, personas con sensibilidad táctil nanométrica, gustos dignos de Ratatouille, y olfatos agudos hasta el paroxismo.

Sin embargo, esto de los sentidos es más bien un "sin sentido". Mi amigo Nangusé opina que lo bello y lo feo, por ejemplo, es un error de los sentidos. Su postulado tiene un solo seguidor: Hugo Montaño. Nangusé y yo somos, valga decirlo, feos con “efe” mayúscula. Ese "sin sentido" nos llevó a desarrollar otros sin sentidos. A diferencia de los bellos, a nosotros los feos nos cuesta más obtener lo que deseamos. Los "con sentidos" nos rechazan y nos excluyen, debido a nuestro aspecto. En la mayoría de los casos debemos esforzarnos más allá del promedio, para ser aceptados.

De seguro usted, sí, usted, bello o bella, piensa que me la estoy jalando, pero no es así. Con los feos ninguna emoción es creíble porque la fealdad la opaca. Si estamos tristes nos miran con desconfianza, si lloramos caemos en sospecha, si estamos felices pareciera que nos burlamos, si estamos enojados somos el diablo, y si nos ponemos serios es peor: nos ven casi esperpentos. Entonces nos refugiamos en otras gracias. Aprendemos oficios y artes en general, buenas y malas.

Ser feo te hace un sobreviviente. Por ejemplo: puedo platicar conmigo sin ser diagnosticado de "transtorno bipolar", "estrés", y demás padecimientos dignos de Discovery Channel. No me afecta el rechazo ni "el qué dirán", ni me angustia la moda. Sé trabajar y no cuento con tarjetas departamentales. Cada hechura y contrahechura física me hace sentir bien. En nosotros los feos no existe el desprecio: todo vale. Cada oportunidad es única.

Ahora bien, no es lo mismo ser feo que ser ojete, eso es otro sin sentido. Hay ojetes bellos y feos, y con esto me refiero a la gente ojete. Si los feos somos objeto de burla, imagine lo jodido que resulta endilgarnos ese coloquialismo. ¿Acaso ojete es sinónimo de feo? ¿Hay ojetes bonitos? ¿Si eres bello, no eres ojete? Y en resumidas cuentas, ¿qué culpa tenemos los feos?

“Que se mueran los feos” dice una canción bastante guapachosona. Otro “sin sentido”, aparte de discriminatorio, estúpido. La máxima que me ha dejado el ser feo es algo llano y claro como un paisaje: TODOS NOS VAMOS A MORIR (acá me río a carcajadas, y me seguiré riendo hasta que muera, aunque usted me vea feo, ojete y diabólico). No quedarán bellos ni feos. ¡Ah, qué tranquilidad la mía! ¡Que absurdos se ven los bellos queriendo ser siempre bellos! Y doblemente absurdos los feos, queriendo corregir “los errores de dios” para ser bellos.

(acá más y más carcajadas diabólicas, sospechosas y burlonas, ja!)

viernes, 15 de julio de 2016

Furbol


Veo cada vez más lejana la posibilidad de acercarme a un estadio de fútbol. Y no porque me desagrade, al contrario, mi infancia y juventud estuvieron ligadas a las canchas, a la pasión y al esfuerzo. Asistí como público y también jugué en terrenos de cemento, grava, tierra, zacatonales, lodo, pasto, o una mezcla de las anteriores, no siempre llanas; los hubo sinuosas, inclinadas, cóncavas, convexas y asimétricas. Llegué a jugar en canchas recién inventadas en ejidos, gracias a los machetes y las coas, y también en el estadio Zoque. Supe qué se siente ser campeón, y me retiré a tiempo, antes de que esa pasión me atragantara.

Tengo en la memoria la liga mexicana de los años ochenta y principios de los noventa, además de los mundiales del 82 al 90. Lo sucedido después me vale un diputado. Mis vecinos (más jóvenes que yo) me invitan a ver los partidos del fin de semana, pero no lo hago por una sencilla razón: lo que se ve en la televisión ya no es fútbol. En México la liga es engaña bobos, pasarela de uniformes bonitos y esfuerzos magros. Es una simulación, una coreografía de vedettes chafa, acartonada, con la narración de comentaristas descafeinados, infames. Sí, ya estoy viejo, “todo cambia”, se transforma, pero…

En los ochentas, equipos de primera división conocieron el pasto del estadio zoque. Hacían pretemporada al interior de la república con sus titulares, nada de equipos alternativos. El equipo chiapaneco enfrentaba verdaderas batallas contra jugadores de primera línea que no venían a pasear ni a caminar en la cancha. ¡Qué alineaciones! Cruz Azul: Miguel Marín, Nacho Flores, Wendy Mendizábal, Adrián Camacho. Chivas: Zuly Ledezma, Jaime Pajarito, Demetrio Madero, Concho Rodríguez, Quirarte. UNAM: Olaf Heredia, Tuca Ferretti, Luis Flores, Germán Tello, Manuel Negrete. América: Zelada, Tena, Echaniz, Brailovsky, Outes, Batata, Ortega. Con gusto pagabas tu boleto, a la altura de las circunstancias. Y en la liga nacional esos equipos jugaban con la misma intensidad, y algunos encuentros terminaban en verdaderas batallas campales.

¿Cuándo se fue al carajo el fútbol? Cuando llegaron los mercachifles, que ignoran lo que es vivir una pasión. Cuando inflaron los sueldos. Cuando aparecieron los “estándares” de FIFA, que obligan a países jodidos a gastar millones en estadios y no en hospitales, carreteras o escuelas. Cuando aparecieron los estrategas del “cuatro-cuatro-dos”. Cuando surgieron las diademas y los tintes para el cabello, los zapatos de colores, lo “fashion”. Cuando los comentaristas fueron relevados por comunicólogos gritones, quienes creen que la tecnología es lo mejor que le ha sucedido al juego.

Sí, ya estoy viejo, pero aún queda alguna esperanza… quizá el Apache, Carlitos Tevez, sea el último vestigio de ese jugador aguerrido que no venderá jamás su pasión por jugar, por representar a los más jodidos y hacer del triunfo algo “nuestro”, y no “suyo”. Lo lamento por quienes ven ahora el balompié mexicano, y creen se juega mejor que antaño, porque no es verdad. Por lo pronto en el fútbol nacional no hay juego, ni siquiera engaño, porque eso es un arte, y en la liga ni eso existe.

Historia de México




Mi MiniMi abre su libro de historia y lee en voz alta las instrucciones para la tarea. En resúmen: conocer una breve biografía de La Malinche, reflexionar la lectura con un adulto (se supone que soy yo), y redactar una breve ficción en primera persona (MiniMi en el rol de la Malinche, ¡vaya cosa!).

Mientras MiniMi lee en voz alta, recuerdo el librero en casa de mis abuelos, allá en el ejido Tierra y Libertad, donde visualizo el título: La corrupción en México, de Roberto Blanco Moheno. Lo recuerdo porque de chavo llamó mi atención la palabra “corrupción”. No sabía su significado, aunque tampoco me importaba mucho. Lo asociaba con algo “roto”, “desgarrado”. En esa ocasión tomé el libro y leí un pequeño relato sobre La Malinche. Palabras más, palabras menos, era algo así:

Hernán Cortés llega a la gran Tenochtitlán, y después de asesinar a Moctezuma, combate a Cuauhtémoc hasta capturarlo. El último de los príncipes aztecas pide morir; no tiene nada mejor que dar, solo la vida. Los soldados españoles, codiciosos, piden a Cortés torturar al rey tlatoani para que diga dónde oculta el grueso del oro. A Hernán le parece buena idea, porque cuando decidió matar a Moctezuma olvidó preguntar esa nimiedad. Sin más, untan aceite en los pies de Cuauhtémoc y lo ponen sobre leña ardiente. “Cuau” no soporta la tortura y confiesa, pero ninguno de ellos entiende náhuatl. Entonces llaman a La Malinche, quien escucha a detalle lo dicho por el atribulado príncipe. Al terminar Cuau, ella niega con la cabeza, se pone de pie, se acerca a Cortés y sus soldados, quienes aguardan ansiosos la traducción: “Cuauhtémoc dice que por él pueden irse mucho a la vergotztli, que no dirá dónde está el oro”. Sorprendidos primero, y encabronados después, los españolitos le echan más leña al tormento de Cuauhtémoc. A lo lejos La Malinche, pensativa, da gracias a los dioses por su habilidad con los idiomas, que la hace poseedora de la verdad, manipulando la situación.

MiniMi termina de leer, y me pregunta qué significa “en primera persona”. A punto de ponerme enciclopédico, decido una definición sumarísima: “Que Tú serás, desde este momento, La Malinche”, y deberás contar una situación. Entonces MiniMi, transformado en “MiniMalinche”, decide escribir sobre las ganas que le puso a la clase de idiomas, porque antes la escuela era divertida. Que el oro  servía para comprar cosas y que todos querían oro porque así podían pasear, y comer lo que quisieran, pero que igual no era bueno, porque las personas cambiaban y se volvían malas. Al final, MiniMi remata su relato con un sorpresivo “pido perdón, no quise traicionar a México, me obligaron”.

Vale vergotztli la vida.

viernes, 8 de julio de 2016

Mosca



Hace un año me encontraba en la librería del FCE, leyendo el cuento La mosca (The fly), de Katherine Mansfield. Era una lectura grupal del taller literario coordinado por JMT, excelente narrador. Más de uno comentó acerca del texto, hasta que tocó el turno a un “doctor”, quien, con voz grave, afirmó: El cuento de Mansfield tiene un problema de credibilidad. JMT le pidió explicara su aseveración. Los códigos de verosimilitud en la literatura son categóricos. En mi opinión, es inverosímil que una mosca sienta atracción por un recipiente con tinta. Las moscas buscan la podredumbre, lo nauseabundo, los desperdicios. Un tintero no es creíble. 

En segundos vino a mi memoria un recuerdo de 1986, cuando formaba parte del angelical coro de la iglesia de mi colonia. Fuimos invitados a cantar en la misa que celebraría el mismísimo arzobispo Felipe Aguirre Franco, en la iglesia de la Santa Cruz, (en la entonces delegación Terán). Nuestro director, Don P, era un manojo de nervios, nos formaba de una manera, luego de otra, corregía nuestra postura y nos pedía seriedad, porque estábamos en la casa “del señor”. Llegó la hora, y créanlo o no, cantamos cual ángeles la bienvenida, el perdón y el aleluya. Después vino el canto del santo, y fue ahí donde, en menos de tres segundos, sucedió lo inverosímil.

Mientras solfeábamos: “Santooo Santooo, es el señooor…” clarito vi, a contra luz del vitral de la enorme ventana, a una mosca de lomo nacarado. Su peculiar brillo llamó mi atención. Era del tamaño de un cacahuate, que zigzagueó un par de veces antes de lanzarse, kamikaze, a la cabeza de  Don P, quien se encontraba en lo mejor de su vibrato: “… es el señooor… osanaa|”

¡La mosca se le metió hasta dentro de la garganta! Don P. abrió los ojos, sorprendido, luego miró a “monseñor”, a los asistentes, parpadeo y sin más se tragó al intruso, cerró los ojos y remató la estrofa: “… en las alturaaaaas”.

No lo podía creer. Don P. se había tragado a la enorme mosca nacarada. Al finalizar la misa se lo conté a mis cuates del coro, quienes no me creyeron. “Le preguntemos”. Fuimos hasta Don P, quien al oírnos, le dio vuelta a un enorme anillo en su dedo, y nos agarró a coscorrones, mientras huíamos de él.

No cabe duda de que la verosimilitud es al texto narrativo, lo que la verdad a la vida. ¿Es verosímil la mosca de Mansfield? ¿Es verdad la mosca tragada por Don P? Usted tiene las respuestas. “En boca cerrada no entran moscas”, dice el viejo y conocido refrán. ¿Qué fue de Don P? Sigue consagrado a la vida pastoral, aunque desconozco si todavía canta. ¿Aún canto yo? No, ese día me retiré.

jueves, 30 de junio de 2016

Comida de la resistencia



Mi memoria es igual a una cineteca, llena de películas donde soy testigo o protagonista, consciente del vínculo inevitable con las tramas. Tal es el caso de un reciente descuido memorioso, una película sobre comida. En ella su principal protagonista, el poeta Óscar Oliva, comenta a otros y a mí sobre “comida de la resistencia”. ¡Vaya tema!, digo, luego pienso: “¿Resistirse a comer? ¿Resistir a ser comido? ¿Comida resistente?” En el memodocumental el poeta me ve, al tiempo que dice: ¡Comer y resistir, Montaño! ¡Comer y resistir! Después se aleja, no sin antes indicarme: Hugo, busca el texto que escribí sobre el tema. La memopelícula termina y entonces me descubro atrapado entre infinitivos: Buscar - Comer - Resistir. Horas después, despierto, reflexiono “¿Esa charla sucedió en verdad?… ¿Es una trampa cinéfila de la memoria?... ¿Tengo hambre?”

Mi madre cocinaba “ahí pobremente” comidas deliciosas: Chanfaina, tortitas de cabeza de camarón, de arroz con queso, chipilín con bolita, menudencia, chapulines, mondongos, caldos de cabeza de pescado, pata y panza, moronga, nucú; verduras y hortalizas. ¿Carne?, solo en días importantes.

Lo cierto es que los guisos más sabrosos tienen su origen en la resistencia. Inmigrantes chinos crearon el Chow mein, un platillo de posibilidades infinitas, con un aglutinante como el fideo o el arroz; los esclavos africanos se especializaron en cocinar vísceras de pollo, puerco y res (mientras los amos comían la carne); los pueblos mesoamericanos cocinaban manjares con maíz, frijol y chile, además de insectos, hongos y flores. Puedo seguir mencionando comidas donde la carne no figura, y ni falta que hace. El menú generado desde la resistencia es un lazo entre el fin y el principio, entre la vida y la muerte.

¡Ay sí! ¡Ay sí! Dirá usted, que mamuco es el Hugo, que habla y habla de resistir, ¡pero no dice a qué! Pues fácil: a los éxodos voluntarios e involuntarios, a la segregación, a las guerras internas y externas, al exterminio, al bloqueo económico o territorial que alguna vez generó, en una guerra mundial, el nacimiento de las “guerrillas verdes” para resistir al cerco enemigo, plantando en jardines, parques, patios, techos, tambos (y donde se pudiera), alimentos que luego preparaban de la manera más agradable posible, dando a veces con platillos que hoy son “exquisiteces” regionales.

Si usted come lo arriba mencionado en restaurantes de cinco tenedores, felicidades. Y si come carne a diario, felicidades también. Usted es el amo.

sábado, 25 de junio de 2016

Fuego


A propósito de poetas, hace veinticinco años conozco a Uberto Santos. Cruzó mi vida igual que un huracán atraviesa el paraíso, lengua de barro, laja tendida flotando en un piélago de imágenes. Era el tiempo de las primeras armas cuando hallé ese filón de voces entrañables: Antología de Poetas Jóvenes de Chiapas (Editorial Katún). Después llegó la Facultad y con ella los encuentros de escritores chiapanecos convocados por la UN.A.CH. Con mi raquítico salario de herrero adquirí la memoria impresa de aquellos encuentros, donde volví a encontrarlo:

¿Quién es aquella
                        que sin tocarme
desata el fuego
                         de mi voz?

Fragmento de : Fuego Solar

Tiempo después conocí a Uberto en persona, e hice amistad con él. Tengo varios de sus libros, los releo de vez en vez y me sigue gustando:

Nací
con el canto del tamazul:
Mi madre fue un árbol de agua
donde un río mordía su vientre y era mi padre
Con la savia que mandaba en su tronco
me fui volviendo esta carne
Luego
como los frutos que han escuchado el llamado
de la tierra
me fui desprendiendo de mi rama
dejando los tallos temblando del agua
He aquí
el fruto que soy
el agua escribiendo.

Fragmento de : Árbol de agua.

Uberto Santos es poeta de tiempo completo, transpira la herencia de la tierra, la hace suya bajo el fuego solar, allá, en el vuelo incontenible del paisaje. Cumple a cabalidad lo que Vigotsky dice debe consumar el arte: conmueve, anima; es el poeta un ser humano quien le habla a sus semejantes, comparte con la manada el fuego de la palabra como se comparte el pan, la piedra, la mazorca tierna y el dolor. Uberto se entrega a quien se encuentre en una danza perpetua, porque el poeta no existe en el tiempo, él mismo es un instante compartido sobre la banqueta, afuera de la clínica o en el camino a casa, siempre con la poesía amartillada, lista para detonar en el júbilo de quienes tenemos la fortuna de saberle.

Estoy aquí
inventando un nuevo latido para que me oigas,
para que seas la lluvia que no tuvo mi sed.

Estoy aquí
y no soy más que el llanto que tuviste por herencia,
la pinche piedra que siempre dio con tu pie,
viejo verde,
triste nauyaca, estoy aquí
así hasta que el viento me llene de tu cuerpo.

Fragmento de : Para llorar a solas.

Afortunado quien te oiga, Uberto, porque de todos eres. Lo sabes, lo asumes y viajas cual Prometeo, para ganar la luz en tu edad mística… para llorar a solas pero contigo. Te saludo filípico, alejandrino, y te abrazo desde acá...
...desde los surcos de la memoria, desde la milpa que sembraste en mi corazón, desde la plebe de alas que asisten para verte labrar el aguacero, desgranar la luz, deshojar el polvo.
Desde este país de lástimas te escribo, Yucundo, y te pido concedas a quien no te conoce, aprender el rumbo de tu voz:

Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo...
mas yo te dejo mudo... ¡mudo!...
¿Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?

León Felipe / Antología rota

sábado, 18 de junio de 2016

Sompopo


El ciclón tropical Uno-E llega hasta el territorio libre de los hijos de la Escocia chiapacorceña para despertar a las hormigas aladas. Un ejemplar se estrella contra el espejo. Mi MiniMi anuncia el hallazgo: “¡Es un Nucú!” Corremos al patio esperando encontrar el tanque lleno de Chicatanas, pero está vacío. Conclusión: el espécimen dentro de casa se despistó. MiniMi, contrariado, pregunta: “¿Por qué tiene alas el Nucú?”. Bebo café para no contestar lo obvio; MiniMi no aceptará un “para volar”. El Nacasmá, necio, rebota de vuelta en el espejo, el foco y el suelo. MiniMi aprovecha para abonar otra duda: “Si tiene alas es porque va a alguna parte… ¿a dónde?”. Bebo más café, otra obviedad me asalta; MiniMi no aceptará un “¡para ir hacia la luz!”. Algo es verdad, ignoro a dónde carajos van las arrieras voladoras. MiniMi, impaciente, remata: “¡¿Por qué tienen alas, pues?!”.

A bordo del Conejoblues, me pregunto, ¿a dónde chingaos van? Las especies aladas son parte del equilibrio natural (igual a las marinas y terrestres), pero las lluvias han mermado y el Tzitzin ha retrasado su aparición; cada vez hay menos. El “efecto Nucú”, insignificante para mis vecinos de la rivera, podría ser un desastre al otro lado del mundo. ¡Carajo! Soy aprehensivo y ésta aflicción me lleva a recordar cuando tenía la edad de MiniMi, y solo me preocupaba por atrapar Zompopos culones para comerlos. ¿Y las alas?, desaparecían sobre el comal, al atizar mi abuela el fuego en el anafre. Volaban hasta extraviarse, o eran abrasadas por el fuego.

¿Hacia dónde vuela el Tzín-Tzín? Hoy me entero que vuela aleatoriamente, asegurando su conservación una vez al año al criar “reinas aladas” por millones, las cuales salen a la superficie al mismo tiempo que los machos, para aparearse. De esos millones lo conseguirán miles… o cientos, el resto será alimento de animales (¿mú?). Si supone que al Nucú le fascina el brillo de la luz, probablemente se equivoque. La situación es más compleja de lo que imagina. Como usted sabe la luz es energía (frecuencia de onda y partícula), y al atravesar moléculas de agua éstas emiten una vibración que atrae a los insectos. No es la luz propiamente dicha, sino el “sonido” la que “excita” a las Chicatanas (y demás insectos), llevándolas a congregarse y aparearse.

Tengo más respuestas sobre Zompopos. ¿Quién tiene las preguntas?

lunes, 6 de junio de 2016

Tiempo


En el relato de Voltaire, titulado “El enigma”, el Gran Mago planteó esta cuestión:

—¿Cuál es, de todas las cosas del mundo, la más larga y la más corta, la más rápida y la más lenta, la más divisible y la más extensa, la más abandonada y la más añorada, sin la cual nada se puede hacer, devora todo lo que es pequeño y vivifica todo lo que es grande?

La respuesta se revela en el siguiente párrafo, pero antes les cuento: hace algunos años decidí no envejecer más. Sí, aunque usted lo lea y no lo crea. No envejecer permite ver el entorno a otra velocidad, sin preocuparse por el pasado o el futuro. No envejecer permite grandes comodidades, transforma las desventajas en ventajas. Le permite aceptar lo que le rodea en su justa medida; no más vasos medio vacíos o medio llenos: a la mitad. No envejecer ayuda a desechar pretextos y a nutrirse de argumentos, anima a viajar, a distraerse, a sorprenderse por la lluvia que moja sin angustiarse por la ropa, porque importa más sentirse vivo. Se tiene el miedo natural, no el fabricado. El tema es usted y no el narcotraficante de moda, el político de siempre o los críticos de internet. No envejecer lleva a compartir asombros con quien usted desee, sin urgencia por cuidar poses, ideologías o modas. Es usted libre porque no juzga, porque se ocupa de hacer lo que a usted le gusta. No envejecer le ayuda a descubrir que las cosas solo son eso: cosas, y puede prescindir de ellas cuando decida. Quizá en el tránsito por esa atemporal libertad alguien le diga aburrido, mamón, falso, oficialista o pendejo. Si su ego se encuentra sereno y no siente agravio alguno, entonces ha dejado de envejecer, es libre.  Disfrute del tiempo que le toca existir. Construya, inspire, arda, goce… viva. Momento y Recuerdo van agarrados de la mano porque se saben Instante y Memoria, eclosión lógica, atómica y única.

Luego de este choro mareador, les dejo el final del breve relato de Voltaire:

―Nada es más largo, agregó Zadig, ya que es la medida de la eternidad; nada es más breve ya que nunca alcanza para dar fin a nuestros proyectos; nada es más lento para el que espera; nada es más rápido para el que goza. Se extiende hasta lo infinito, y hasta lo infinito se subdivide; todos los hombres le descuidan y lamentan su pérdida; nada se hace sin él; hace olvidar todo lo que es indigno de la posteridad, e inmortaliza las grandes cosas.

sábado, 28 de mayo de 2016

Ideas importantes vs ideas buenas



Es verdad que en éste país deben de escribir todos (hasta los perros), pero antes de intentarlo tenga en cuenta algunas recomendaciones compartidas por Toño Malpica hace unas semanas. No son fórmulas mágicas o prodigiosas, son argumentos rabiosamente sencillos por su lógica elemental. Antes de comenzar a escribir, reflexione si quiere dedicar su tiempo de vida a garabatear a diestra y siniestra. Si después de ese diálogo consigo mismo concluye que no le atrae lo suficiente, entonces dedíquese a otra cosa, lo que sea. El mundo no necesita de más escritores; hay demasiados. ¿Lo duda? Visite las bibliotecas, las librerías donde las novedades saturan los anaqueles, o las “librerías de viejo”, donde están otra cantidad igual o más abundante de títulos y autores. Según mi encuesta Montañosky (con el apoyo de sofisticados algoritmos) existe en Chiapas un promedio de 6 mil escritores; en la república mexicana 190 mil. Si usted suma al resto del mundo, es claro que al planeta Tierra no le hace falta más literatos.

Ahora bien, si después de charlar consigo mismo decide ser escritor, considere lo siguiente: Le debe de importar lo que escriba. Sencillo, ¿verdad? En otras palabras, Toño argumenta que no es lo mismo tener una buena idea, que tener una idea que le importe. ¿Y los consejos?, se preguntará usted. Pues los consejos son los siguientes (redoble de tambores y fanfarrias): Libertad, planeación y revisión. ¿No es una chulada? No olvide cumplir el círculo de la integridad literaria: La anécdota, los personajes y el estilo. Yo agregaría las tres máximas a las que llegó El Ché Guevara, en su memorable libro Guerra de Guerrillas: 1. Movimiento constante, 2. Vigilancia constante; 3. Desconfianza constante. ¿Tres de tres? ¡Ichi!

No inicie si no siente la necesidad de escribir. No se precipite a la escritura, reúna ideas antes de aporrear el teclado. Inicie con algo que cause verdadero interés. Revise, revise y revise. Y revise más. El gusto personal es importante: si a usted no le gusta lo escrito, entonces no sirve. No tema escribir de lo que sea. No basta con contar una historia, es importante cómo lo cuente. Confíe siempre en su instinto. ¿Ya le dije que revise más? ¡Revise más! En materia de arte no hay nada escrito, así que atienda el menor número de consejos y póngase a escribir… ¡Ya!

sábado, 21 de mayo de 2016

Intelecto


“En gustos se cierran tiendas”, comenté en una reunión. Un sujeto sin predicado me preguntó de quién era la frase. Iba a responder “mía”, pero al verle en pose de Intelectual Come Caca (I.C.C.), le dije: de Carlos Monsivais. Acto seguido cambió de pose I.C.C. a Intelectual Come Mierda (I.C.M.), y se despepitó en elogios al Monchis.

Los I.C.C. y los I.C.M. no son exclusivos de Chiapas, abundan en otros estados, y uno de ellos se me apareció en Puebla, dueño de una afamada librería en el norte de la ciudad. Yo quería presentar a escritores chiapanecos y vender sus libros. Luego de esperarlo un rato, apareció. Le dije el motivo de mi largo viaje desde Chiapas hasta su negocio. Le expuse la idea de jóvenes chiapanecos en su librería y, ¡oh, dios!, adoptó la pose de I.C.C., se frotó el rostro, supongo para conectarse con “el más allá”, en un trance digno del Doctor Alicán y el Niño Vidente (1). Luego dijo: No es mala idea, pero debes traer "lo bueno" de la literatura chiapaneca. A los autores que mencionas no los conozco, y el ingreso de los libros al sistema y su promoción es una joda. Exijo calidad en la propuesta, porque si no, corro el riesgo de público escaso y cero ventas.

Ingenuo, le dije que era la oportunidad para promoverlos. Entonces la posé alcanzó el nivel I.C.M., para expresar: La verdad, el mejor escritor de Chiapas se llama Jaime Sabines, ¡y se los envidiamos, créeme! Nosotros no tenemos uno de esa talla, y lo lamento. Insisto, no es lo mismo que Tú presentes un manual para doblar papel, a que lo haga Juan Villoro. Contigo no vendrá nadie, pero con Villoro atasco el local. ¿Me explico?

Terminé mi “café de altura”. Luego le pregunté si tenía un pico y una pala. Desconcertado, preguntó: ¿para qué? Sí, primito, insistí, si tenés pico y pala desenterramos a Jaime Sabines ¡de volada!, y arreglado el asunto. Entonces dio la vuelta y se fue, encabronado.

De regreso a Chiapas pensaba en el pico, la pala y el esqueleto de Sabines. ¡El éxito estaría garantizado! Los escritores chiapanecos se harían acompañar del esqueleto del poeta, garantizando público y venta de libros. La esperanza estará en que un día los I.C.C y los I.C.M. vean a los escritores chiapanecos de otro modo, los lean y escuchen, compartan asombros, y por qué no, beban juntos un café chiapaneco, a la altura de las circunstancias.



(1) Se rumora que el Doctor Alicán tuvo serias diferencias con el Niño Vidente, las cuales se adivinan irreconciliables. Cada uno da consulta por separado, con renovados bríos y nuevos valores. Ambos siguen garantizando satisfacción total.

sábado, 14 de mayo de 2016

Nieve



Estoy cansado de buscar donatarios para mis proyectos, me confiesa un querido amigo. Tengo CLUNI pero ni así logro obtener recursos… Me chuté un taller bien chiroliro sobre Industrias Culturales y Creativas, pero la teoría se estrella contra la realidad cuando me plantó frente a los empresarios… Me oyen pero no me escuchan, y algunos ni dejan que les explique los beneficios reales al deducir sus impuestos en una asociación civil… No les interesa que niños de escasos recursos aprendan de las bellas artes… Sigo en esto porque soy necio… He aplicado al pie de la letra lo aprendido en el taller, pero ya me desesperé… Nadie dijo que sería fácil, pero no puedo chiflar y tomar pinole, ¡de plano, manito!… Quise contratar a un gestor cultural, pero solo hallé a quienes buscan ser intermediarios, sin riesgos... Estoy pensando en cerrar la escuela y abrir un restaurante, o un bar.

Luego del desahogo se pierde en el mar de sus pensamientos. Le pregunto si conoce al mampo vende nieve del mercado. Niega con la cabeza. Pues ese compa (le digo), se pasea por los pasillos del mercado con una charola, voceando: “¡Nieves de a 30!” “¡Nieves artesanales!” “¡Nieves únicas!”. Si un potencial cliente se le acerca a preguntar de nuevo el precio, entonces el mampo de las nieves lo rebana de un tajo con su voz aflautada: “¿Tenés 30 pesos, papito? Porque esta nieve no es pa’ cualquiera, es ar-te-sa-nal. ¿Caso es pa vos?” El potencial cliente no acepta la exclusión del inimaginado hallazgo de sabor, y entonces paga el precio. El “nievero” le advierte: “Sos pendejo si lo compartís... Vas a comer un manjar que vale lo que cuesta”. Son palabras emponzoñadas que obligan a otros a gastar, para no ser menos. En media hora el mampo vende nieve transforma 25 vasos en 750 pesos, que viajan en su charola de vuelta a casa. Así durante 30 días, con una ganancia neta de 22,500 pesos. ¿Dónde está el secreto de su éxito? (le pregunto a mi desesperado amigo). No me contesta. De a poco se le iluminan los ojos. Efusivo me abraza mientras agradece la parábola, luego da media vuelta y se marcha. Entonces pienso: ¿Habré sido claro? Ojalá a mi amigo no se le ocurra volverse “nievero”.

viernes, 6 de mayo de 2016

Escritor-a-do

¿Usted es escritor? Pregunta una muchacha, después de finalizados mis gorgoritos en una conocida preparatoria de la ciudad. La acompañan otros chicos, incrédulos, a la espera de mi respuesta. Dudo un instante sonrojado por quién sabe qué, pero mi gusto por contar historias (y su modesto éxito) supera el prístino rubor:

— Sí, lo soy.

Entonces la muchacha me recibe con un gancho al hígado:

— ¿Y cómo lo sabe?

¡Ah chingá! Mis manos comienzan a sudar. Los preparatorianos, transmutados en toros, son algo serio. No se me ocurre otra cosa que preguntar si les ha gustado mi librillo. Entonces sucede el milagro, sonríen y confiesan les gusta mucho, aunque dudan de mi autoría porque no parezco escritor. ¡Recontrachingá! ¿Y cómo son los escritores? ¿Jóvenes? ¿Guapos? ¿Atléticos? ¿A la moda?  Bueno, reconozco que no soy guapo, más bien cubista. Ni atlético, más bien Botero. Soy algo así como rústico… obtuso. La gente lo piensa dos veces para acercarse a mí, pero en el fondo soy una noble bestia.

¿Cómo saber si eres escritor? ¡Fácil! Es como el dilema de saberse mampo (1) o gay. Solo hay de dos sopas: Se es buen escritor o mal escritor; punto. Los últimos nunca reconoceremos lo mal (o pésimo) que escribamos. ¿Y quién determina si se es bueno o malo? Pues los lectores; nadie más. Los agudos especialistas que llenan las solapas de notas como: “El libro del año” “Una libro que te atrapa de principio a fin” o “El escritor que llegó para quedarse”, no determinan si eres bueno, o no.

Llega a mi memoria el taller de cierto poeta, narrador y periodista chiapaneco (de cuyo nombre no quiero acordarme), al que le hicieron “la pregunta envenenada”: ¿Cuál es la fórmula para escribir una novela? El viejazo, ingenuo, se acomodó el sombrero, respiró cual si fuera Clint Eastwood en una epifanía de Los imperdonables, y espetó:

— La fórmula está en escribir una oración, después otra y luego otra, y así, sin parar, cuando menos lo esperas ¡pum!, ¡ya está la novela!

Acto seguido la mitad de los asistentes se marchó. Semanas después se cancelaba el taller por falta de clientes. ¿Y cuál es la fórmula? ¿Usted la sabe? Yo no.




(1)    Mampo: Volteado. Marica. Homosexual… Gay de pueblo. Adjetivo derivado de la palabra Mamporrero. (Mamporrero, ra: 1. m. y f. Persona que dirige el miembro del caballo en el acto de la cópula)