lunes, 12 de noviembre de 2018

Musa


Hoy es el día nacional del libro, y también es día del cartero. Sobre lo primero les cuento que lo festejé el pasado viernes 9 de noviembre, en uno de los salones de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Facultad de Humanidades, Campus IV, de la Universidad Autónoma de Chiapas. Digo que lo festejé porque eso fue, un festejo; me explico.


Tengo el privilegio de contar con la amistad de Luciano Villarreal (docente de la facultad), quien me invitó para estar con él ese viernes tan oscuro (para mí, no para él). No cabe duda de que la vida es un carnaval y en eso el destino nada tiene que ver, por eso acudí, gustoso, para "charlar" con los alumnos de nuevo ingreso. Los vi y me vi. Les hablé y me hablé. Los celebré y me celebré. Rieron y reí, de mí y con ellos (pinche destino). 


Tuve un atisbo de lucidez mientras Luciano, generoso, me presentaba con las muchachos y los muchachas. Me dije: "Hugo, estás volviendo al mismo salón donde llegaras hace veintiséis años creyendo haber leído todo y saberlo todo". En un instante cruzó por mi mente la frase: "Yo soy lector, y si ustedes no leen, a mí, ¡me vale madres!" Esa latencia oscura que me habita desde hace días estuvo a nada de quebrarme, pero reaccioné: "Hugo, desde la construcción, nunca desde la destrucción".


Todas las palabras para todos, todas las lecturas y todas las escrituras para todos, no para que todos sean escritores, sino para que nadie sea esclavo. Luego leí el manifiesto de Tinta Chida, que apuntala rebien la aseveración anterior, agregando mis breves experiencias con la lectura y la escritura durante estos años, que han hecho de mí lo que esa tarde - noche estaba frente a ellos: Hugo. Después Juventino, también generoso, regaló una playera y vendió varios libritos con cuentos ultracortos de mi autoría. 


Ya estaba contento con haber asistido esa tarde, después de cruzar el tráfico de la ciudad idiota. Finalicé mi intervención y entonces Luciano, con una impunidad admirable, me regaló una botella de tequila, que sentí venía con la energía de todos los ahí presentes. En ocasiones anteriores, cada vez que estoy frente a grupos numerosos termino agotado. Pero esta vez fue al contrario, me sentía pleno de energía desde que llegué, y esa energía fue subiendo hasta el final, cuando firmé autógrafos. ¡La vida es un carnaval! (pinche destino)


Hoy vuelvo a la dura sombra de la nostalgia, a la oscuridad del desamor más duro. Desde hace rato soy huérfano de ciudad, llegando tarde a todo, sin tener más que éste que soy, seguro de que hasta el destino se ha marchado lejos de mí (pinche destino). Desde la dura sombra me preparo para leer al húngaro Tibor Déry (El ajuste de cuentas), autor desconocido para mí, hasta hoy. Así celebraré éste día aciago: Leyendo (y escribiendo).


También hoy es el día del cartero, y me ufano de haber escrito muchas cartas, y haber ido a la oficina de correos a depositarlas, certificadas, para que llegaran a la mayor brevedad hasta su destino. No eran cartas comunes, sino verdaderos mamotretos ilustrados, que ocupaban más de diez hojas cada sobre. De vuelta me llegaban paquetes iguales, generosos en su prosa y en sus detalles. De eso no queda nada más que el recuerdo. Quisiera volver a escribir cartas, y caminar hasta la oficina de correos y enviarlas, y volver a casa para esperar la respuesta.




Le escribiré una carta a Calíope, para que me ayude a recuperar la elocuencia; otra será para Clío, para que me recuerde mi historia y vuelva a ser yo; otra será para Erató, para que me cante y me ame como si fuera la primera vez; una más será para Euterpe, para que atrape por mí la más bella música y me la devuelva, porque me he quedado sin canción; otra más para Melpómene, para que me ayude a recuperar el ingenio y la imaginación; otra más a Polimnia, para que me devuelva lo sagrado; otra para Talía, y me ayude a recuperar la risa; una para Terpsícore y me enseñe a bailar al compás del delirio; y una última para Urania, para que me ayude a encontrar la geometría de mi corazón.

¿Y la décima musa?

lunes, 5 de noviembre de 2018

Panchero


"A mi me gusta viajar sin moverme de mi casa, 
sin salir de mi país, 
sin apartarme de mí mismo".

Confieso que he vivido / Memorias
Pablo Neruda

Por alguna razón que ignoro, tengo una particular predilección por las historias de vida contadas en primera persona, ya sea en entrevistas, cartas, diarios o memorias. La mayoría de ellos pertenecen al mundo de la literatura, le siguen músicos, científicos, deportistas, entre otros individuos que considero interesantes.

También recuerdo el intento por redactar mis memorias en la secundaria. Quería escribir un diario pero se me hacía extraño "hablarle" a mi libreta. Me gustaba más la idea de hablarle a otro; que me leyeran. La idea surgió luego de haber leído un par de entradas del Diario del Che en Bolivia, publicadas en la revista Proceso.

En vacaciones de "semanasanta" mi amigo Uvi (Ludwig Stefan) y YoMeroMaromero, nos aventuramos a viajar de aventón por la vieja carretera panamericana, mochila a la espalda. ¿Lugar de partida? Tuxtla Gutiérrez. ¿Destino? Puerto Arista. Dicha aventura la fuimos anotando en una libreta pequeñita (a sugerencia de mi amigo) contando la verdad de la travesía, aunque aderezada de adjetivos y metáforas dignas de los diálogos de novelas de vaqueros, y de las revistas del Hombre Araña.

Era el final de la década de los ochenta y también la mejor etapa de nuestra juventud. El hermano sol, antiguo y vil, nos castigó durante toda la ruta. La aventura fue memorable, formativa, que nos graduaría como amigos (estábamos influenciados por la serie gabacha "El Caminante"). Cuando volvimos a Tuxtla Gutiérrez nos dimos a la tarea de releer lo escrito, y los recuerdos fueron retechingones.

Por supuesto que nuestro diario de viaje no se compara con el de Ernesto Guevara, ni tuvo ese oscuro final, allá, en la quebrada del Yuro. Se preguntarán: ¿Y dónde quedaron las anotaciones de ese viaje? ¿El breve diario de esas aventuras? Lo ignoro. Le preguntaré a mi amigo, aunque fue hace tantos años, que de seguro se lo ha llevado el viento. Lo que queda existe sólo en nuestra memoria.

Semanas atrás, preparando una serie de relatos sobre boxeo y boxeadores, me hallé con la serie “A puño limpio”, de la editorial Almadía, y en uno de los cuatro números el testimonio del norteamericano Nat Fleischer (las diez más grandes peleas / 1900 – 1952), y el combate entre ¡Pancho Villa! vs Jimmie Wilde, aquel lejano 18 de junio de 1923. Espero ésta suerte de hipocorístico no lo emocione ni lo confunda (yo me dejé llevar, lo acepto).

Antes de éste púgil hallazgo filipino, los únicos “Panchos” que conocía eran mi general Villa (Doroteo Arango); el Trío “Los Panchos” (quienes dicen agudos especialistas, tomaron el nombre del General Villa, aunque otros sagaces conocedores, insisten en que fue tomado del merengue “Compae Pancho”); y la banda de “Los Panchitos”, aunque éste nombre no fue influido por el líder de la División del Norte (por cierto, tampoco se trata de una “división urbana” trazada en forma de avenida, como me dijo hace años un sujeto sin predicado, avenida que valga decir, no se encuentra en el norte cardinal), sino por el nombre de tres primos (fundadores de la anarcobanda) de nombre Francisco, y que se saludaban como “Panchitos”.

¿Y por qué estoy divagando tanto? ¡Porque soy puro pancho! (panchero) De eso no cabe duda, aunque algo de sentido me asiste, porque el Trío Los Panchos y la banda punk de Los Panchitos fueron temas cercanos a mí (panchero nunca he sido… bueno, quizá un poco, pero nada de qué preocuparse).

Por cierto, existe un libro titulado “Nosotros los hombres ignorantes que hacemos la guerra. Correspondencia entre Francisco Villa y Emiliano Zapata”, recopilación hecha por Armando Ruiz, que pone en contexto las relaciones que se dieron entre los generales de los ejércitos del norte y del sur.

Curiosamente (¡Ay sí! ¡Ay sí!), el pueblo donde mi amigo Uvi y YoMeroMaromero hicimos un alto en nuestra travesía, fue el ejido Tierra y Libertad, lugar que ayudó a fundar mi abuelo allá por los años treinta, y que nos quedaba de paso para reabastecer provisiones. “Tierra y Libertad”, grito de lucha campesina asociada a la revolución mexicana y al "Atila del sur": Emiliano Zapata. Su cabeza (reproducción de concreto) se encuentra sobre una columna tipo romana, en una jardinera del parque. ¡Velo por dónde vine a salir!

Les iba a contar del boxeador filipino Pancho Villa, pero ya pa’qué pictes. Zapata no venía al caso, aunque haciendo memoria...