martes, 11 de octubre de 2016

Un huracán atravesando el paraíso


Cuando le dije a mi paisana Carmen Velásquez que la vida es una, y es buena, no le mentí. Sin embargo esa vida es un privilegio individual que se gasta en dos sentidos, para bien o para mal; la vida igual a las dos orillas de un río.

El huracán Matthew arrasó Haití. Miles de muertos y más de un millón de damnificados, dicen las noticias. Pero según otros datos el huracán llegó mucho antes, en el siglo XV. Y no fue tan espectacular ni avasallante, sino más bien absurdo, como resulta ser casi toda la historia de América, a donde un día llegó el huracán Cristóbal Colón, quien fue recibido por los Arahuacos (habitantes de las Antillas hacía mucho tiempo) con hierro, oro, diamantes y perros. A cambio recibieron cristal y bacterias. Desde ese día hasta hoy, los descendientes de los Arahuacos no ven mejorar su suerte.

Después de dos siglos los nativos lucharán por su libertad, hasta conseguirla, pasando del huracanado yugo español al huracanado yugo francés. Un siglo después se liberarán del huracanado yugo francés, previo pago de 150 millones de francos-oro, pago por el agravio de ser libres. Durante noventa años construirán algo parecido al progreso, hasta la llegada del  huracanado ejército estadounidense (un país sin nombre propio), arrasando y arrebatando la incipiente riqueza del pueblo. No habrá pudor en la invasión. Moldearán a su antojo el entramado antillano, y en Haití dejarán a cargo de los negocios a una finísima familia huracanada: los  Duvalier, quienes después de treinta años de sangre y lágrimas (ajenas, jamás propias) dejarán al país en la agonía. De 1988 a 1990 tendrán cuatro gobernantes, algoritmos que solo una democracia democráticamente huracanada se puede permitir, sin rubor. De esos días hasta principios del siglo XXI los golpes de estado, los exilios migración serán parte de la tradición haitiana, involuntaria.

El huracán no ha dejado de estar presente, arrojando datos indignos: Haití es la nación más pobre de toda América. Irónico si se revisan las cuentas de las donaciones hechas al país para su ayuda. Miles de millones de dólares en los últimos veinte años, dinero que debiera verse reflejado en una población de poco más de ocho millones de habitantes, donde el ochenta por ciento de la población se muere de diarrea, de parásitos, sida, y demás linduras. Hay quienes culpan al vudú, aunque lo más seguro es que sea la culpa del veinte por ciento de la población que vive en la riqueza más rica, descendientes de aquellos huracanes huracanados que no terminan de irse.

A una semana del huracán Matthew, los cubanos (solidarios desde hace décadas con Haití) han enviado a la brigada médica integrante del Contingente Internacional de Médicos Especializados en el Enfrentamiento de Desastres y Graves Epidemias “Henry Reeve” (héroe de la historia de Cuba, de origen estadounidense). Son 38 profesionales con amplia experiencia higiénico-epidemiológica, entre los que se encuentran tres médicos especialistas, diez licenciados en Higiene y Epidemiología y diez técnicos en Control de Vectores, que se sumarán a los seiscientos colaboradores cubanos de la Salud que prestan sus servicios en Haití. Faltan medicamentos, entre muchas otras cosas, pero sobra dignidad.

El Vaticano se pronunció también por la tragedia de Haití. No la histórica, sino la del último huracán. Y cuando uno supone que el Instituto para las Obras de Religión (conocido como Banco vaticano, instituto millonarísimo) se pulirá con unos cuantos millones de euros, deciden enviar (magnánimos) una sentida oración para el pueblo haitiano en la voz del papa Pancho, deseando se recuperen lo más pronto posible de la tragedia en la que se encuentran, que dios está con ellos. Yo no esperaba menos, luego de los escándalos por lavado de dinero del banco vaticano. ¡La Cosa Nostra!

Por último, recordé también aquella tarde cuando mi paisana me preguntó: “Oí vos chito, ¿sabés dónde se encuentra Surinam?”… Usted, querido lector, ¿lo sabe?

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