“Usted no es de acá”, me dijo la mujer mientras me entregaba los tacos de menudencia, cochito y camarón con huevo, en el quiosco ubicado entre Palacio de Gobierno y el Palacio Federal. Juré ser más tuxtleco que el pozol, criado en el barrio del Niño de Atocha. “Tiene usted cara de chilango, y su playera está chistosa” (chilango + playera chistosa = chilango chistoso). Volví a jurar mi “tuxtlecanía”, y de la playera también, con la leyenda: “Soy feo… pero sé cocinar”.
Y sí, soy feo. Cocino platillos básicos, nada de alta cocina. Muchos, al toparse conmigo y mi playera, me miran de reojo confirmando con distintos gestos lo dicho: pues sí está feo. ¡Al saber si cocina!
Volviendo a los tacos del quiosco, y para desviar la plática sobre mi ciudadanía coneja, le pregunté a la señora si conocía a Joaquín Cosío. Luego de unos segundos, me contestó: “¿El Cochiloco?”. Dije sí con la cabeza, porque en ese momento me empujaba el de menudencia. “¡Ay sí! Me va a decir que es usted el cochiloco”. Negué con la cabeza. “Pos sí, no es usted, porque además ni se parece”.
Una vez liberado de la menudencia, le dije que Joaquín Cosío estaría en el Museo del Café, que era cuestión de minutos, que fuera a verlo. La doña peló los ojos, emocionada. Volteó a ver a su cunca, que batía pozol. “Dejame ir a verlo al cochiloco”, le dijo a su cunca, quien respondió: “Tas pendeja vos, si a esa hora es cuando más gente hay”.
Me miró, ilusionada: “Traigalo usté acá al cochiloco, yo le invito su taco… lo amo a ese hombrón”. Yo, con la boca llena de camarón con huevo, zanahoria en escabeche y salsa matadora, dije sí con la cabeza, pero no pude cumplir. Sí... soy de lo peor.
Fernando tuvo la decencia de presentarme al escritor - actor, después de una visita comentada en el Museo del Café. Me recibió con una sonrisa mientras leía lo impreso en mi playera. “Está con madre… Yo quiero una igual”. Ni tardo ni perezoso le dije que se la regalaba. Levantó las cejas, se acarició la barbilla y dijo que sí la aceptaba. Prometí entregársela en la primera oportunidad.
Unas horas después me encontraba comiendo en Las Pichanchas (acá pueden insultarme, porque también les he fallado en eso, porque dirán que existen mejores lugares, etcétera), hablando de las bondades de las hormigas y los gusanos, del chipilín, de la pepita con tasajo y del chimbo. Le dije que si gustaba le entregaba la camiseta de una buena vez. Me dijo que sí pero que aguantara, que primero lo primero: yantar.
Por la noche, mientras el programa de radio iba con viento en popa, se me ocurrió quitarme la playera y regalársela antes de que finalizara la transmisión. Y así fue. Lo demás es lo de menos.
Me he autodenominado “doble de riesgo” del actor nayarita. Cochi ya estoy, y loco puedo ponerme con pócimas chiapanecas. ¡Que no pué!
Disculpen ustedes si no publico las fotos, pero sucede que en mi barrio no somos así.
Y sí, soy feo. Cocino platillos básicos, nada de alta cocina. Muchos, al toparse conmigo y mi playera, me miran de reojo confirmando con distintos gestos lo dicho: pues sí está feo. ¡Al saber si cocina!
Volviendo a los tacos del quiosco, y para desviar la plática sobre mi ciudadanía coneja, le pregunté a la señora si conocía a Joaquín Cosío. Luego de unos segundos, me contestó: “¿El Cochiloco?”. Dije sí con la cabeza, porque en ese momento me empujaba el de menudencia. “¡Ay sí! Me va a decir que es usted el cochiloco”. Negué con la cabeza. “Pos sí, no es usted, porque además ni se parece”.
Una vez liberado de la menudencia, le dije que Joaquín Cosío estaría en el Museo del Café, que era cuestión de minutos, que fuera a verlo. La doña peló los ojos, emocionada. Volteó a ver a su cunca, que batía pozol. “Dejame ir a verlo al cochiloco”, le dijo a su cunca, quien respondió: “Tas pendeja vos, si a esa hora es cuando más gente hay”.
Me miró, ilusionada: “Traigalo usté acá al cochiloco, yo le invito su taco… lo amo a ese hombrón”. Yo, con la boca llena de camarón con huevo, zanahoria en escabeche y salsa matadora, dije sí con la cabeza, pero no pude cumplir. Sí... soy de lo peor.
Fernando tuvo la decencia de presentarme al escritor - actor, después de una visita comentada en el Museo del Café. Me recibió con una sonrisa mientras leía lo impreso en mi playera. “Está con madre… Yo quiero una igual”. Ni tardo ni perezoso le dije que se la regalaba. Levantó las cejas, se acarició la barbilla y dijo que sí la aceptaba. Prometí entregársela en la primera oportunidad.
Unas horas después me encontraba comiendo en Las Pichanchas (acá pueden insultarme, porque también les he fallado en eso, porque dirán que existen mejores lugares, etcétera), hablando de las bondades de las hormigas y los gusanos, del chipilín, de la pepita con tasajo y del chimbo. Le dije que si gustaba le entregaba la camiseta de una buena vez. Me dijo que sí pero que aguantara, que primero lo primero: yantar.
Por la noche, mientras el programa de radio iba con viento en popa, se me ocurrió quitarme la playera y regalársela antes de que finalizara la transmisión. Y así fue. Lo demás es lo de menos.
Me he autodenominado “doble de riesgo” del actor nayarita. Cochi ya estoy, y loco puedo ponerme con pócimas chiapanecas. ¡Que no pué!
Disculpen ustedes si no publico las fotos, pero sucede que en mi barrio no somos así.
Chido loco!
ResponderBorrar