viernes, 8 de julio de 2016

Mosca



Hace un año me encontraba en la librería del FCE, leyendo el cuento La mosca (The fly), de Katherine Mansfield. Era una lectura grupal del taller literario coordinado por JMT, excelente narrador. Más de uno comentó acerca del texto, hasta que tocó el turno a un “doctor”, quien, con voz grave, afirmó: El cuento de Mansfield tiene un problema de credibilidad. JMT le pidió explicara su aseveración. Los códigos de verosimilitud en la literatura son categóricos. En mi opinión, es inverosímil que una mosca sienta atracción por un recipiente con tinta. Las moscas buscan la podredumbre, lo nauseabundo, los desperdicios. Un tintero no es creíble. 

En segundos vino a mi memoria un recuerdo de 1986, cuando formaba parte del angelical coro de la iglesia de mi colonia. Fuimos invitados a cantar en la misa que celebraría el mismísimo arzobispo Felipe Aguirre Franco, en la iglesia de la Santa Cruz, (en la entonces delegación Terán). Nuestro director, Don P, era un manojo de nervios, nos formaba de una manera, luego de otra, corregía nuestra postura y nos pedía seriedad, porque estábamos en la casa “del señor”. Llegó la hora, y créanlo o no, cantamos cual ángeles la bienvenida, el perdón y el aleluya. Después vino el canto del santo, y fue ahí donde, en menos de tres segundos, sucedió lo inverosímil.

Mientras solfeábamos: “Santooo Santooo, es el señooor…” clarito vi, a contra luz del vitral de la enorme ventana, a una mosca de lomo nacarado. Su peculiar brillo llamó mi atención. Era del tamaño de un cacahuate, que zigzagueó un par de veces antes de lanzarse, kamikaze, a la cabeza de  Don P, quien se encontraba en lo mejor de su vibrato: “… es el señooor… osanaa|”

¡La mosca se le metió hasta dentro de la garganta! Don P. abrió los ojos, sorprendido, luego miró a “monseñor”, a los asistentes, parpadeo y sin más se tragó al intruso, cerró los ojos y remató la estrofa: “… en las alturaaaaas”.

No lo podía creer. Don P. se había tragado a la enorme mosca nacarada. Al finalizar la misa se lo conté a mis cuates del coro, quienes no me creyeron. “Le preguntemos”. Fuimos hasta Don P, quien al oírnos, le dio vuelta a un enorme anillo en su dedo, y nos agarró a coscorrones, mientras huíamos de él.

No cabe duda de que la verosimilitud es al texto narrativo, lo que la verdad a la vida. ¿Es verosímil la mosca de Mansfield? ¿Es verdad la mosca tragada por Don P? Usted tiene las respuestas. “En boca cerrada no entran moscas”, dice el viejo y conocido refrán. ¿Qué fue de Don P? Sigue consagrado a la vida pastoral, aunque desconozco si todavía canta. ¿Aún canto yo? No, ese día me retiré.

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