martes, 29 de mayo de 2018

¡Capusla!

“¿Por quién vas a votar?” Por Ya Sabes Quien, contesto. Mi curioso afecto abre los ojos con desmesura, sorprendido. Parece que he revelado un gran secreto, algo que se piensa pero no se menciona. “¡No jodas, no se dice!” Sus ojos van de la sorpresa a la conmiseración. Me ve como se ve a un condenado al quien le espera el patíbulo.

Recuerdo aquella tarde cuando se me ocurrió señalar con el dedo un hermoso arcoíris coronando el cerro Mactumatzá. “¡Ya te chingaste!”, me dijeron. “¡Se te va a pudrir el dedo!” Yo, perplejo, miraba mi dedo por última vez. Fueron días y días de vigilancia sobre mi dedito de nueve años, buscando alguna señal de descomposición. Uno de mis tíos me reveló “la verdad” de aquella maldición: “Se le dice eso a los chamacos para que no señalen, porque es de mal gusto, y como no entienden, se les inventa algo malo… por ejemplo, que se le pudra un dedo; así lo piensa dos veces”.

Después de esa revelación pensaba en otras frases dichas por mis mayores: “Ve al baño antes de dormir, porque en la madrugada el diablo duerme bajo tu cama, y te jalará los pies si te levantas”. “Si te peinas frente a un espejo cuando hay truenos, te caerá un rayo”. “No vayas ahí porque espantan”. “Si dices mentiras se te van a caer los dientes”. “Si comes mucho huevo te van a salir plumas”. Pero después de aquella revelación, me acostumbré a escuchar las mil y una maldiciones que caerían sobre mí si hacía esto o aquello, incluido los pelos en la mano y las orejas calientes, luego de tirarme un pedo.

Puede usted coincidir o no conmigo, de que las aseveraciones arriba mencionadas (faltan muchas más) eran (y aún lo son) una manera de educarnos en la infancia; pero hasta ahí. En la edad adulta eso es realmente absurdo… ¿Le cuento un cuento?

Capusla* es un pintoresco país dividido en dos grupos: lobos y ovejas. Los primeros trabajan en manada para su propio beneficio, con tareas asignadas y ejecutadas a cabalidad al amparo de una Constitución originalmente escrita por las ovejas, pero enmendada y remendada por los lobos. Los segundos, las ovejas… las ovejas… bien, gracias, comen y comen, sin cultivar su pensamiento (tampoco los lobos, pero ellos controlan Capusla). Un día una oveja (adivinó, negra) decide labrarse una ideología y de a poco se revela, no se deja intimidar por los lobos ni se resigna al conformismo. En otros conjuntos de ovejas aparecen otras negras, con ideas nuevas, destacadas en inventiva y creatividad.

Los lobos se han repartido, desde los remiendos, no sólo a las ovejas de Capusla, sino también las instituciones militares, políticas y religiosas. Éstas a su vez se las dividen en fracciones, que a su vez se las dividen en fracciones, que a su vez se las dividen en fracciones, bajo el estandarte de la libertad y de la democracia. Pronto se ven los lobos con todos los derechos y pocas obligaciones, y las ovejas con todas las obligaciones y pocos derechos.

Uno de esos derechos es el sufragio, y cada uno de los lobos candidato a sustituir a otros lobos, integra a sus discursos aseveraciones como: “Si eliges al lobo amarillo cuando llueva, te caerá un rayo a ti y a tu familia”. “No votes por el morado porque espanta”. “Si votas por el azul se te van a caer los dientes”. “Votar por el lobo naranja te dejará en la miseria”. “Si escuchas mucho al color verde te van a salir plumas”. Las ovejas, confundidas, manejan su miedo con democracia desde entonces. Salir a votar, o no salir, es su dilema.

Las ovejas negras, las menos, descubren que de los pocos derechos que tienen, está el de la libre expresión (pero nadie contradice a los lobos), la libertad de prensa (pero ninguno formula las preguntas importantes ni denuncia), el derecho a reunirse (pero nadie protesta), el sufragio universal (pero menos de la mitad de las ovejas sale a votar), en resumidas cuentas esos derechos son meros conceptos por falta de uso, más que un ejercicio.

Las ovejas negras, las menos, se dan cuenta de que tanto miedo e indiferencia se debe al descenso del nivel educativo, lo que provoca una decadencia en la competencia intelectual, lo que degenera en una falta de entusiasmo por un debate sustancial donde se privilegie el escepticismo. Entonces las ovejas de Capusla apelan a la memoria, de cuando abundaban ovejas sabiondas en ciencias naturales y sociales, donde no tenían cabida los lobos, quienes hoy siguen los rastros de debilidad, el germen de corrupción y degeneración que su astucia intenta mantener abierta para seguirla cultivando y mejorándola con su malicia, y continuar así gobernando Capusla… pero eso no ocurrirá de nuevo.




*Coloque el nombre del país, estado, ciudad, municipio, ejido, comuna, barrio o casa que usted guste.

jueves, 3 de mayo de 2018

Material de los sueños


Shakespeare escribió lo siguiente en la pieza teatral La Tempestad: “Estamos hechos de la misma materia que los sueños. Nuestro pequeño mundo está rodeado de sueños”. Recuerdo esto porque de unas semanas (por no decir meses) para acá, los sueños me han habitado lúcidos, corpóreos y aromados.

No retengo la totalidad de la trama, pero sé que han sido sueños completos, y si el tiempo es largo, hasta se inician otros “episodios” distintos con finales redondos, o al menos no inconclusos… eso es lo que yo creo.

Después de contar esta situación en una reunión de café, me dijo un amigo: “Leer te ha chupado los sesos, igual que a don Alonso Quijano”. Otro me dijo que es mi inconsciente el que habla, y me pide atender los temas que sueño, otro más me preguntó si creía en dios, y otro, con tono de misterio, me dijo que era un mundo paralelo, una realidad alterna que asegura existe, porque los teóricos de los antiguos extraterrestres lo sostienen. Insisto en que son sueños “acabados”, que no me levanto con aflicciones o pendientes por resolver.

Intenté hacer “consciente” mis sueños hace dos noches. Recuerdo que soñaba en un lugar que sé es mi casa, aunque no se parece al lugar donde vivo. Miro a través de la ventana hacia un jardín donde hay muchas plantas. También hay árboles. El color verde es radiante y oloroso. Una mujer a mi lado ve también por la ventana. Me dice que está lista para marcharse. Volteo a verla y le pregunto quién es, qué hace ahí. Tiene el cabello teñido, viste de rosa oscuro (¿rojo?) y aunque no la conozco, sé qué no es ajena a mis ojos. Ella contesta que se acaba el tiempo, que debo darme prisa. Insisto en saber su nombre al menos. “No te hagas tonto”, me dice.

La ventana desaparece y estamos frente a un vehículo. “Sube”, me ordena. No lo hago. “Estoy soñando”, le digo. Ella me mira de nuevo con esos ojos que no me son ajenos, aunque no termino de reconocer su rostro. “Sé que estoy soñando, así que si no me dices quién eres, me despierto”. Ella ríe y su risa se mete en mí como algo querido, entrañable. “¿Quién eres?”, insisto, mientras comienzo a reír también, divertido por no sé qué cosa. “Contaré hasta tres, y si no me dices quién eres me despierto”, amenazo. Ella transita de la risa al hilarante llanto. Yo sigo riendo, quiero cumplir mi ultimátum, pero no despierto. Y no porque no pueda hacerlo, sino porque no quiero. Me siento tan bien ahí, rodeado de la vegetación y de ese olor a hierba tan peculiar, similar al de mi barrio en el Niño de Atocha, o al conocido en el ZooMat. No solo veo y huelo el color verde, también lo escucho y lo siento. Me despierta el apetito, me dan ganas de comer algún fruto, algo vegetal.

Ella se recarga en el vehículo y me llama. No me resisto. “Voy a escribir esto para recordarlo”, le digo mientras me acerco a ella, quien me abraza. Siento palpitar su pecho. Huelo su cabello, su piel… su rostro. “¿Quién eres?”, le pregunto, aunque ahora en tono implorante. Ella en lugar de hablar, me besa. Siento que la conozco, que es alguien de siempre. Una maga que es todas y una. Ella con mayúscula, una fuerza a la que pertenezco de alguna manera.

Despierto, tranquilo. No me queda ninguna insatisfacción después del sueño. Y aunque pregunté muchas veces no siento dudas. Algo en mi interior me da respuestas que no son verbales sino sensitivas.                     

El transcurso del día lo vivo sereno, relajado. Me digo: “Hoy que duerma me subo al carro con ella, para ver a dónde quiere llevarme”.

Hace varios sueños que la espero. Pronto contaré las lunas transcurridas. No quiero ver el calendario ni el reloj, sino el paisaje… las pequeñas cosas. También contaré los soles.

Hace ya muchos sueños que Ella no aparece. He logrado controlar mi presencia en los sueños. Estoy consciente de dónde estoy y lo compruebo saltando distancias enormes, cruzando paredes o desapareciendo. Pronto dejaré la vigilia, estoy seguro. Prometo venir a decirles adios como si los conociera.