miércoles, 15 de febrero de 2017

Que si el feisbuc...que si lo otro...


Mi experiencia con los medios electrónicos no son tan lejanas… o quizá sí. A mediados de los noventa (de un siglo que ya no existe) me inscribí en el área de auto acceso de la Biblioteca Central Universitaria. Las máquinas eran IBM, pantalla oscura, caracteres en color naranja y sistema operativo “eme ese dos”. No me fue bien en ese tiempo, porque debía ingresar comandos que olvidaba de manera regular.

En la Facultad de Humanidades se creó una sala de cómputo con máquinas del mismo tipo, a donde íbamos para capacitarnos en el manejo del mentado “eme ese dos”, y de paso realizar alguna que otra tarea. Pero un hombre antiguo como yo prefería la máquina mecánica de la biblioteca (Olympia), un verdadero armatoste.

Cargaba discos de “tres y medio” donde guardaba mis textos. ¿Y por qué, si prefería las viejas máquinas de escribir? Sencillo, porque así practicaba en clase de cómputo. Primero escribía a mano, luego en la máquina mecánica, y por último en la computadora. Después el querido Armando Altamira nos animó a escribir e imprimir una revista que llevó por título “In-Tentaciones”. Circularon varios ejemplares que se imprimían en un lado, se armaban en otro y se distribuían dentro de la facultad. En algún sitio se encuentran esos verdaderos intentos no sólo de mostrar que pudimos usar el “eme ese dos”, sino que publicamos escritos propios.

Cuando Microsoft lanzó Windows, lo que para muchos fue una chingonería, para mí fue un golpe bajo. Debía de aprender otra vez a usar un sistema operativo, así que me refugié de nuevo en los armatostes de la biblioteca, al arrullo de las teclas y la campanilla al final de la línea anunciando el cambio de renglón. Pero la verdad era que no contaba con una computadora en casa “para practicar”, solo mi vieja Olivetti, que me acompañaba desde la secundaria. Fue hasta el año dos mil que adquirí una computadora “ensamblada”, gracias a una tanda.

La manía siguió conmigo: escribir en cuaderno, transcribir en la Olimpia / Olivetti y después en la computadora. A la inversa habría sido interesante. ¿Y para qué tenía una computadora? Para “chatear” en el LatinChat, y para jugar ajedrez. También para jugar cartas, buscaminas y dibujar en “pintura de poder”. Pronto el LatinChat se volvió un infierno, ya no se podía “chatear” a gusto. Un amigo me propuso “encontrarnos” en la página del Tigre Toño, donde había un chat que nadie… de verdad, nadie usaba. Después vino el messenger de hotmail, donde perdí buena parte de mi vida. Un día noté que cada vez eran menos los amigos conectados en el chat, hasta que uno de ellos me dijo: “La mayoría se está mudando al ‘feisbuc’, primito”. Y sí, también terminé mudándome.

La primera vez que me fui del feisbuc fue por aburrimiento. Emilio me aconsejó entonces refugiarme en el mundo blogger. Fue lo más cercano para dejar la máquina mecánica, y utilizar el internet en algo que yo mismo fuera construyendo. En el feisbuc no se construye nada, al contrario, se destruye, se escandaliza, se ruboriza, se burla, se engaña. Repiten y repiten cosas ajenas y pocas veces aportan algo personal. Buscan publicar lo más “original”, lo “diferente” intentando, imagino, mostrar a los otros que ellos no son del montón...pero lo son. Hay honrosas excepciones, pero es lo menos. Si regresé fue por consejo de un ex jefe, que argumentó la utilidad del mismo para publicitar, por ejemplo, mis blogs. Así lo hice durante tres años.

La segunda vez me fui por amargado. Me cansé de las viudas del feisbuc, y de que Mark Zuckerberg no habilite un botón que diga “me vale &?#(/&%” (ya mandé mi carta). La primer razón es sencilla de explicar, y a su vez explica mi amargura. Imagine muere un destacado personaje, del ámbito que guste. Uno de mis casi dos mil “amiguis” del feis publica la noticia, y comenta la pena y el dolor que siente por la muerte de ese personaje, que lo va a extrañar porque siempre estuvo ligado a él (de alguna manera). Aparece otro de mis “amiguis” y le responde que lamenta mucho “su pérdida”, y le manda sentidos pésames. El aludido contesta “gracias, amigo”, y ¡paf! automáticamente se transforma en la viuda o viudo del personaje. Pues eso terminó de convencerme, y me marché.

Yo soy del montón de los que ya no tiene feisbuc, aunque sí blogs, “tuiter” y correo electrónico. Nada más. Ya alguien me aconsejó “meter” el contenido de los seis blogs en una página; estoy aprendiendo a construir una. Ya no uso máquina mecánica porque la perdí en una guerra, y en las bibliotecas las han cambiado por ordenadores. He logrado escribir en papel y después en computadora.  Y sí, como usted bien lo piensa, soy un amargado...o lo que usted  quiera.

martes, 7 de febrero de 2017

Leer para la vida


A principios del año de 2016 la Universidad Descartes me invitó a un coloquio literario. En su momento le pregunté a Rox cuál era la dinámica. Ella me pidió que hablara sobre Biliyin y sobre mi experiencia con la lectura y la escritura. Luego pregunté si debía llevar cuentos para leer, pero dijo: “No”, que solo con mi presencia era suficiente porque había otros dos invitados, sería cosa de charlar algunos minutos.

Esa tarde llegué a la hora indicada, con un café en la mano y el programa del coloquio en la otra. Entré a la sala que se encontraba casi llena. Localicé a Rox, nos saludamos y señaló el lugar que me correspondía en la mesa. Llegaron los otros dos invitados, conocidos míos, con sendas carpetas y libros. Yo, café en mano, miré a Rox, quien al ver mi cara de tapir acorralado, me dijo: “Tranquilo, tú puedes. Habla de biliyin y de … bla bla blá…”. Apenas la escuchaba, entretenido conmigo mismo, buscando qué decir. Esa tarde libré el compromiso saltando al vacío, y Rox (imagino contenta), profetizó: “El próximo año vendrás de nuevo al coloquio…pero solo”.

A finales del mes de enero del 2017 la profecía comenzó a cumplirse. Cuatro muchachos me citaron para una entrevista por demás divertida. Ahí me entregaron un documento invitándome para el día miércoles ocho de enero a las cinco de la tarde, en la sala Descartes, al coloquio literario 2017. Pregunté a Rox si llevaba algo para leer, pero me dijo: “No”. Ni insistí. Ahora estoy decidido a recorrer el mismo camino del año anterior, ir a la misma cafetería, llegar al lugar indicado para el coloquio, pedir un programa de mano y buscar a Rox. ¿Cábala? Quizá, aunque más bien es una cuestión circular, de reinvención. Salto al vacío.

También para esta oportunidad quisiera hablar un poco sobre Leer y Escribir. Para tal fin realicé la mundialmente desconocida “Encuesta Montañowsky”. Pregunté a varios conocidos y afectos, qué características tiene para ellos una lectora o lector promedio de libros, destacando las siguientes respuestas: su seguridad al hablar, su buena ortografía, buena conversación, observadoras, curiosas, que no temen escribir y que cuentan con una imaginación desbordada, que siempre cargan un libro entre sus cosas, que regalan libros, que se saborean ejemplares en ferias del libro y en librerías, entre otras cosas. ¿Y los que no leen? Todas la anteriores pero en sentido contrario.

En la encuesta me centré en la “lectura de libros”, pero si se tratara de “leer para la vida” ¿Qué características debería tener? Quien haya ideado realizar un viaje hacia el pasado para materializar nuestros recuerdos, hizo algo genial. ¿De qué hablo? De recordar las películas, la música, las revistas, los libros, los programas de televisión y de radio, etcétera, que significaron o significan algo en nuestra vida, y que se han quedado hasta hoy. Recuerdos que nos habitan en mayor o menor medida. En lo personal fue complicado resumir en siete minutos y medio, más de cuarenta años de mis recuerdos. Gracias a la magia de la Internet logré encontrar imágenes que me significaron algo, tantas, que tenía material para una película de más de media hora.

Cada uno debería de hacer el ejercicio de recordar qué revistas leía, qué programas de televisión miraba, qué música escuchaba, qué películas prefería. Quizá hoy elegiría mejor qué cosas ver y escuchar. Quizá fuera más lector y más escritor de lo que es ahora. Y volviendo al tema de leer para la vida, quizá logremos comprender que no existen lectores “tipo” o “modelo”, ni para buscarlos ni para construirlos. La lectura y la escritura suceden a cada instante y de muchas maneras. Por lo tanto, en el ejercicio de buscar lectores en las escuelas (y escritores), se debe de trabajar con rangos más amplios e incluyentes.

Por lo pronto me preparo para levantar los pasos hallados de la edición anterior, café en mano, con la ilusión de saltar al vacío, de compartir con los muchachos del coloquio… Por mejores charlas...