viernes, 30 de marzo de 2018

Marimba” (yo quiero un mundo…otro)


 Lo cuento porque tengo un testigo de primera mano, y mientras estemos vivos no me dejará mentir: José Luis Ozuna Molina. Lo cuento también porque terminamos en su casa, alegres, felices de borrachos bebiendo a sus costillas.

Horas antes, en la ciudad mágica de Chiapa de Corzo Jorge Bocannera, Juan Felipe Robledo Cadavid, Cheluis y YoMeroMaromero estábamos discutiendo sobre dónde se ven los atardeceres más espectaculares. En el restaurante la música de marimba no paraba. Una tras otra, a mansalva. Nos servimos casi de todo. No había necesidad de comer fuera, porque el hotel cubría las necesidades más apremiantes de los dos poetas, sin embargo el motivo lo ameritaba: habían ungido a Cheluis de director. La tercera en discordia era Natalia Toledo, que no llegaría sino hasta el día siguiente.

            Les contaba que en Chiapa de Corzo nos servimos cuanta ricura gastronómica encontramos. También bebimos cervezas y una marimba nos agasajó con las piezas más chipocludas de la región. Jorge nos contó del exilio, de su vida clandestina en el barrio bravo de Tepito, donde “jugaba fútbol con los del barrio, entre las carpas del tianguis”, nos dijo. Juan Felipe buscaba y rebuscaba en una antología que antes nos había obsequiado el poeta de Bahía Blanca, hasta que halló lo que quería. Nos pidió atención para leer “Marimba”. Leyó a lo colombiano, emotivo, cercano. Jorge Boccanera no pudo evitar las lágrimas. A Cheluis y a mí nos coyoleaban los ojos. Había sido una lectura irrepetible de un poema poderoso.

Se nos había calentado no solo el corazón, sino también el hocico, de ahí que decidiéramos culminar el día en casa de Cheluis. ¿Qué van a beber? Preguntó el contador, seguro del contenido de su cava. Cada uno pidió a su antojo y a cada uno le fue concedido su deseo.  Bebimos, recitamos poemas, cantamos, escuchamos tangos y decidimos que a Neruda no podría tocarlo nadie nunca.

Me animé a contarle a Jorge Boccanera que alguna vez, a finales de los ochenta, compré un libro suyo a un costado de la catedral de San Marcos. Me aprendí de memoria algunos poemas y después me atreví a ponerle música a uno de ellos. Boccanera me veía, incrédulo. “Cantala”, me dijo. Canté un poco: Yo no quiero una carta a media luz, ni un abrazo que me diga que te vas, pero te quedas. El poeta me vio, condescendiente, me dijo que era buena para ser de un poema tan doloroso y que ya antes le habían cantado otros sus textos, por ejemplo, Silvio Rodríguez, y nos dijo que su padre había sido un destacado compositor de tangos, dicho lo anterior, se puso a cantar.

Para mí fue cerrar un círculo. La edición que compré en aquel entonces era sencilla y, si me apuran, pirata. No había foto ni reseña del autor. Yo había recitado esos versos durante años y esa noche estaba con quien los había pergeñado. Estaba compartiendo no solo poesía, sino humanidad. Veinte años transcurridos desde aquella tarde hasta esa noche para  hallarme con alguien admirado. Me considero un afortunado porque he convivido con personas que admiro, en distintos ámbitos.

¿No conocen Marimba, de Jorge Boccanera? Faltaba menos… se los comparto:




Marimba



Este es un poema tirado por caballos.

Voy de pie / voy aullando

una palabra brilla sobre mi lengua seca, polvorienta

quiere trazar sus círculos concéntricos en un agua que cante

¡arre caballos!

llevo “todo el hocico en llamas como un feroz ladrido” (bendito Mallarmé)

Yo soy el payador sobre cubierta

apretando una viola frente a la ciudad en ruinas

dejen libre la calle, ¡no canto porque sí!

yo busco un mundo / otro

yo no enumero la cristalería

quiero hacerla pedazos



Este es un poema tirado por caballos

vean arder mi látigo sobre el viejo tambor de la poesía

háganse a un lado...

cargo un espinazo,

un fósil atado con alambre,

un enfermo de amor,

una huesera al rojo vivo,

una tumba de besos al fondo de mi carne

con este poema vago / divago / briago



yo payador, las riendas, el párpado a los tumbos

¿equivocado?

como el que abrió un paraguas que el sol derribó a besos

como el ciego que jura por la luz que lo alumbra

¡a contrapelo vamos!

volando

¿acaso alguien vio un sueño tirado por caballos?

¿un tatuaje en el muslo que arrastran por el cielo?

ahora se puede ver

no hay imposibles en el vértigo de una cama de bronce

(tirada por caballos)

donde salo tu carne de mujer



¡arre malditos vamos!

agiten sus collares de sangre

llevo espuma en la boca,

una navaja en cada mano llevo,

hilachas de otro rostro ganadas con sudor,

y un anzuelo de plumas,

y un as de pocas pulgas

yo quiero un mundo / ¡otro!



Este es un poema tirado por caballos

este es el payador sobre cubierta

el espectáculo de la persecución estalla

y vienen ya las aves de rapiña,

y las aletas de los tiburones,

y asoma la lava del volcán,

y un derrumbe de piedras con el rostro de aquella...

por eso ¡arre caballos!

hay que apretar el paso,

yo espuelas, yo cananas, yo polainas, yo arenga

atravesando sueños que se anudan en amargas regiones,

osamentas de voces de bruces en la tierra



el paisaje / el lenguaje

(no hay quien tome nota de esta respiración agitada)



cerca del carromato se agrietaron las calles.

Nos sigue un ulular...

nos embiste lo incierto

(en el paquete del futuro no hallarás más que una muleta)



¡no entienden que yo quiero un mundo / otro!

yo cabriola,

yo baile,

yo marimba,

yo quiero el poema planeando sobre mi cabeza

mi cuello en libertad



Este es un poema tirado por caballos,

van mis muertos aquí

sus huesos hablan con el frío

este es el payador sobre cubierta

sobre sus ojos una ciudad en ruinas

alguna vez su lengua fue un pedazo de trapo

frente al cuerpo de la belleza

ahora quiere cantar

y dice

y grita

¡que nadie se me cruce...!

voy alerta, de pie, pañuelo rojo

funyi / cuchillo / banderola

atravesando sedas que se recuerdan en una antigua danza

ángeles de chatarra engominados

cortinados movidos por un guante vacío

... y una cifra tristísima de gente que no está



yo soy el payador sobre cubierta

“mis versos van revueltos y encendidos como mi corazón”

debo enterrar palabras en el fuego,

urge que entregue un par de cartas,

urge que llegue a un mitin,

debo entonar un himno,

urge que escuche a mi hijo su primera palabra

cuando Yazmín, lo abriga con sus plumas de asombro



no quiero la palabra saciada de sí misma

ni la verdad dorada, donde no cruje un pájaro

no quiero almacenar saliva,

ni la tos delicada que recoje su aplauso

quiero besar el caos

los escombros del cielo no me dan de beber



yo soy el payador que quiere un mundo / otro

y busca en el polvo del poema, acaso una respiración inútil, boca a boca

quizás un vaso de sangre donde no quepa ni una sola gota de miedo

así de día / tantos días que abro los ojos en el barro



¿huir de este poema?

¿arrojarme al vacío?

¿tirarme por la borda?

¿en los brazos de quién?

¿de qué supuesta pureza?

¿en qué animal de signos que no sea este relámpago?



el lenguaje / el paisaje.



¡No me muevo de aquí!

Va echando chispas este sueño

vi desfilar al miedo / la infamia / el verso flaco,

los ojos van vendados debajo de los ojos,

la boca amordazada debajo de la boca y una lengua estaqueada a mitad del silencio



yo soy el payador sobre cubierta

¡no canto porque sí !

porque tal vez humeando entré a la vida



Este es un poema tirado por caballos

cruza bajo los grandes árboles de la historia

entre los delicados gestos de los mortales

voy de pie / voy aullando



yo quiero un mundo / ¡éste!

yo me quito el sombrero

¡buenos días señora del placer!

¡arrabales salvajes / buenos días!.

martes, 13 de marzo de 2018

Un circo


Hace horas descubrí una pequeña fotografía de mi MiniMí, embelesado, viendo no sé qué en un circo de los Atayde. Recuerdo ese momento, fue una foto a mansalva, sin previo aviso y con el flash a tope. A la salida me esperaba la fotógrafa, impune, con el rostro de MiniMí dentro de un llavero de plástico. “Son cuarenta pesos”, me dijo. No discutí el precio. Estaba en un circo.

De niño me atraían demasiado los circos. Conocer a los payasos era divertidísimo y los trapecios y sus malabares, una emoción diferente. Ver a los caballos u otros animales hacer algún truco no me atraía tanto, quizá porque veía animales desde niño en el pueblo de mis abuelos. ¿Qué de maravilloso tenía un caballo saltando cubos de madera? Los leones y tigres tampoco, y no porque también los viera seguido en el pueblo, sino porque siempre estaban, o dentro de una jaula, o fuera de ella, pero encadenados. Conocí en Tuxtla el circo de Capulina (por ahí debe andar una foto del buen Capulina, autografiada), de Cepillín, de La Chilindrina, entre otros. Debo de agradecer a mis tíos el haberme llevado al circo.

Pero lo mejor me sucedió en aquellas largas vacaciones escolares, en el pueblo. Justo detrás de la casa de mis abuelos se comenzó a instalar un circo. Yo lo imaginé enorme, iluminado, con todo lo que ya conocía de ellos. Descendí por “la bajadona” (una calle empinada)  para ver el armado. En realidad no era tan grande, más bien pequeño. Por primera vez conocía un circo “de media carpa”. Tal cual. Estaba literalmente partido por la mitad.

Supe que estarían una semana en el pueblo, y después se marcharían. Fui con mis primos el día del estreno, y no encontré nada especial. No hubo trapecistas, solo una mujer que caminaba por una cuerda floja, que estaba a un metro del suelo; un domador asustando a una pareja de felinos más flacos que “Colillo”, nuestro perro; un caballo enano, dando vueltas en la media pista del medio circo, con niños encima. Fue el payaso (muy parecido al domador) quien salvó la noche, no solo por su rutina cómica, sino por sus malabares con el trompo. ¡Qué cosa! Quedé encantado.

A la mañana siguiente estaba afuera del circo, trompo en mano, queriendo conocer al señor payaso. No sé qué cara me vieron, pero me invitaron a estar con ellos. En un par de días hice amistad con los hijos del señor payaso y la señora cuerdafloja. Aprendí a levantar el trompo con el cordel y cacharlo con la palma o con el hombro. Aprendí también a “pasearlo” de un lado a otro del cordel y a lanzarlo y cacharlo sin que tocara el suelo. Me sentía realizado. Veía mi futuro ligado al circo… aunque fuera de media carpa. Tenía el dedo morado de tanto lanzar el trompo, porque me había dicho el señor payaso que la práctica hacía al maestro.

En uno de tantos ensayos escuché la plática entre mi abuela y mi tía, quienes comentaban sobre la extraña desaparición de perros y gatos en el pueblo. Temí por nuestro querido “Colillo”, que era un perro “eléctrico” pero adorable, obediente y buen guardián de la casa. Me fui al parque y justo debajo del busto de Emiliano Zapata, mis amigos comentaban que no solo estaban desapareciendo gatos y perros, sino también marranos. ¿Sospechosos? Adivinó: El circo de media carpa.

A la mañana siguiente bajé a buscar al señor payaso y a la señora cuerdafloja, pero solo encontré el olor de los leones. Mucho se dijo después, pero no me importó. Yo había sido feliz.

Las vacaciones terminaron y regresé al barrio del Niño de Atocha con nuevos trucos, actos que eran mero entretenimiento antes de comenzar la verdadera batalla por sacar trompos de la olla, picarlos con furia y hacerlos zumbar, imponentes, después de partir en dos a un contrincante.