martes, 18 de octubre de 2016

"Querido doctor Harrison...



...me tienes en la lona. Intento no comer azúcares pero los malditos me persiguen, implacables. Cuando celebro (ingenuo) algún hallazgo alimentario libre de eso que tú me has recomendado consumir en su mínima expresión, reviso la etiqueta (no puedo evitarlo) y descubro un derivado o sinónimo de "azúcar". Soy compulsivo, doctor, lo sabes, y no pude evitar algunas minucias sobre dicha palabra. ¿Se dice el azúcar o la azúcar, doctor? Si me toca decidir, digo que se invoque como mejor le plazca a quien la invoque. Entro en conflicto cuando uso el artículo masculino y el adjetivo femenino al escribir "el azúcar morena". Mi vecino, rústico hasta en la mirada, sostiene (con entereza, debo reconocerlo) que en su familia siempre se ha dicho "la azúcar". Como verás, doctor, a la hora de escribir "la azúcar morena", caigo en la zanja de las "cacafonías". Sí, lees bien: ¡cacafonías! (en otra carta te contaré de la construcción de mi propio diccionario de términos, que hará temblar a la RAE). En resumen, me apego a la licencia vernácula que reza: "la palabra es de quien la palabrariza" (otro término de mi proyecto de diccionario novísimo).

Cuando Celia Cruz gritaba “¡Azúcar!” bien pudo gritar sinónimos de esa palabra maldita. Imagínate, querido doctor, que a media rumba gritara “¡Dextrosa!”… “¡Sacarina!”… “¡Glúcido!”, o melaza, glucosa, carbohidrato, miel, maltosa, melcocha, arropía, caramelo, jarabe, endulcorante, sacarosa, aspartano, neotame, asesulfano K, Neohesperidina dihidrocalcona, sucralosa, entre otras linduras propias de la hechicería neoliberaloide.

Luego de aquella fatídica tarde, cuando rompí todas las marcas triglicéridas y glucosas (que el mismísimo Ben Johnson envidiaría), navegué al día siguiente por Internet, buscando los alimentos menos “peligrosos”, resultando la mandarina, la toronja y la manzana (del color que fuera). Lo demás estaba “maldito”. Curioseando, me dispuse a leer qué rollo con la sacarina, y resultó un derivado del petróleo. Sí, como lo lees, y su abuso puede provocar cáncer en vejiga y riñones, comprobado por humanos, consumidores empedernidos de sacarina en sus diferentes presentaciones.

Debo de reconocer que me preocupó, aunque solo un poco. Recordé el libro biográfico de Jim Morrison: Nadie sale vivo de aquí, y me volvió la calma al cuerpo, además, yo ni la consumo. Pero te respeto, doctor, y la disciplina es algo que raya en lo sagrado, así que seguí mi búsqueda.

Transcurridas 24 horas de no consumir más azúcar que el de las mandarinas, las toronjas y las manzanas, comencé a sufrir los primeros síntomas: mareo y dolor de cabeza. El cuerpo me reclamaba su dosis cotidiana. Le siguieron la ansiedad, la comezón en los brazos y el repentino cambio de humor, que fue tendiendo a la furia y a la frustración.

A la menor provocación revisaba las etiquetas de latas, cajas y envoltorios, en casas y en tiendas de prestigio. Una tarde, en una borrachera moderada entre contemporáneos de la secundaria (suelo olvidar de manera sistemática cualquier borrachera, propia o ajena, además no bebí porque la cerveza contiene azúcar, ni comí jochos ni catsup ni picante, ni mostaza ni mayonesa, ni pan), alguien me dijo: “Come galletas saladas”. Yo, en el aturdimiento de los síntomas arriba mencionados, que en esos días me atacaban de manera legionaria, acepté. Doctor, reconozco que fui cegado por la desesperación, cual adicto, y hasta llegué a decirme: "solo es una galleta salada". Abrí un paquete pequeño, saqué una pieza, y mientras me la llevaba a la boca, leí que tenía la asombrosa cantidad de casi un gramo de azúcar. ¡Casi un gramo! Lancé lo más lejos que pude las galletas. ¿Paranoia? Quizá, pero doctor, tú sabes que soy inofensivo,  ¿verdad?

Lo que te cuento a continuación no es producto de mi falta de azúcar, pero sospecho existe  una conspiración gubernamental o alienígena sobre nosotros. Casi todos los alimentos contienen azúcar o derivados de ésta…o éste…o ésto…o lo que sea. Hay azúcar hasta en los cigarros. Sí, doctor, tal cual. Los malditos productores le ponen más miel o azúcar a la hoja de tabaco, para hacerla más adictiva. Al ser abrasada por el fuego, esos azúcares (azúcaras?) se transforman en acetaldehído (que tú sabes es carcinógeno), sustancia que también está en muchos alimentos, además de bebidas fermentadas. ¡Doctor, estamos en las garras de la droga legal más consumida y mortal! Es publicitada en revistas, catálogos, diarios, radio, televisión, la web, en todos lados. No te escapas de ella ni por asomo.

Dice la sospechosa OMS que debes consumir un promedio de 50 gramos diarios como máximo (unas 12 cucharadas cafeteras). Pero cómo atender ese máximo, si todo lo que te comes o bebes, ¡tiene azúcar! Si lo fumas, te lo untas, lo inyectas o medicas. De nada sirve la recomendación en letras chiquitas que dice: Come frutas y verduras.

Sé lo que piensas sobre mi rayana locura, y tal vez sea cierto, pero te prometo que no caeré tan fácil. La raza humana está mutando. Vale madres la polución, la deforestación, la extinción de animales, la hambruna, el calentamiento global, las religiones y sus diferencias, el fútbol (que es igual de sagrado), los zancudos modificados, los memes sobre Peña Nieto, las balas, los cárteles y las drogas que, delante del azúcar, se vuelven ridículas.

Me estoy preparando, doctor, para el azucarado apocalipsis. Aprovecho para confesarte que he vuelto a fumar, pero no tabaco. Dentro de poco saldrán los zombis a cazar el o la azúcar. Poco importará su género gramatical, solo su nombre, sus muchos alias tras los que se oculta desde hace años agazapado, voraz y silencioso.

Doctor...compadre... amigo... te abrazo, azucarado.

martes, 11 de octubre de 2016

Un huracán atravesando el paraíso


Cuando le dije a mi paisana Carmen Velásquez que la vida es una, y es buena, no le mentí. Sin embargo esa vida es un privilegio individual que se gasta en dos sentidos, para bien o para mal; la vida igual a las dos orillas de un río.

El huracán Matthew arrasó Haití. Miles de muertos y más de un millón de damnificados, dicen las noticias. Pero según otros datos el huracán llegó mucho antes, en el siglo XV. Y no fue tan espectacular ni avasallante, sino más bien absurdo, como resulta ser casi toda la historia de América, a donde un día llegó el huracán Cristóbal Colón, quien fue recibido por los Arahuacos (habitantes de las Antillas hacía mucho tiempo) con hierro, oro, diamantes y perros. A cambio recibieron cristal y bacterias. Desde ese día hasta hoy, los descendientes de los Arahuacos no ven mejorar su suerte.

Después de dos siglos los nativos lucharán por su libertad, hasta conseguirla, pasando del huracanado yugo español al huracanado yugo francés. Un siglo después se liberarán del huracanado yugo francés, previo pago de 150 millones de francos-oro, pago por el agravio de ser libres. Durante noventa años construirán algo parecido al progreso, hasta la llegada del  huracanado ejército estadounidense (un país sin nombre propio), arrasando y arrebatando la incipiente riqueza del pueblo. No habrá pudor en la invasión. Moldearán a su antojo el entramado antillano, y en Haití dejarán a cargo de los negocios a una finísima familia huracanada: los  Duvalier, quienes después de treinta años de sangre y lágrimas (ajenas, jamás propias) dejarán al país en la agonía. De 1988 a 1990 tendrán cuatro gobernantes, algoritmos que solo una democracia democráticamente huracanada se puede permitir, sin rubor. De esos días hasta principios del siglo XXI los golpes de estado, los exilios migración serán parte de la tradición haitiana, involuntaria.

El huracán no ha dejado de estar presente, arrojando datos indignos: Haití es la nación más pobre de toda América. Irónico si se revisan las cuentas de las donaciones hechas al país para su ayuda. Miles de millones de dólares en los últimos veinte años, dinero que debiera verse reflejado en una población de poco más de ocho millones de habitantes, donde el ochenta por ciento de la población se muere de diarrea, de parásitos, sida, y demás linduras. Hay quienes culpan al vudú, aunque lo más seguro es que sea la culpa del veinte por ciento de la población que vive en la riqueza más rica, descendientes de aquellos huracanes huracanados que no terminan de irse.

A una semana del huracán Matthew, los cubanos (solidarios desde hace décadas con Haití) han enviado a la brigada médica integrante del Contingente Internacional de Médicos Especializados en el Enfrentamiento de Desastres y Graves Epidemias “Henry Reeve” (héroe de la historia de Cuba, de origen estadounidense). Son 38 profesionales con amplia experiencia higiénico-epidemiológica, entre los que se encuentran tres médicos especialistas, diez licenciados en Higiene y Epidemiología y diez técnicos en Control de Vectores, que se sumarán a los seiscientos colaboradores cubanos de la Salud que prestan sus servicios en Haití. Faltan medicamentos, entre muchas otras cosas, pero sobra dignidad.

El Vaticano se pronunció también por la tragedia de Haití. No la histórica, sino la del último huracán. Y cuando uno supone que el Instituto para las Obras de Religión (conocido como Banco vaticano, instituto millonarísimo) se pulirá con unos cuantos millones de euros, deciden enviar (magnánimos) una sentida oración para el pueblo haitiano en la voz del papa Pancho, deseando se recuperen lo más pronto posible de la tragedia en la que se encuentran, que dios está con ellos. Yo no esperaba menos, luego de los escándalos por lavado de dinero del banco vaticano. ¡La Cosa Nostra!

Por último, recordé también aquella tarde cuando mi paisana me preguntó: “Oí vos chito, ¿sabés dónde se encuentra Surinam?”… Usted, querido lector, ¿lo sabe?