MiniMi extiende la tortilla, le echa sal y luego la enrolla entre sus palmas para "deliciar" un taco casi perfecto, en la cocina económica "Karla", la más chinguetas de Tuxtla de los Conejos. Después, sin querer pero queriendo, me lanza la pregunta de fin de año: "Papá, ¿qué harías si fueras presidente de México?".
Trago el bocado de arroz, principal protagonista de mi espléndido guiso de puerco en verde, cocido a la perfección, para responder: "vendería el país".
MiniMi se prepara otro taco en silencio. La misma afonía se escucha en las otras mesas. Entonces me veo en la necesidad de explicarle mi aseveración, amén del guiso de puerco en verde: “No creas que es una idea nueva. Desde la llegada de los españoles, la compra y venta de tierras ha sido nuestra herencia más triste. Hoy tenemos una cantidad infinita de problemas, de carestías, de atrasos y de abusos”.
MiniMi bebe su jamaica, luego suspira, y me dice: “Ya le escribí la carta a santaclós, y estoy pensando quedarme despierto para ver si es él quien viene, o son los papás los que traen los regalos”. Lo miro, se ríe, reímos, le confieso que lo amo, y él me asegura, a su manera, que soy correspondido.
En casa, mientras termino de armar el texto para la columna del Carruaje, sobre Lennon y un testigo inédito de su asesinato, viene a mi mente la pregunta de MiniMi. Me sirvo medio vaso de mezcal, mientras localizo el libro de Lucas Alamán sobre Historia de México. ¿Qué busco? Noticias de Santa Anna y la venta de La Mesilla. Sé que mi idea de vender México no es genuina, Don Antonio lo hizo un 30 de diciembre de 1853, al vender a los gringos 76 mil 845 metros cuadrados de territorio mexicano por 10 millones de pesos (de los cuales se embolsó siete, para variar). Acá les cuento que en esos tiempos un peso valía un dólar. Es más, les comparto que en esa época el peso mexicano era una moneda válida en Canadá, Filipinas y Centroamérica, además de Japón. Si, lee usted bien: Japón, donde la moneda mexicana era troquelada con un símbolo particular, para hacerla legal.
Pero me estoy extraviando. Vuelvo al concepto de la venta de una parte de la república mexicana. No confundir con la venta de los derechos para explotar recursos de nuestro país, sino de la venta pura y dura de un territorio que cambió de color y de bandera. En suma: si Santa Anna lo hizo, ¿por qué no hacerlo otra vez?
Dispongo otro medio vaso de mezcal oaxaqueño, mientras imagino la negociación de compra-venta con los países más poderosos. Intento el avalúo de la producción agropecuaria e industrial (descontando la deuda externa, si hablo con Trump). Las cifras se me confunden. Me preparo otro medio vaso de mezcal, y entonces cambio de idea, ¿para qué vender la república mexicana? Es mejor vender Chiapas. ¡A güevo! La deuda a la Federación asciende a 12 mil 750 millones de pesos, que traducido a dólares, euros, yen, libra esterlina, marco, dírham, yuan o rublos, se transforma en una cantidad ridícula. ¿Y cuánto genera de ganancia Chiapas? La nada despreciable cantidad de 236 mil 670 millones 590 mil pesos, datos recientes del Producto Interno Bruto de la entidad (saque sus cuentas en la moneda de su preferencia, y verá que sí es negocio).
Me sirvo otro vaso de mezcal, convencido de vender Chiapas. No hallo otra manera de remediar la situación actual del estado. Recuerdo a un tío cuando, entre risas, comentaba que Santa Anna no había hecho mal en vender, sino que hizo mal en no venderlo TODO. (nosotros no cometeremos ese error). Así, ¿quién recordaría nuestro tragicómico pasado? Quizá estaríamos hablando japonés, árabe, chino, inglés o alemán… o ruso.
¿Que ya estoy bolo? Sí, creo que sí, pero estarán de acuerdo que vender es lo más sensato. Chiapas tiene una superficie de 73,311 km², casi la superficie de La Mesilla, pero con una riqueza paradisíaca. ¿Tons? Habrá que comenzar a escuchar ofertas del extranjero. ¿O no? ¡Salud!
Trago el bocado de arroz, principal protagonista de mi espléndido guiso de puerco en verde, cocido a la perfección, para responder: "vendería el país".
MiniMi se prepara otro taco en silencio. La misma afonía se escucha en las otras mesas. Entonces me veo en la necesidad de explicarle mi aseveración, amén del guiso de puerco en verde: “No creas que es una idea nueva. Desde la llegada de los españoles, la compra y venta de tierras ha sido nuestra herencia más triste. Hoy tenemos una cantidad infinita de problemas, de carestías, de atrasos y de abusos”.
MiniMi bebe su jamaica, luego suspira, y me dice: “Ya le escribí la carta a santaclós, y estoy pensando quedarme despierto para ver si es él quien viene, o son los papás los que traen los regalos”. Lo miro, se ríe, reímos, le confieso que lo amo, y él me asegura, a su manera, que soy correspondido.
En casa, mientras termino de armar el texto para la columna del Carruaje, sobre Lennon y un testigo inédito de su asesinato, viene a mi mente la pregunta de MiniMi. Me sirvo medio vaso de mezcal, mientras localizo el libro de Lucas Alamán sobre Historia de México. ¿Qué busco? Noticias de Santa Anna y la venta de La Mesilla. Sé que mi idea de vender México no es genuina, Don Antonio lo hizo un 30 de diciembre de 1853, al vender a los gringos 76 mil 845 metros cuadrados de territorio mexicano por 10 millones de pesos (de los cuales se embolsó siete, para variar). Acá les cuento que en esos tiempos un peso valía un dólar. Es más, les comparto que en esa época el peso mexicano era una moneda válida en Canadá, Filipinas y Centroamérica, además de Japón. Si, lee usted bien: Japón, donde la moneda mexicana era troquelada con un símbolo particular, para hacerla legal.
Pero me estoy extraviando. Vuelvo al concepto de la venta de una parte de la república mexicana. No confundir con la venta de los derechos para explotar recursos de nuestro país, sino de la venta pura y dura de un territorio que cambió de color y de bandera. En suma: si Santa Anna lo hizo, ¿por qué no hacerlo otra vez?
Dispongo otro medio vaso de mezcal oaxaqueño, mientras imagino la negociación de compra-venta con los países más poderosos. Intento el avalúo de la producción agropecuaria e industrial (descontando la deuda externa, si hablo con Trump). Las cifras se me confunden. Me preparo otro medio vaso de mezcal, y entonces cambio de idea, ¿para qué vender la república mexicana? Es mejor vender Chiapas. ¡A güevo! La deuda a la Federación asciende a 12 mil 750 millones de pesos, que traducido a dólares, euros, yen, libra esterlina, marco, dírham, yuan o rublos, se transforma en una cantidad ridícula. ¿Y cuánto genera de ganancia Chiapas? La nada despreciable cantidad de 236 mil 670 millones 590 mil pesos, datos recientes del Producto Interno Bruto de la entidad (saque sus cuentas en la moneda de su preferencia, y verá que sí es negocio).
Me sirvo otro vaso de mezcal, convencido de vender Chiapas. No hallo otra manera de remediar la situación actual del estado. Recuerdo a un tío cuando, entre risas, comentaba que Santa Anna no había hecho mal en vender, sino que hizo mal en no venderlo TODO. (nosotros no cometeremos ese error). Así, ¿quién recordaría nuestro tragicómico pasado? Quizá estaríamos hablando japonés, árabe, chino, inglés o alemán… o ruso.
¿Que ya estoy bolo? Sí, creo que sí, pero estarán de acuerdo que vender es lo más sensato. Chiapas tiene una superficie de 73,311 km², casi la superficie de La Mesilla, pero con una riqueza paradisíaca. ¿Tons? Habrá que comenzar a escuchar ofertas del extranjero. ¿O no? ¡Salud!
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