lunes, 12 de septiembre de 2016

Y retiemble en su centro la Tierra.

¡Septiembre, mes de los símbolos patrios! Imagine que se encuentra en el Siglo XVIII, de pie a un costado del escritorio de madera, donde la luz de un candelabro ilumina el rostro del atribulado poeta Francisco González Bocanegra, quien escribe las estrofas de lo que a la postre resultará ser el Himno nacional mexicano. Es el año de 1853, el poeta potosino tiene veintitrés años. Su caligrafía es apresurada, y en consecuencia, confusa. En honor a la verdad, no es él quien escribe, sino un antiguo poeta celta que, desde el inconsciente, lo posee. Horas después termina. Faltará la música.

De 1853 hasta 1943, las estrofas son mutiladas a discreción, de acuerdo al humor del encargado en turno. En ese trajín se comete una falta insignificante, transcrita y masificada, después por decreto de Manuel Ávila Camacho. La frase: “…y retiemble en sus ‘antros’ la tierra…”, se transforma en “…y retiemble en sus ‘centros’ la tierra…”, recitada y cantada durante más de setenta años en escuelas, instituciones, y en encuentros de toda índole.

¿Y qué jalada es ésta?, dirá usted, (con justa razón). Deje le cuento. Hace diez años me encontré con un libro de Gonzalo Celorio, titulado Y retiemble en sus centros la tierra (Tusquets Editores, Colección Andanzas). No haré la reseña del libro, basta y sobra con la escrita en Internet. Quiero contarles cuando el maestro de literatura Juan Manuel Barrientos reflexiona sobre esa frase del Himno. El personaje menciona la falta cometida a la hora de transcribir la palabra “antros”. En aquellos días la escritura era cursiva, trazos unidos por líneas continuas y a veces exageradas, hasta agotarse la tinta del cálamo.

Quizá el poeta mexicano, a la hora de escribir “antros” no alcanzó a cerrar el óvalo de la “a”, dando la impresión de ser la sílaba “ce”, lo que provocó la confusión por la palabra “centros”. Créalo, o no, tiene una lógica elemental, expuesta por Celorio a través del profesor Barrientos. Pero para llegar a esa lógica, lo invito a buscar el significado de la palabra Antro. No se enganche con la primera definición, recuerde que usted está en el Siglo XVIII, no en estos tiempos, que significa algo así como: local  frecuentado por delincuentes y personas de mala reputación, o vivienda sucia y de mal aspecto. En aquellos días Antro significaba cueva o caverna. De ahí que el adjetivo posesivo sus esté antes del sustantivo antros.

¿Y qué de la palabra Centro? Pues vayamos de nuevo al diccionario, y es casi seguro encuentre algo parecido a esto: punto equidistante de todos los de una circunferencia, o de la superficie de una esfera. Dicho lo anterior, no es posible que “retiemble en sus centros”, porque el centro es uno, y si piensa usted que la palabra tierra se refiere al planeta, con mucha más razón, aunque para eso debería escribirse con “T” mayúscula, pero no es así. Es simple y llana tierra, territorio, nación… ¡patria pues! Tampoco cabe decir “…su centro la tierra…”, porque Bocanegra no escribió eso.

Los antros son cavernas (o cuevas) que sí existen bajo la tierra…o la patria, como mejor le agrade. Acá he de confesarles mis magras sospechas, que apuntan a Jaime Nunó, quien al año siguiente le puso música a las estrofas del poeta potosino. En la partitura, debajo del pentagrama aparece transcrita cada palabra, colocada de acuerdo a las notas escritas. En una partichela aparece el gazapo comentado, aunque solo es sospecha mía, nada me consta. La novela de Gonzalo Celorio deja esa perla para el análisis, en medio de una trama llena de cantinas y edificios en el centro histórico de la Ciudad de México.

Bastante tengo con la palabra “bridón”, una perfecta desconocida en el ochenta por ciento de los mexicanos (cálculo Montañosky), cantada desde el kínder hasta la universidad, y más allá, cuantimás la palabra centros por antros… total, así es México: “valeverga”
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