lunes, 12 de noviembre de 2018

Musa


Hoy es el día nacional del libro, y también es día del cartero. Sobre lo primero les cuento que lo festejé el pasado viernes 9 de noviembre, en uno de los salones de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Facultad de Humanidades, Campus IV, de la Universidad Autónoma de Chiapas. Digo que lo festejé porque eso fue, un festejo; me explico.


Tengo el privilegio de contar con la amistad de Luciano Villarreal (docente de la facultad), quien me invitó para estar con él ese viernes tan oscuro (para mí, no para él). No cabe duda de que la vida es un carnaval y en eso el destino nada tiene que ver, por eso acudí, gustoso, para "charlar" con los alumnos de nuevo ingreso. Los vi y me vi. Les hablé y me hablé. Los celebré y me celebré. Rieron y reí, de mí y con ellos (pinche destino). 


Tuve un atisbo de lucidez mientras Luciano, generoso, me presentaba con las muchachos y los muchachas. Me dije: "Hugo, estás volviendo al mismo salón donde llegaras hace veintiséis años creyendo haber leído todo y saberlo todo". En un instante cruzó por mi mente la frase: "Yo soy lector, y si ustedes no leen, a mí, ¡me vale madres!" Esa latencia oscura que me habita desde hace días estuvo a nada de quebrarme, pero reaccioné: "Hugo, desde la construcción, nunca desde la destrucción".


Todas las palabras para todos, todas las lecturas y todas las escrituras para todos, no para que todos sean escritores, sino para que nadie sea esclavo. Luego leí el manifiesto de Tinta Chida, que apuntala rebien la aseveración anterior, agregando mis breves experiencias con la lectura y la escritura durante estos años, que han hecho de mí lo que esa tarde - noche estaba frente a ellos: Hugo. Después Juventino, también generoso, regaló una playera y vendió varios libritos con cuentos ultracortos de mi autoría. 


Ya estaba contento con haber asistido esa tarde, después de cruzar el tráfico de la ciudad idiota. Finalicé mi intervención y entonces Luciano, con una impunidad admirable, me regaló una botella de tequila, que sentí venía con la energía de todos los ahí presentes. En ocasiones anteriores, cada vez que estoy frente a grupos numerosos termino agotado. Pero esta vez fue al contrario, me sentía pleno de energía desde que llegué, y esa energía fue subiendo hasta el final, cuando firmé autógrafos. ¡La vida es un carnaval! (pinche destino)


Hoy vuelvo a la dura sombra de la nostalgia, a la oscuridad del desamor más duro. Desde hace rato soy huérfano de ciudad, llegando tarde a todo, sin tener más que éste que soy, seguro de que hasta el destino se ha marchado lejos de mí (pinche destino). Desde la dura sombra me preparo para leer al húngaro Tibor Déry (El ajuste de cuentas), autor desconocido para mí, hasta hoy. Así celebraré éste día aciago: Leyendo (y escribiendo).


También hoy es el día del cartero, y me ufano de haber escrito muchas cartas, y haber ido a la oficina de correos a depositarlas, certificadas, para que llegaran a la mayor brevedad hasta su destino. No eran cartas comunes, sino verdaderos mamotretos ilustrados, que ocupaban más de diez hojas cada sobre. De vuelta me llegaban paquetes iguales, generosos en su prosa y en sus detalles. De eso no queda nada más que el recuerdo. Quisiera volver a escribir cartas, y caminar hasta la oficina de correos y enviarlas, y volver a casa para esperar la respuesta.




Le escribiré una carta a Calíope, para que me ayude a recuperar la elocuencia; otra será para Clío, para que me recuerde mi historia y vuelva a ser yo; otra será para Erató, para que me cante y me ame como si fuera la primera vez; una más será para Euterpe, para que atrape por mí la más bella música y me la devuelva, porque me he quedado sin canción; otra más para Melpómene, para que me ayude a recuperar el ingenio y la imaginación; otra más a Polimnia, para que me devuelva lo sagrado; otra para Talía, y me ayude a recuperar la risa; una para Terpsícore y me enseñe a bailar al compás del delirio; y una última para Urania, para que me ayude a encontrar la geometría de mi corazón.

¿Y la décima musa?

lunes, 5 de noviembre de 2018

Panchero


"A mi me gusta viajar sin moverme de mi casa, 
sin salir de mi país, 
sin apartarme de mí mismo".

Confieso que he vivido / Memorias
Pablo Neruda

Por alguna razón que ignoro, tengo una particular predilección por las historias de vida contadas en primera persona, ya sea en entrevistas, cartas, diarios o memorias. La mayoría de ellos pertenecen al mundo de la literatura, le siguen músicos, científicos, deportistas, entre otros individuos que considero interesantes.

También recuerdo el intento por redactar mis memorias en la secundaria. Quería escribir un diario pero se me hacía extraño "hablarle" a mi libreta. Me gustaba más la idea de hablarle a otro; que me leyeran. La idea surgió luego de haber leído un par de entradas del Diario del Che en Bolivia, publicadas en la revista Proceso.

En vacaciones de "semanasanta" mi amigo Uvi (Ludwig Stefan) y YoMeroMaromero, nos aventuramos a viajar de aventón por la vieja carretera panamericana, mochila a la espalda. ¿Lugar de partida? Tuxtla Gutiérrez. ¿Destino? Puerto Arista. Dicha aventura la fuimos anotando en una libreta pequeñita (a sugerencia de mi amigo) contando la verdad de la travesía, aunque aderezada de adjetivos y metáforas dignas de los diálogos de novelas de vaqueros, y de las revistas del Hombre Araña.

Era el final de la década de los ochenta y también la mejor etapa de nuestra juventud. El hermano sol, antiguo y vil, nos castigó durante toda la ruta. La aventura fue memorable, formativa, que nos graduaría como amigos (estábamos influenciados por la serie gabacha "El Caminante"). Cuando volvimos a Tuxtla Gutiérrez nos dimos a la tarea de releer lo escrito, y los recuerdos fueron retechingones.

Por supuesto que nuestro diario de viaje no se compara con el de Ernesto Guevara, ni tuvo ese oscuro final, allá, en la quebrada del Yuro. Se preguntarán: ¿Y dónde quedaron las anotaciones de ese viaje? ¿El breve diario de esas aventuras? Lo ignoro. Le preguntaré a mi amigo, aunque fue hace tantos años, que de seguro se lo ha llevado el viento. Lo que queda existe sólo en nuestra memoria.

Semanas atrás, preparando una serie de relatos sobre boxeo y boxeadores, me hallé con la serie “A puño limpio”, de la editorial Almadía, y en uno de los cuatro números el testimonio del norteamericano Nat Fleischer (las diez más grandes peleas / 1900 – 1952), y el combate entre ¡Pancho Villa! vs Jimmie Wilde, aquel lejano 18 de junio de 1923. Espero ésta suerte de hipocorístico no lo emocione ni lo confunda (yo me dejé llevar, lo acepto).

Antes de éste púgil hallazgo filipino, los únicos “Panchos” que conocía eran mi general Villa (Doroteo Arango); el Trío “Los Panchos” (quienes dicen agudos especialistas, tomaron el nombre del General Villa, aunque otros sagaces conocedores, insisten en que fue tomado del merengue “Compae Pancho”); y la banda de “Los Panchitos”, aunque éste nombre no fue influido por el líder de la División del Norte (por cierto, tampoco se trata de una “división urbana” trazada en forma de avenida, como me dijo hace años un sujeto sin predicado, avenida que valga decir, no se encuentra en el norte cardinal), sino por el nombre de tres primos (fundadores de la anarcobanda) de nombre Francisco, y que se saludaban como “Panchitos”.

¿Y por qué estoy divagando tanto? ¡Porque soy puro pancho! (panchero) De eso no cabe duda, aunque algo de sentido me asiste, porque el Trío Los Panchos y la banda punk de Los Panchitos fueron temas cercanos a mí (panchero nunca he sido… bueno, quizá un poco, pero nada de qué preocuparse).

Por cierto, existe un libro titulado “Nosotros los hombres ignorantes que hacemos la guerra. Correspondencia entre Francisco Villa y Emiliano Zapata”, recopilación hecha por Armando Ruiz, que pone en contexto las relaciones que se dieron entre los generales de los ejércitos del norte y del sur.

Curiosamente (¡Ay sí! ¡Ay sí!), el pueblo donde mi amigo Uvi y YoMeroMaromero hicimos un alto en nuestra travesía, fue el ejido Tierra y Libertad, lugar que ayudó a fundar mi abuelo allá por los años treinta, y que nos quedaba de paso para reabastecer provisiones. “Tierra y Libertad”, grito de lucha campesina asociada a la revolución mexicana y al "Atila del sur": Emiliano Zapata. Su cabeza (reproducción de concreto) se encuentra sobre una columna tipo romana, en una jardinera del parque. ¡Velo por dónde vine a salir!

Les iba a contar del boxeador filipino Pancho Villa, pero ya pa’qué pictes. Zapata no venía al caso, aunque haciendo memoria...

jueves, 25 de octubre de 2018

Expiación


La última vez que vi actuar a mi amigo Aarón Vite Grajales fue en el teatro de la ciudad Emilio Rabasa, en la obra "Crónica de un desayuno". Eran otros los tiempos, otros los años, otros los escenarios. "El arte es largo" dice Hipócrates, y el sábado pasado lo comprobé. Acá les cuento que el teatro llegó a mi vida a través de los libros, no antes. Compraba los mamotretos en la librería que se encontraba frente a la tienda Aras Bazar. Colección publicada por Editores Mexicanos Unidos. Conocí la obra de varios dramaturgos mexicanos, divertidos muchos, excelsos otros, pero todos de una calidad que me satisfacía. Era el inicio de los años noventa, me estrenaba como alumno de la entrañable Facultad de Humanidades, Campus VI, de la Universidad Autónoma de Chiapas (aclaro que los libros los compraba con el dinero que ganaba por trabajar a destajo, algo que hice durante toda la licenciatura).


Fue en la universidad donde conocí a Aarón, y a muchos más. Me vinculé al teatro universitario pero no como actor, sino como "estaf designado", hermanado a la dramaturgia a punta de parrandas, aventuras inolvidables en viajes dentro y fuera de Chiapas. La dramaturgia me gustaba (y aún me gusta), y la construcción de los diálogos mucho más, sin embargo nunca logré escribir nada digno de recordar. Les decía que los viajes fueron alucinantes, siendo Oaxaca el más recordado. Ahí asistí a lo que me iba a doler, con dos obras que todavía recuerdo como si fuera hoy: "La llorona" (Oaxaca) y "El descendiente" (Campeche). En la primera obra entré sorprendido por un velorio, y salí llorando. Del segundo destaco el miedo ante las continuas sorpresas de una factura chingonsísima.


Las emociones sentidas no volvieron a suceder hasta el sábado 22 de octubre, en el espacio que ocupa Telar teatro A.C. Había llegado el viernes para ver la obra, pero por X o Y circunstancia no alcancé a entrar (la temporada llegaba a su fin, y yo, por compromisos fuera de Tuxtla, estaba a punto de perdérmela). Mi boleto fue reasignado para el día siguiente y creo fue lo mejor, porque llegué dispuesto solo a ver la obra, a disfrutar como hacía muchos años no disfrutaba. En las pasadas ocasiones (frustradas) había escuchado la manera en que estaba montada la escenografía, y me imaginé varias cosas que no tenían nada qué ver con la realidad (¿dije realidad?).


Tuve el recuerdo de aquella noche de hacía 26 años, en Oaxaca, pero en un espacio breve, oscuro e inesperado. A pesar de lo reducido y el calor del lugar, fui sintiendo de a poco un extraño frío, primero en los pies, que después fue reptando hasta mi cabeza, mientras que en aquella grieta espacio-temporal frente a mi se desarrollaba una historia condenada a la maldición. Asistí al inframundo, a uno de los círculos del infierno cantados por Dante, mientras se escuchaba el breve chapoteo del agua donde siluetas caminaban entre la penumbra. Apenas sentí que iba a extraviarme, llegó la música desde un aparato de radio, antiguo pero cercano, para engancharme irremediablemente.


Rodolfo bebía y yo quería ponerme de pie, e ir a beber con él porque la garganta se me había secado, a pesar de tanta agua rebotando desde el suelo hasta las paredes y el techo, atravesando la débil luz de ese misterio personalísimo donde Josefa intentaba mantener el orden del caos, de fractalizar la vida en la cual no existía oxímoron posible para ese frío infernal. Ni Rodolfo ni Josefa soltaban la estaca, el ancla en que se había convertido Aura, halo de cordura en esa noche aciaga, niebla molecular multiplicada sobre el espejo interminable del recuerdo. Aura la niña, Aura la maga, Aura luminosa percibida por Rodolfo, por Josefa y por cada uno de los que estuvimos en el momento y en el lugar preciso, asomados a esa circularidad infinita.


Josefa y Rodolfo poseídos sin saber cómo sacudirse la culpa, que no fuera con la culpa misma pero del otro (bendita otredad), sin absolución inmediata o posible en manos de Aura, sin que mediara sacrificio humano, tema tan nuestro pero tan ajeno. El Xibalbá, la región del misterio; tzompantli teolítico. Luminosa oscuridad que se fue metiendo por los ojos ajenos y propios, erizando la piel. Escenas sostenidas por pausas de una brevedad intensa, iridiscentes y oscurecidas por onomatopeyas ajenas... nuestras, como dicen que es la vida después de la muerte (y visceversa). Una voz apagada rebotó en mi cabeza: ("¿Amanecerá?")


Claros... oscuros... Josefa y Rodolfo a merced del delirio, Aura irradiándolo todo hasta la cordura. Vida dentro de la muerte, espacio invertido, descuido de la memoria, meandros del recuerdo, imágenes senoidales que esa noche decidimos oír, más allá, donde la circularidad, donde las ionizadas e infinitas frecuencias que nos hicieron esdrújulos. Una casa sin ventanas, un tiempo sin tiempo, Josefa, Rodolfo y Aura habitando mi cabeza desde ese sábado, igual que hace 26 años, allá, donde el recuerdo tan futuro.


Salí de esa circularidad complacido, sediento. Ojalá y ustedes los que aún no han visto la obra, tengan el privilegio de admirarla, de sufrirla, porque es monstruosa (digna de ser mostrada). "El arte es largo", insistirá Hipócrates, y es verdad, el arte es largo... eterno. Gracias por la sed, queridos amigos Aarón, Marta y Priscila (a quien no miraba desde hacía 16 años).

miércoles, 17 de octubre de 2018

"Yago"



Hubo un tiempo cuando envidié la manera de dormir de Yago, el perro más hermoso sobre la Tierra. Lo envidiaba, tanto, que trataba de despertarlo mientras dormía sobre mis pies, sin éxito. Yago, acostado a merced del cálido suelo parecía correr, detenerse, ladrar pero en  ronroneos, y luego de vuelta a mover las patas, huyendo de quién sabe qué o hacia quién sabe dónde. Lo envidiaba jodidamente; yo no podía dormir como él, y si lo conseguía, era tan fugaz, que no lograba ni recordaba soñar algo, una pizca al menos de lo que Yago vivía, o soñaba que vivía… o soñaba, despertando después en otro paralelo donde un hombre obeso y greñudo lo amaba como no amó antes a otro perro. Un ensueño largo desde aquella noche extraordinaria, repleta de estrellas, donde una mujer de ojos grandes lo entregaba cual si fuera el tesoro más preciado en ese instante cósmico, mítico y esdrújulo.

Yago cabía en mi mano. Era un toro en miniatura, trémulo, un “Miura” despertando de la ceguera sideral hasta esa noche, pegado a mi pecho mientras escuchaba los latidos del corazón que adivinó arrullo, cadencia donde abandonó el miedo y donde durmió infinidad de veces, hasta que fue imposible seguir, porque de veinte centímetros creció y creció hasta alcanzar metro y medio de largo, y de kilos mejor ni les digo: Un toro mitad rottweiler, mitad bull terrier, y negro de nariz a rabo.

Un día de furia la vida me lo quitó. Fue duro. De alguna manera mi corazón lo percibe, lo palpa y palpita, acompasado con el corazón de Yago desde el sueño hasta la vigilia, o al revés. Esa distancia no la percibía tan cercana, hasta el viernes pasado, mientras dormía en el paraíso: Comitán. 

Después de un final de viernes intenso, me estalló en la nuca un dolor horrible. Era la segunda vez que sentía ese dolor, pero magnificado, como si una enorme tenaza me atrapara el cerebelo. Aun así me dispuse a dormir. No había manera, y no sé cuánto tiempo transcurrió antes de saltar desde la vigila hasta el sueño (¿o al revés?). Me vi en el baño de una casa pretérita. Yago estaba conmigo, dando chillidos contento de verme. Yo estaba igual de feliz, sentía el fuerte olor de su pelaje, el aliento cálido y el tosco cariño que me anunciaba la verdad del suceso, pero, ¿en un baño? De súbito cambió la escena, ahora podía verme y ver a Yago desde arriba. De nuevo cambió la escena pero ahora sentado en el inodoro. Yago me animaba, a su manera, para que defecara. Lo que siguió podría pertenecer al terreno de la ficción, del sueño; o de la realidad, que no deja de superar lo otro.

Comencé a defecar algo que desde el principio supe no eran heces, sino algo diferente, algo que se resistía a salir. Yago ladraba cada vez con más autoridad, y yo pujaba y pujaba mientras arriba de la nuca el dolor se hacía cada vez más intenso. Luego de un tiempo que calculo eterno, expulsé algo extraño; vivo. Un ser indescriptible que intuí era malvado. Yago lo acorraló entre la pared y la taza del inodoro. Entendí que debía salir del cuarto de baño. No vi a Yago terminar con el ente maligno, pero dentro de mí sentía una tranquilidad plena. El dolor se había ido por completo. Abrí los ojos para descubrirme empapado de sudor (¿en el sueño? ¿en la vigilia?). Acá podría imaginarse que me hallaría cagado sobre la cama, como la arañita, pero no. 
El sueño (o al revés) con Yago y el extraño acontecimiento ocupó mi cabeza el resto del día, hasta hoy, que lo cuento. Después de muchas líneas teóricas y litros de café, concluyo: Extraño mucho a Yago, mi perro. Latimos aún en sincronía, desde paralelos distintos pero unidos. ¿Quién desde el sueño? ¿Quién desde la vigilia? ¡A saber!

jueves, 16 de agosto de 2018

Lumaltok / El ritmo de la niebla



El pasado miércoles me apersoné en el museo del café (verso sin esfuerzo), para escuchar a Lumaltok, grupo que me atrapó con su primer disco hace ya varios años (aún resuena en mi cabeza la cadencia de Muj' na bu chibat: no sé a dónde ir). Es de esas bandas a la que me hubiera gustado pertenecer. Sin pedos, sin poses, sin compromisos, sin pretensiones; puro y llano PsicodelicPoxBlues. Me ha gustado desde siempre el rock, y otro tanto el blues. A falta de presupuesto, iba a casa de algún amigo con tocadiscos, sacaba mi casette Pionner o Ampex (robado a mi tío Chepe o a mi tío Óscar, alias "El Furi", que los compraban por paquetes), y nos poníamos a cazar las rolas que nos gustaban, casi un cien por ciento en idioma inglés.



De rock nacional me ufanaba de tener la colección del legendario grupo de Alex Lora: El Tri, pero no se crean que original, eran casettes "piratas", con las portadas fotocopiadas en cada pieza. Apenas salía un nuevo disco, ¡papas!, era sumado a los demás. Ya en corto sacaba la lira y me ponía a dar de guitarrazos a diestra y siniestra. Me sentía chido, libre, valemadre y rockero. Pero eso era solo mío, y solo tocaba cuando me sentía con ganas. Con los años grupos nacionales y extranjeros fueron y vinieron en mi vida rockeril, sin darme cuenta de que hacía tiempo me faltaba algo, que casi veinte años después Lumaltok me trajo de vuelta, lo que ya les dije: el PsicodelicPoxBlues, con guitarra, bajo, batería, y ganas, muchas ganas, que juntas los vuelven poderosos.


Lumaltok es merolek, chingón y zinacanteco. Hay quienes les hacen el feo porque tocan música de antes, un estilo que ya no se usa, y es precisamente eso lo que a mi me gusta. Cantan en tsotsil, idioma que no hablo (lo digo con vergüenza), pero con su música me basta. Ellos dicen verdad cuando comparan el idioma inglés con el tsotsil, que es lo mismo a la hora de cantar una rola: no le entiendes ni jota (tampoco hablo inglés, ni quiero), pero su música (idioma universal) conecta de maravilla con mi sentir. Me prendo, vibro, me emociono de a madres y me quedo más que satisfecho.


Esa mañana tocaron excelentemente bien, demostrando a más de uno que sí son de verdad, y además porque tocan por puro gusto. Lo disfrutan y lo comparten sin bronca. Varios medios asistentes a la rueda de prensa de la presentación de Svabajel Pukuj (el ritmo del diablo), su último disco, se retiraron apenas tuvieron la nota. Se perdieron del miniconcierto, que me imagino era de unas tres piezas, y ya, pero el Zanate y el Cheko ya estaban prendidos, y terminaron tocando más de tres, todas chingonas y con el blues a todo mecate.


"¿Es usted de los medios?", me preguntó alguien. Contesté que era fan del grupo, y que había asistido por mi puritita gana (además, qué tal preguntaba si era yo de los medios... medios pendejos, medios ilusos, medio medio, o completito...uno nunca sabe, carajo). El Cheko y el Zanate se brindaron completitos, no solo en la ejecución acústica, sino con quienes compraron sus discos y se formaron para pedir la foto y el autógrafo (yo soy fan, y pedí el autógrafo... foto no). Y se brindan porque les gusta lo que hacen. Han pasado diez años y están en forma, livianos, honestos, divertidos, y suspiran por otros diez años más. Eso habla bien, no son cochis. Poco a poco que llevan prisa.


Cada vez que los veo tocar en vivo, me imagino que soy parte de la banda, y que subo a dar de guitarrazos junto a ellos, bien pedorro yo. Y que piso los escenarios más chiludos del país junto con ellos, y que me raspo el hígado con pox, mientras afuera las fans nos gritan ¡K'usi Abi, baby! Se acerca el final de la tocada, y Cheko pulsa las primeras notas de Sik y Zanate destapa el pomo, el otro, el de las esencias, y dice, decimos...gritamos: "nuestro corazón murió, nuestra alma..." Porque duele saber a diario de las mujeres asesinadas. Porque las estamos matando de una u otra manera nosotros, con nuestra indiferencia.

Termina el concierto, se apagan las luces, guardamos el cariño de todos en nuestros corazones y retornamos... retornan a casa, al sur, diciendo salud, alzando las cervezas y el pox... maldita sea. Y yo me refugio en mis pocas palabras, y me pongo a esperar de nuevo la oportunidad para ir a verlos, para oirlos, y después subir al escenario y volver a acompañarlos, igual de orgulloso que ellos por compartir algo que nos une, más allá de las latitudes: el rumbo, la música y el pox.

lunes, 23 de julio de 2018

Estamos hechos de historias


En algún libro leí sobre la historia de un hombre que, viéndose preso, soñó con un ejército de monos, y lo imaginó con tal determinación que ese ejército se materializó, liberándolo del encierro. Tantas las historias imaginadas y tantas las posibilidades, que muchas veces éstas van de la ficción a la realidad, y de la realidad a la ficción.

De esto platicaba con un conocido personaje del periodismo en Chiapas. Coincidimos al aire (estábamos en un programa de radio) en que estamos hechos de historias, propias, ajenas, reales o ficticias. Le ofrecí un ejemplo que les comparto ahora.

Un día cualquiera en Tuxtla Gutiérrez. Calor infernal. Hora pico. MiniMi y YoMeroMaromero subimos al colectivo. Nos sentamos adelante, privilegiados. Cupo lleno. Cuadras adelante otros posibles pasajeros manotean para que se detenga. Así en dos paradas más. “¡Aunque sea agachados!” alcanzamos a oír. Miro al chofer, quien mueve la cabeza de un lado a otro. Después, adivinando mi pensar, me explica:

Es un volado, patrón. Agachaditos dicen, y después lo apuñalan a uno. Hace días estaba la lluvia tupida, y yo venía con cupo lleno. Pasé por un semáforo y que se dejan venir dos señoritas, ay que llévenos, ay paraditas, ay agachaditas. Sí, digo. Las subo. Nadie protesta. Más adelante una señora y su hijo, empapados. La misma cantaleta. Los subo. Nadie protesta. Después de librar el tráfico y los baches, ¡una patrulla! Me detienen. Ay que lleva sobrecupo, ay que es infracción, ay que abajo todos, ay que en “fragancia” (quiso decir flagrancia, pero, ¿quién soy yo para corregir?) y la lluvia, aunque menos, aún mojaba. Retienen la unidad y a esperar la grúa. Le pregunto al poli si era operativo, o quesquéspué. Y que me dice el salado, nos avisaron al feisbuc los mismos pasajeros. ¡Uta! ¡Yo de buena gente, y así me pagaron! Desde ese día traigo libre los asientos de adelante, para subir a quien yo quiera, de preferencia mujeres guapas (acá risa bandida). Los otros siguen retacando su unidad, pero yo no. ¡Una vez se capa el cochi!

El conocido personaje del periodismo en Chiapas, a su vez, revira con otra historia. Trata de su estadía por Londres, donde tuvo la oportunidad de visitar el Museo Británico. Se topó con la Piedra de Rosetta, que tiene tres tipos de escritura, y data del 196 a. de C. El conocido personaje, lingüista y académico, se encontraba frente a una piedra milenaria, y no pudo frenar el impulso de tocar la estela egipcia. Sin más, posó la palma de la mano en la piedra. Dice que sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La estela, cargada de todo el tiempo del mundo, había respondido al contacto humano. Por supuesto, la policía lo detuvo, y lo reprendió por tal acción. Él, en un principio, lo negó todo, pero las cámaras del museo lo tenían grabado. Ya no recuerda si lo vetaron para siempre en el Museo Británico, pero estoy seguro de que eso le importa muy poco. ¿El vínculo de estas dos historias? ¡La policía!

¿Cuál la historia real? ¿Cuál la ficción?

Esto me recuerda otra historia: Una madrugada, frente al terreno sagrado del Pumpushuti…

lunes, 16 de julio de 2018

¡Cochi!



“Usted no es de acá”, me dijo la mujer mientras me entregaba los tacos de menudencia, cochito y camarón con huevo, en el quiosco ubicado entre Palacio de Gobierno y el Palacio Federal. Juré ser más tuxtleco que el pozol, criado en el barrio del Niño de Atocha. “Tiene usted cara de chilango, y su playera está chistosa” (chilango + playera chistosa = chilango chistoso). Volví a jurar mi “tuxtlecanía”, y de la playera también, con la leyenda: “Soy feo… pero sé cocinar”.

Y sí, soy feo. Cocino platillos básicos, nada de alta cocina. Muchos, al toparse conmigo y mi playera, me miran de reojo confirmando con distintos gestos lo dicho: pues sí está feo. ¡Al saber si cocina!

Volviendo a los tacos del quiosco, y para desviar la plática sobre mi ciudadanía coneja, le pregunté a la señora si conocía a Joaquín Cosío. Luego de unos segundos, me contestó: “¿El Cochiloco?”.  Dije sí con la cabeza, porque en ese momento me empujaba el de menudencia. “¡Ay sí! Me va a decir que es usted el cochiloco”. Negué con la cabeza. “Pos sí, no es usted, porque además ni se parece”.

Una vez liberado de la menudencia, le dije que Joaquín Cosío estaría en el Museo del Café, que era cuestión de minutos, que fuera a verlo. La doña peló los ojos, emocionada. Volteó a ver a su cunca, que batía pozol. “Dejame ir a verlo al cochiloco”, le dijo a su cunca, quien respondió: “Tas pendeja vos, si a esa hora es cuando más gente hay”.

Me miró, ilusionada: “Traigalo usté acá al cochiloco, yo le invito su taco… lo amo a ese hombrón”. Yo, con la boca llena de camarón con huevo, zanahoria en escabeche y salsa matadora, dije sí con la cabeza, pero no pude cumplir. Sí... soy de lo peor.

Fernando tuvo la decencia de presentarme al escritor - actor, después de una visita comentada en el Museo del Café. Me recibió con una sonrisa mientras leía lo impreso en mi playera. “Está con madre… Yo quiero una igual”. Ni tardo ni perezoso le dije que se la regalaba. Levantó las cejas, se acarició la barbilla y dijo que sí la aceptaba. Prometí entregársela en la primera oportunidad.

Unas horas después me encontraba comiendo en Las Pichanchas (acá pueden insultarme, porque también les he fallado en eso, porque dirán que existen mejores lugares, etcétera), hablando de las bondades de las hormigas y los gusanos, del chipilín, de la pepita con tasajo y del chimbo. Le dije que si gustaba le entregaba la camiseta de una buena vez. Me dijo que sí pero que aguantara, que primero lo primero: yantar.

Por la noche, mientras el programa de radio iba con viento en popa, se me ocurrió quitarme la playera y regalársela antes de que finalizara la transmisión. Y así fue. Lo demás es lo de menos.

Me he autodenominado “doble de riesgo” del actor nayarita. Cochi ya estoy, y loco puedo ponerme con pócimas chiapanecas. ¡Que no pué!

Disculpen ustedes si no publico las fotos, pero sucede que en mi barrio no somos así.

martes, 10 de julio de 2018

Dardos marca MiniMi


Era el último día del mes de junio y restaban dos semanas para que MiniMi saliera de vacaciones. Fui por él a la escuela, acompañado del “hermano sol, antiguo y vil”. Una vez afuera, nos sentamos a esperar el transporte a casa cuando vi una camioneta repleta de propaganda política estacionarse frente a nosotros. Fue inevitable ver el rostro y leer el nombre del candidato, entonces descubrí era un viejo conocido quien aparecía en banderines, playeras y volantes impresos.

Le comenté a mi MiniMi: “Velo, es don (acá el nombre del suspirante), se está postulando para diputado. ¿Lo recuerdas?”. MiniMi, quien “deliciaba” (palabrarismo MiniMi) el bolis más megachido del mundo, hizo la clásica pausa antes de lanzar uno de sus mortales dardos, imposibles de esquivar: “…diputado… ¿Y para qué?”. ¡Patacuaz! ¡MiniMi lo había hecho de nuevo!

El dardo envenenado ¿Y para qué? rebotó en mi cabeza las siguientes semanas, hasta ayer, cuando un conocido me contó sobre la celebración del “virtual” ganador de las pasadas elecciones para gobernador, después de recibir el acta que hace constar su “avasallante” triunfo en las urnas. ¿Y eso qué? Dirá usted, con justa razón. Le cuento.

Ese domingo, por algún extraño encantamiento, apareció la maquinaria operativa y logística acostumbrada por el gobierno saliente. Acarreo en los mismos transportes de las mismas personas de mítines anteriores (preparados con itacates, porque la torta de siempre “no ajusta”, porque los llevaron desde las seis de la mañana y el “gober” electo se apareció hasta después del mediodía); los mismos operativos, pero ahora uniformados con el eslogan del gobernador electo; el mismo recinto; y el colmo (sí, adivinó), ¡las mismas tortas y refrescos! Y esto último es literal: la señora encargada de entregar las tortas era la misma de los acarreos oficiales. Mi conocido fue testigo y sé que no miente, y lo definió así: “una torta con el mismo sabor del sexenio que se va”.

Aclaro que mi conocido no milita en ningún partido, y estuvo ahí por un asunto meramente laboral, atestiguando lo que les cuento. Lo conozco, y le creo.

Después de sanarme del dardo envenenado de MiniMi, recordé una vieja “adivinanza”, que dice así: Si tiene nariz de lobo, orejas de lobo, patas de lobo, cola de lobo, dientes de lobo, y garras de lobo… ¿qué es?

Escriba acá la respuesta: _________________________

lunes, 9 de julio de 2018

Infierno


Un querido afecto me pregunta si existe el infierno. Guardo silencio, no porque sepa la respuesta, sino porque me asalta la duda por saber de dónde saca mi querido amigo que yo tengo la respuesta a semejante duda. Pregunta si conozco el libro de la Divina Comedia. Le digo que sí, y aprovecho para confesar que no terminé de leerlo, porque me extravié en sus versos. Pone cara de asombro, ignoraba que fuera un poema, y no una novela. Le aconsejo busque el libro y salga de dudas, y de paso lea lo dicho por Dante sobre el infierno.

Más tarde, mientras camino por las derruidas calles de la ciudad, no dejo de pensar en el averno, y por añadidura en el demonio. Recuerdo mis días de infante, de cuando iba “a la Rodulfo”, donde dibujaba y dibujaba en alguno de mis cuadernos a satanás, también a momias maditas, fantasmas, vampiros, duendes, hombres lobo, y demás “criaturas malignas” (y a El Santo y El Llanero Solitario), lo que me llevó más de una vez a la dirección de la escuela, donde mi madre tenía que chutarse las quejas mientras me advertía del infierno que me esperaba en casa, en forma de chancla o zapato. ¿Me corregí? Maomeno.

Años después dilapidé a mansalva el tesoro de la divina juventud, y el infierno se transformó en algo distinto, más llevadero, más consciente, y fue inevitable “vender” cachitos de mi alma al diablo, a sabiendas de que, más tarde que temprano, me cobraría las facturas.

Hoy, en la edad adulta, cuando mi afecto me pregunta sobre el infierno tan temido (albures aparte), busco en mi cabeza y no hallo respuesta, ni siquiera la certeza de que exista un lugar semejante donde la humanidad nos reunamos para arder a fuego manso, eternamente. No hay que morir para tener noticias del infierno, que valga la mención, ahora me resulta algo personal e indivisible. La pregunta tal vez sería: ¿Conozco mi infierno? ¿Mis monstruos?

Hoy el miedo a las momias, fantasmas, vampiros, duendes, hombres lobo, y demás “criaturas malignas”, han sido reemplazados por los grises, los reptilianos, los marcianos, las invasiones alienígenas, los raptos en naves extraterrestres, los “híbridos” (mitad humano mitad alienígena), la rebelión de las máquinas y por el robo de tus archivos "íntimos" de guasap o feisbuc.

Hoy, inicio de semana y de vacaciones, intente usted escribir su definición de infierno, o el nombre de sus demonios (o ambas cosas). Le aseguro que la experiencia será interesante.