Hoy es el día nacional del libro, y también es día del cartero. Sobre lo primero les cuento que lo festejé el pasado viernes 9 de noviembre, en uno de los salones de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Facultad de Humanidades, Campus IV, de la Universidad Autónoma de Chiapas. Digo que lo festejé porque eso fue, un festejo; me explico.
Tengo el privilegio de contar con la amistad de Luciano Villarreal (docente de la facultad), quien me invitó para estar con él ese viernes tan oscuro (para mí, no para él). No cabe duda de que la vida es un carnaval y en eso el destino nada tiene que ver, por eso acudí, gustoso, para "charlar" con los alumnos de nuevo ingreso. Los vi y me vi. Les hablé y me hablé. Los celebré y me celebré. Rieron y reí, de mí y con ellos (pinche destino).
Tuve un atisbo de lucidez mientras Luciano, generoso, me presentaba con las muchachos y los muchachas. Me dije: "Hugo, estás volviendo al mismo salón donde llegaras hace veintiséis años creyendo haber leído todo y saberlo todo". En un instante cruzó por mi mente la frase: "Yo soy lector, y si ustedes no leen, a mí, ¡me vale madres!" Esa latencia oscura que me habita desde hace días estuvo a nada de quebrarme, pero reaccioné: "Hugo, desde la construcción, nunca desde la destrucción".
Todas las palabras para todos, todas las lecturas y todas las escrituras para todos, no para que todos sean escritores, sino para que nadie sea esclavo. Luego leí el manifiesto de Tinta Chida, que apuntala rebien la aseveración anterior, agregando mis breves experiencias con la lectura y la escritura durante estos años, que han hecho de mí lo que esa tarde - noche estaba frente a ellos: Hugo. Después Juventino, también generoso, regaló una playera y vendió varios libritos con cuentos ultracortos de mi autoría.
Ya estaba contento con haber asistido esa tarde, después de cruzar el tráfico de la ciudad idiota. Finalicé mi intervención y entonces Luciano, con una impunidad admirable, me regaló una botella de tequila, que sentí venía con la energía de todos los ahí presentes. En ocasiones anteriores, cada vez que estoy frente a grupos numerosos termino agotado. Pero esta vez fue al contrario, me sentía pleno de energía desde que llegué, y esa energía fue subiendo hasta el final, cuando firmé autógrafos. ¡La vida es un carnaval! (pinche destino)
Hoy vuelvo a la dura sombra de la nostalgia, a la oscuridad del desamor más duro. Desde hace rato soy huérfano de ciudad, llegando tarde a todo, sin tener más que éste que soy, seguro de que hasta el destino se ha marchado lejos de mí (pinche destino). Desde la dura sombra me preparo para leer al húngaro Tibor Déry (El ajuste de cuentas), autor desconocido para mí, hasta hoy. Así celebraré éste día aciago: Leyendo (y escribiendo).
También hoy es el día del cartero, y me ufano de haber escrito muchas cartas, y haber ido a la oficina de correos a depositarlas, certificadas, para que llegaran a la mayor brevedad hasta su destino. No eran cartas comunes, sino verdaderos mamotretos ilustrados, que ocupaban más de diez hojas cada sobre. De vuelta me llegaban paquetes iguales, generosos en su prosa y en sus detalles. De eso no queda nada más que el recuerdo. Quisiera volver a escribir cartas, y caminar hasta la oficina de correos y enviarlas, y volver a casa para esperar la respuesta.
Le escribiré una carta a Calíope, para que me ayude a recuperar la elocuencia; otra será para Clío, para que me recuerde mi historia y vuelva a ser yo; otra será para Erató, para que me cante y me ame como si fuera la primera vez; una más será para Euterpe, para que atrape por mí la más bella música y me la devuelva, porque me he quedado sin canción; otra más para Melpómene, para que me ayude a recuperar el ingenio y la imaginación; otra más a Polimnia, para que me devuelva lo sagrado; otra para Talía, y me ayude a recuperar la risa; una para Terpsícore y me enseñe a bailar al compás del delirio; y una última para Urania, para que me ayude a encontrar la geometría de mi corazón.
¿Y la décima musa?