martes, 24 de enero de 2017

Óscar Oliva, la realidad cruzada de rayos


Prólogo

A fuerza de presente, a fuerza de futuro,
he alcanzado el futuro pensado años atrás,
haciéndolo presente para volver a pensar el futuro,
volviendo a empezar, para decir, para abrazar,
en la realidad cruzada de rayos,
con la boca a norte, con los oídos a oeste,
con el olfato a este, con el tacto a sur,
para ser derrotado, para empezar a luchar,
en este y otro futuro más castigado que el presente,
con la poesía que he amado, que he visto,
que olí y oí, que toqué y gusté,
a fuerza de no haber alcanzado nada.
¿Oyes nacer el trueno del derrumbe?

Tal vez usted no lo sepa, querido poeta, pero lo conozco desde aquellos encuentros de escritores chiapanecos, organizados por la Universidad Autónoma de Chiapas, a donde asistíamos y llenábamos la sala de cabildo del municipio, o el auditorio de palacio de gobierno... o el espacio que fuera, y después las cantinas para beber de nuevo de las palabras dichas entre los escritores maduros y los jóvenes, quienes aguerridos buscaban estar a la altura de las circunstancias. Lo recuerdo porque su voz me parecía tan cercana, sin pretensiones grandilocuentes. Su poesía estuvo (y está) siempre conmigo, al lado de otros chiapanecos igual de cercanos, que no se callaron ni se callan las palabras incómodas.

Le cuento también que a mediados de los noventa de un siglo que ya no existe, asistí al edifico Maciel, donde se presentaría Trabajo Ilegal (Ed. Papeles Privados) editado por Mario del Valle. En esos años no sabía a dónde me llevaría la vida, trabaja en un taller de herrería y estudiaba letras, tenía un salario bajo pero en esa ocasión contaba con el dinero justo para comprar el libro… y lo compré. Después no tuve el valor para acercarme a pedir su autógrafo. Sentí que acercarme a usted era como acercarse al fuego. Juro que no exagero.

La vida me llevó después por distintos trabajos, pero nunca dejé de lado los libros. Leía por igual a autores chiapanecos que nacionales y extranjeros. Fui jardinero, soldador, guarura, pintor de señales viales, cantante de bar, niñero, estibador, vendedor de ropa, fotógrafo a destajo, mesero, candil de la calle y soplador de vidrio, además de encantador de serpientes, hasta que un día llegué a Coneculta.

Más de un lustro tardé en volver a encontrarlo, pero ahora dirigiendo la cultura del estado. Un buen día me enteré de que tendríamos una reunión para acordar con usted algunas actividades. Era la oportunidad para pedir el autógrafo postergado por años. Me asaltaron las dudas. ¿En qué momento se lo pediría? ¿Sería apropiado hacerlo? ¿Y si no tenía otra oportunidad? Metí el libro en la mochila y me fui a dormir.

A la mañana siguiente estaba frente al poeta leído en la Facultad años atrás. Se trataron los temas de rigor, y cuando nos despedíamos saqué el libro comprado aquel día en el edificio Maciel, y le dije, palabras más palabras menos, “Usted es más poeta que burócrata”. Sonrió y generoso me firmó el libro. Tuvimos una breve plática, y yo salí con la sonrisa igual a un paisaje.

No siempre se tiene la fortuna de conocer a quien se admira. He sido alguien con suerte, alguien a quien la vida le ha llevado por donde ha querido, y no tengo queja. El mundo de los libros también ha sido generoso conmigo. No soy poeta pero leo poesía. No niego a los escritores que admiro, ni digo "¿Fulanito de tal? Ya lo superamos”. Yo me dejo llevar como se dejan llevar las estrellas, nebulosas y planetas que habitan el mar del universo.

Feliz aniversario, querido maestro Óscar Oliva, y gracias por tanta poesía.

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