miércoles, 24 de mayo de 2017

Volar


Cuando conocí a “J”, hace ya varios años, apestaba a trago, sudor y orín. En ese entonces mi lugar estaba cerca de la entrada principal, a donde llegaban despistados preguntando por la renovación de placas, pago predial o actas de nacimiento. Supuse que “J” era otro distraído. El vigilante no lo dejaba entrar, y la situación fue subiendo de tono. Hablé con el guardia, quien no sin refunfuñar, accedió. “J” seguía hablando: “... ¡Qué me voy a robar, verga, si estoy clavado en esta silla!... ¡Soy chambeador igual que tú, no te pongas perro!”. Abrí la puerta y “J” entró, triunfal.

Ya en mi lugar, agregó: “¿Qué me puedo robar, ensartado en esta maldita silla?... Supongamos que robo. ¿Será que me escaparé hecho la verga? ¡Hasta un niño me alcanza!”. Le pregunté si sabía en qué lugar estaba. “¡Pos sí, sí sé!... Donde dan chamba a los artistas... ahí como me ve todo jodido, soy pintor, vengo a pedir apoyo... pintura... dinero no me van a dar, y está bien, porque de seguro me lo chingo en el vicio”.

Años después escuché alboroto en la entrada, luego llegó mi lugar el nuevo vigilante para decirme que afuera estaba un borracho en silla de ruedas, “que viene a verlo a usted porque es su amigo”. Fui a la entrada y vi a “J”, chorros de sudor y encabronado. Nos saludamos. Luego “J” miró al guardia con ganas de escupirlo. “Creerá el pendejo este que no puedo romperle la madre porque estoy en silla de ruedas, pero si lo agarro, chiquito le va a quedar el estacionamiento”. Rió. Le faltaban dientes y le sobraba sudor. Afuera el sol era implacable y “J” lidiaba no solo con eso, sino con las banquetas irregulares, el desdén de la gente y la indiferencia de los automovilistas.

Después de no verlo por un par de años, “J” apareció frente a mi. Se veía distinto. Estaba sobrio, con ropa limpia aunque calada de sudor. Tenía un sombrero y una sonrisa desdentadamente franca. “El guardia me pregunta que a quién vengo a ver, y le digo que a uno de mis mejores amigos: tú… no se puso perro… como te ven te tratan”. Le agradecí el honor. Me contó tenía una nueva vida lejos de los vicios, y una pareja a la que quería mucho. Dijo que conoció a dios, y que él le ayudó para conseguir chamba. “Hoy vengo a probar suerte, para ver si me contratan como tallerista en una casa de cultura… quiero enseñar lo que sé”. En menos de dos meses estaba contratado.

Un año después nos hallamos en el mercado de Los Ancianos. Lo vi madreado por el sol. Le pregunté de su trabajo como tallerista. “Me despidieron”, contestó. Supuse había recaído en el alcohol o la droga, pero me dijo que no, que dios lo había hecho fuerte. Estaba limpio. “Sobrevivo arreglando electrodomesticos”. Lo vi llorar, impotente. Me contó que lo acusaron de algo que ni era cierto, pero que no pudo defenderse por no tener dinero.

Hoy me sorprende con su visita. Lo veo contento. Me platica de su negocio: Embobinado de Motores “J. P.”, del cual es el flamante propietario. Ahora cuenta con maquinaria y herramientas para aventarse trabajos más grandes. Me da una tarjeta “por si se ofrece”.

Hacemos memoria desde cuándo nos conocemos. “¡Újule, hace un chingo!”. Reconoce que cayó, se levantó y volvió a caer en el alcohol y la droga, hasta que halló a dios. “Él me acompaña desde entonces de acá para allá, enseñándome los diferentes rostros que tiene el diablo”. Me confiesa que hace poco se le presentó el malo disfrazado de gente normal, para decirle: “Te haré caer de nuevo, porque me perteneces”, él le contestó: “Ya no, porque ahora Jesús está conmigo, él me advirtió sobre ti, de que vendrías. Yo te conozco desde antes, cuando yo era otro, un borracho y un drogadicto al que intentaste matar. Ya no te tengo miedo”. Dice que el diablo, encabronado, dio media vuelta y se marchó.

“J” tampoco se lamenta por estar “clavado” a una silla de ruedas, de donde intentó escapar a punta de trago y cocaína. Hoy está limpio. Aprovecho para preguntarle, abusando de la amistad, si de vez en vez sueña que camina. “No, la verdad es que no”. Se hace un breve silencio, luego me dice: “Lo que sí sueño…  y a cada rato… es que puedo volar”.

lunes, 15 de mayo de 2017

Pokepictes

A mediados de agosto del 2016 disfrutaba de la sombra de las bugambilias en Convivencia Infantil, frente a la maqueta del remozado Castillo de Chapultepec. Era medio día y uno que otro ocioso igual a mí deambulaba por los meandros del parque. ¡Qué frescura! El suelo era un amasijo trémulo de sombras y luces. Cerré los ojos rememorando aquellos días cuando de niño visitaba ese mismo sitio, pero repleto de animales. Sí, ahí estuvo alguna vez el zoológico de Tuxtla Gutiérrez. Otros recuerdos me relajaron por no sé cuántos segundos... minutos...

...Abrí los ojos y me descubrí rodeado de una "jabalinada", quienes, teléfono en mano, caminaban en círculos. A mi lado había un par de ejemplares hablando sobre cebos, carnadas, y sobre una estación de no sé qué, rematando con la palabra “pokemon”. Me puse de pie. Vi alrededor y pude contar a más de quince "jabalines", todos con la cabeza gacha, manipulando su teléfono mientras otros, errantes, iban y venían por los andadores. Pronto fueron muchos más.

Don Joaquín Miguel Gutiérrez, personaje histórico de Chiapas, asesinado y arrastrado por las calles tuxtlecas, tenía esa mañana más visitantes que nunca. Había "jabalincitos", "jabalines" y "jabalinzones" acostados, sentados o de pie, dentro y fuera del mausoleo. Visitantes atentos a los aparatos telefónicos, ensimismados. Apenas y hablaban, y cuando lo hacían era para festejar no sé qué.

Mi natural y extraordinaria curiosidad (los envidiosos dirán que soy un exagerado y un chismoso) hizo que me acercara a uno de ellos para preguntarle en lenguaje "jabalín", ¿quésquéspué? “Acabamos de cazar un prendefuegos”, contestó. ¡Ah chingá!, ¿ydóndeocómooqué?, insistí. “Le pusimos un cebo”. Dicho lo anterior, se levantaron para continuar “cazando”.

En la primaria me gustaba la materia de historia, tanto, que no necesitaba estudiar para el examen. Recuerdo cuando aprendí sobre gregarios y sedentarios. Imaginaba a los nómadas sin hogar ni terruño dónde enterrar su ombligo debido a la caza, razón por la cual tenían que desplazarse cada vez que el hambre apretaba, persiguiendo a sus potenciales presas kilómetros y kilómetros de distancia. Comer era de verdad algo serio, y afinaron su técnica cuando se hicieron de herramientas para diferentes quehaceres, incluido, claro está, el cazar. Ya no tenían que correr grandes distancias, perseguían de manera más eficiente a sus presas, logrando incorporar a su dieta especies que antes parecían inalcanzables.

Imberbe, recuerdo haberle contado a mi tío Óscar “El Furibundo” sobre los nómadas. “El Furi”, de mal humor, me dijo: Estudia informática, ahí está el futuro. Y como a mí no me gustaba (ni me gusta) que me dijeran lo que tenía que hacer, ignoré su consejo y me incliné por las “humanidades”. Recordé también otra etapa feliz de mi infancia, cuando iba de pesca con mis cuates al río. El cebo o carnada lo hacíamos del almidón de los bolillos, o de tortilla tiesa, emulando a nuestros ancestros, y de paso viviendo la emoción por comer lo capturado: entrenábamos para ser unos sobrevivientes. Pero de eso a cazar con un teléfono…

Alcancé a los "jabalines" para preguntarles qué hacían con lo cazado. “Nada”, me contestaron. ¡Archirrequeterrecontraputamalle! Salen a cazar no sé qué, para… ¿nada? Lo que vino después fue como una escena de película de zombis come cerebros. Una especie de estado hipnótico, ansiedad desconocida invadiendo a los habitantes de Tuxtla de los conejos. Un contagio que había alcanzado a personas cercanas a mí, a quienes por estar “cazando” pokemones llegaban tarde a una cita, se desviaban de ruta buscando “estaciones”, “gimnasios”, o lo que fuera, y no te prestaban ninguna atención. Pronto descubrí que si de “cazar” cosas intangibles se trataba, no importaba el costo de la gasolina ni el calor endemoniado, con tal de atrapar “algo” para "nada". ¿No era una estupidez encantadora?

Hoy doce de mayo del 2017, camino de nuevo por el parque de Convivencia Infantil, libre de “cazadores” a diestra y siniestra. Me acomodo cerca del Castillo de Chapultepec y veo hacia el mausoleo de “don Joaquín”, donde meses atrás estuvo repleto de gente, teléfono en mano. No hay ningún "jabalín" cercano al sitio, ni siquiera para dormir una pequeña siesta bajo la sombra de las bugambilias.

Mi natural y extraordinaria imaginación (los envidiosos dirán que soy un exagerado y un mamón) me lleva a teorizar sobre la suerte de aquella "jabalinada" tuxtleca y su actual destino. Quizá les sucedió igual que a los primeros nómadas, y siguen tras los pokemones caminando kilómetros y kilómetros, desde agosto del 2016... Quizá están por llegar a la Patagonia, o cruzan Alaska al tiempo que veo a una ardilla cruzar frente a mí... Quizá fue solo otra actividad inútil para el sedentario promedio, que generó millones a unos cuantos sedentarios invencibles, la punta de la pirámide en la cadena alimenticia cibernética. ¡Pa’qué pictes!

martes, 2 de mayo de 2017

Un par de palabras


Cuando viajo a San Cristóbal de Las Casas cierro los ojos y me imagino arriba de una nave espacial, subiendo a una velocidad aproximada de treinta metros por minuto. ¿Soy un ridículo? Sí, y qué. Me veo checando controles y monitores... el despegue… la ignición… a lo lejos escucho: “¿Qué opina de la corrupción en México?” Quien me interroga es el pasajero de al lado. Finjo dormir. Me veo de nuevo en la cabina de mi nave... el tablero marca un error en el sistema… un par de palabras...

México - Corrupción.

… luego veo libros flotando, ingrávidos: “Kaplan. Fuga en 10 segundos”, la historia sobre David Joel Kaplan, agente de la C.I.A. recluido en la entonces prisión más segura de México: Santa Martha Acatitla, y su escape en un helicóptero desde el patio del reclusorio; “Cuba Libre” y “A-B-Che”, de RIUS, y la historia de Fidel y El Che detenidos en México, presos,“calentados” y liberados después para iniciar la revolución Cubana; La revista Proceso y William S. Burroughs, escritor gringo considerado esencial para la Generación Beat, quien reventó de un balazo la cabeza de su esposa en un apartamento de la colonia Roma; “Breve historia de la Revolución Mexicana”, de Jesús Silva Herzog, la transición de Doroteo Arango a Pancho Villa, Canutillo, generales, licenciados y hombres ignorantes haciendo la guerra; “La corrupción en México”, de Roberto Blanco Moheno. “Lo negro del negro Durazo”...

… Un bucle cuántico me succiona de la cabina hasta el barrio de Atocha, donde me veo de niño pepenando un billete de 100 pesos con la imagen de Venustiano Carranza. Sé lo que sigue, y me río. Ahí aprendí que un dólar valía más de 200 pesos y el pasaje hasta mi escuela 1 peso (un Morelos). Lo supe cuando compré dulces de a tostón y me dieron muchos “Morelos” de cambio, aunque incompleto. Escucho a mi tío decir: “Ni modo mijo, estamos en México, y acá el que no transa no avanza. Guzo caperuzo, ya vendrá el desquite”... abro los ojos justo cuando entramos a la ciudad coleta. ¿Sueño consciente? ¿Realidad inconsciente?

Lo cierto es que durante el viaje a Tan Tristóbal de Las Razas desfilaron otros recuerdos, textos, audios y películas sobre México y la corrupción; adjetivo, verbo y sinónimo de nuestro país. Ser corrupto es algo latente en la naturaleza humana, pero en esta patria es la base sobre la que se ha construído nuestro destino desde siglos atrás. La Historia de México se ha nutrido de errores, imprecisiones, enredos y olvidos necesarios, porque se ha desbordado la ambición de dinero y de poder por parte de una oligarquía añeja, que a su vez ha desbordado el miedo y la incertidumbre en el resto de los mexicanos, quienes repetimos y hasta perfeccionamos usos y costumbres corruptas para vivir.

De muestra este botón: En gran parte de la república mexicana es “normal” enterarse de que las “arcas municipales” se encuentran sin un peso partido por la mitad. ¿Cómo sucede esto? La administración saliente asegura haber dejado las arcas llenas y acusa a los recién llegados de ladrones. Los acusados a su vez acusan a sus acusadores (acá entre nos, los teóricos de los antiguos astronautas hablan sobre una grieta espacio temporal por donde alienígenas ancestrales cruzan, para robar el presupuesto; dicen que están a nada de demostrarlo). Dichos fondos, cual Ave Fénix, renacen y son el tema de la burocracia. “¿Cuánto vendrá de presupuesto este año?”, se preguntan, ingenuos, como si el presupuesto brotara por milagro. ¿Y dónde está la paga, pué? El pueblo no lo tiene. Los últimos en tocarlo son las autoridades municipales, quienes se acusan mutuamente. ¿Usted de quién sospecha? ¡Yo de los alienígenas ancestrales, por supuesto! ¡Si está clarísimo!

Galeano decía que el dinero es el principal problema, y que deberíamos de abandonar su uso, que al fin de cuentas solo es “fiduciario”, es decir, que no tiene más valor que el dado por el gobierno de acuerdo a sus reservas en oro y plata. En México el dinero fiduciario en metal o papel se  multiplica en las maquinitas de hacer dinero y en el saqueo de la riqueza del país, de ahí la inflación que se infla y se infla sin parar, porque cada vez nos importa menos. Se nos filtra la riqueza “por arriba y por abajo”, dijera mi abuela.

Hace sesenta y tantos años México era un país en vías de desarrollo, con un futuro prometedor, y Corea del Sur un país quintomundista, devastado por la guerra y con un futuro incierto. Hoy Corea del Sur exporta tecnología propia en comunicaciones, en maquinaria eléctrica y automotriz, y se han colocado en el “primer mundo”. México exporta cerveza y alimentos, aún sigue en “vías de desarrollo” (y seguirá por quién sabe cuántos siglos más). ¿El secreto del éxito coreano? Educación. Invirtieron en lo único que los podría sacar adelante: su gente. ¿El éxito del fracaso mexicano? ¡A saber! (se aceptan opiniones)

En México la desmemoria puede ser una falta o un acierto, pero bien vale la pena memorizar estos datos (aunque le dé “guácala”). De 1800 a 1860 la moneda mexicana tenía valor y circulaba en Canadá, Estados Unidos, Centroamérica, Filipinas, China y Japón. Un peso era el equivalente a un dólar. De 1917 a 1930, un dólar valía dos pesos; 28 años después, en 1958, un dólar se pagaba a doce pesos con cincuenta centavos. ¿Cuándo se derrumbó el peso? Entre 1976 y 1988, cuando de 12.50 llegó a 2,290 pesos (un promedio de 189 pesos por año, durante doce años). Fue el periodo del “boom” petrolero, cuando más crudo se exportó y más dinero entró al país (“Mexicanos, prepárense para administrar la riqueza”. JoLoPo), pero poco llegó a las arcas de la nación, porque se extravió entre acusadores y acusados (municipales, estatales y federales). Años después, para disimular el desfalco (y seguir con la bonita tradición de las acusaciones mutuas, que tanto luce en los discursos y los debates), le quitaron tres ceros a la moneda. ¡Tómala, papá! ¡Se chingaron los alienígenas ancestrales! ¿Serían capaces de llevarse un dinero mega devaluado? Adivinaron...siguieron, siguen, y seguirán siendo rapaces… digo, capaces.

Más sabio era sanear las finanzas, pero más fácil robar. La corrupción penetró hasta la médula en todos los sectores de nuestro país, y sigue la metástasis. Hoy un dólar vale en realidad 21 mil pesos. Revertir eso está en sumerio (para no joder con lo chino). Ahora bien, ¿qué opino de la corrupción en nuestro país? Para responder recurro a las sabias palabras de mis antepasados (que no antiguos astronautas): “Qué bueno que dios inventó la muerte; todos nos vamos a morir”.

Gracias.