lunes, 27 de marzo de 2017

No todo es lo que parece


Dicen que cada uno de nosotros tiene siete gemelos dispersos por el mundo… por el continente… por el país… o por la ciudad, vaya usted a saber. Sucede entonces que igual y pueden llegar a confundirlo con alguno de ellos, para bien o para mal. No sé si sea mi caso, pero me han sucedido varias situaciones dignas de compartirles.

En una ocasión, bebiendo café americano y comiendo bisquets en la ciudad de México, en la famosa cafetería La Blanca, dos tipos con elegantes trajes oscuros me abordaron, me dieron un par de palmadas en el lomo y me preguntaron qué hacía ahí, tan solo. Yo contesté que estaba bebiendo un café y comiendo pan, como buen chiapaneco. Ellos, en silencio se me quedaron viendo, luego se vieron entre ellos, y después dijeron: no es “él”, además está más alto, y “él” es más bajo de estatura. Yo, con restos de pan en la boca, pregunté: ¿quién es “él”? Te pareces mucho a “él”, y ya se nos hacía extraño que estuviera “él” acá, porque debe estar en Toluca. Ajá, contesté, le di un trago a mi café “de altura”, e insistí: ¿quién es “él”? Martí Batres, contestó el otro. ¿Yo parecido a Martí Batres?... ¿Martí Batres parecido a Yo? ¡Ah, burro!

En otra ocasión, esperando a que la directora de un colegio dirigido por monjas me recibiera, llegó un indígena de aspecto humilde, facciones duras y ojos tristes. Me miraba sin parpadear. Yo, algo incómodo, saqué un libro de mi portafolio y me puse a leer. Aun así él me seguía viendo, lo sentía. Era una mirada penetrante, pesada. No sé por cuánto tiempo me miró. Para mi alivio apareció una de las religiosas y él corrió a postrarse delante de ella, a suplicarle que por favor fueran a su casa, que no vivía tan lejos. Se lo imploraba y eso era tan verdadero, tan dramático, que me conmovió. La monja le habló duramente, casi regañándolo, y le pidió volviera a sentarse en la banca, que ya le iban a atender.

Luego la religiosa se dio la vuelta y me dijo: “La madre superiora lo espera”. Me levanté, y casi de inmediato el indígena se abalanzó sobre mis piernas, las abrazó y me dijo: “Padrecito, ves a mi casa, te lo pido por el amor de dios… mi señora está tendida y no puedo ir enterrarla hasta que des la bendición”. Sentí una descarga eléctrica viajar desde las piernas hasta mi nuca. La monja casi arrancó a aquel hombre de mis piernas. Yo estaba mudo, no supe qué hacer ni qué decir… cada vez que recuerdo esto recuerdo también la mirada de aquel hombre, implorante. Salve aclarar que yo ni religiosos soy, le voy a Los Pumas, y en esa ocasión visitaba el colegio para solicitar empleo allá, en San Cristóbal de Las Casas. Esa mañana me había bañado, rasurado, peluqueado, vestido de manera formal, con un suéter de cuello de tortuga, de color negro. La monja me dijo que me parecía mucho a un misionero camboyano que se encontraba haciendo trabajo comunitario con indígenas, y que me parecía mucho a él.

Pero no todo ha sido tan dramático, ha tenido sus partes chuscas. La última la viví el viernes pasado, cuando se me ocurrió ponerme una máscara de Blue Demon para asistir a una charla con chicos de secundaria. La situación se fue acomodando para que las circunstancias de mi traslado fueran especiales. La persona que iba por mí derramó medio bote de agua en el asiento delantero, lo que obligó a sentarme en el asiento de atrás. En el primer semáforo una mujer que viajaba de copiloto en una camioneta se volteó a verme, de a poco se fue interesando más en el enmascarado (yo), y yo, por un extraño impulso levanté la mano para saludarla. Ella, emocionada, me devolvió el saludo, luego codeó al piloto que no alcanzó a verme porque el semáforo estaba en verde. Fue hasta el siguiente semáforo cuando nos alcanzó y me saludó. Del otro lado del coche donde yo viajaba, me saludó también un taxista. Durante el trayecto con una dama como chofer de Blue Demon, sentado atrás, en un carro grande, igual de aparatoso que los grandes coches sesenteros, característico accesorio de luchadores famosos como El Santo… o como Blue Demon, me la pasé saludando durante toda la ruta, a diestra y siniestra... peor que reina de feria.

¿Y cómo se relaciona esta última historia con los siete gemelos que cada uno tiene en el planeta Tierra? Con nada, definitivamente, pero quería contarles cómo me paso la vida así, tan callando.

lunes, 20 de marzo de 2017

Aprender a aprender...o a pensar… o qué pictes


Estará usted de acuerdo que desde la niñez uno aprende antes de saber que aprende. Ha sido así desde que la humanidad hizo su aparición hace varios millones de años. En la actualidad, las tecnologías de la información y de la comunicación que tanto se ponderaron a finales del siglo XX, han evolucionado en su concepción hasta convertirse en tecnologías para el aprendizaje y el conocimiento.

El siglo pasado Isaac Asimov declaraba que la tecnología no solo acercaba la información y mejoraba la comunicación global, sino que era el gran maestro del futuro. Imagine recibir clases de música con Mozart, o de pintura con Leonardo Da Vinci, o física con Einstein, o literatura con Edgar Allan Poe. ¿Una locura? No, la tecnología lo hace posible.

Aprender a pensar, entonces, no es una novedad, aunque para el nuevo modelo educativo de nuestro país sí que lo es. Hasta antes de esta reforma, el desarrollo de las habilidades del pensamiento en los alumnos de preescolar, primaria, secundaria y preparatoria, se encuentran basadas en las “competencias” que permitan identificar, seleccionar, coordinar y movilizar de manera articulada e interrelacionada un conjunto de saberes diversos en el marco de una situación educativa en un contexto específico.

(fuente, http://www.dgespe.sep.gob.mx/reforma_curricular/planes/lepri/plan_de_estudios/enfoque_centrado_competencias)

Para nuestro pesar, esto no sucede en la realidad, al menos no en la mayoría de las escuelas públicas del país.

El Instituto Fray Víctor María Flores fue de los pocos que se animaron a enseñar esta materia en primaria, secundaria y preparatoria, aun cuando otras escuelas (y me atrevo a decir un alto porcentaje de maestros), la consideraban algo menor, y hasta ociosa.

El día lunes 13 de marzo el gobierno federal, la secretaría de educación y el sector empresarial, anunciaron el nuevo modelo educativo para México, diciendo que ya no habrá más niños memorizando datos “sin sentido”, sino que ahora se enseñará a “aprender a pensar”, porque se hace necesario… porque de no hacerlo sería “inmoral”.

Treinta y tantos años después se lanza esta magna reforma, que para el grueso de la población resultará novedosa, aunque para otros será hasta tardía. ¿Qué se necesita para tomar en serio la educación en México? Porque “Aprender a pensar” (aprender a ser, aprender a hacer y aprender a aprender) ha estado como asignatura desde hace mucho.

Tuve la fortuna de impartir clases en la escuela normal superior del estado de Chiapas, a finales del siglo pasado, donde (por ejemplo) se tenía a los silogismos como uno de los temas de estudio para los aspirantes a maestro. ¿Y qué es eso? Un razonamiento deductivo. Les comparto una muestra básica que contiene dos premisas y una conclusión:

Todas las manzanas son frutas (premisa uno)

Todas las frutas contienen vitaminas (premisa dos)

∴ Todas las manzanas contienen vitaminas (conclusión)


Sencillo, ¿verdad?

El programa de la escuela en ese entonces, enseñaba a construir las aseveraciones con las palabras TODO (A) (S) y NINGUNO (A) (S), y enseñaba también que existían silogismos verdaderos o falsos. En el ejemplo anterior es verdad que todas las manzanas son frutas, como es verdad que todas las frutas contienen vitaminas; por lo tanto la conclusión es igual de verdadera (VVV).

Pero dichos silogismos estaban incompletos. Hice el intento por explicar a mis colegas que debíamos de trabajar el resto de las aseveraciones. Les expuse lo que faltaba y entonces respondieron: “No hay tiempo”... “Hay que seguir el plan”.

Faltaban las palabras ALGUNO (A) (S) y NO TODO (A) (S), además de aseveraciones verdaderas con conclusiones falsas (VVF), o aseveraciones falsas con conclusiones verdaderas (FFV), o mejor aún, aseveraciones FFF, FVV, VFF, VFV, FVF. Aparenta ser un tremendo lío, aunque la verdad no lo es tanto. Los silogismos son solo el 1 % del universo de razonamientos propuestos en el proyecto de Aprender a Pensar, y son escalables en gradientes cada vez más complejos.

Las analogías eran otra de las oportunidades con las que se contaba para trabajar comparaciones a través de metáforas, con el propósito de hacer comprensible algún conocimiento, que por su dimensión o extrañeza, era complicado de asimilar. Así tenemos que, para explicar a los niños de primaria por qué “Leonor es la cabeza de la compañía”, se recurre a la siguiente analogía:
Cabeza : cuerpo :: presidente : compañía.

La cabeza es la que dirige al cuerpo, la que controla, la que ordena, la que manda, así como el presidente hace lo propio con una empresa. En fin, creo que me estoy extraviando de lo que quería compartirles.

Volviendo al tema, dice la primera de las innovaciones del nuevo modelo educativo: “Primero los niños”, luego el antes: “La forma de enseñar consistía en memorizar, era repetitiva y no se enfocaba en el aprendizaje de los niños”. Y cuando lees el ahora, esperas encontrar algo consecuente… pero… : “El fin último es una educación de calidad con equidad donde los aprendizajes y la formación de niñas, niños y jóvenes están al centro de todos los esfuerzos educativos”

 (fuente: https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/199455/INNOVACIONES.pdf).

Resulta que el antes y el ahora de esta primera innovación, son dos perfectas desconocidas. Las demás innovaciones amagan con vincularse de manera consecuente, pero también tienen sus detalles. En lo particular me centro en la primera porque al menos coincido en algo: LOS NIÑOS SON PRIMERO.

Por último, se corre el riesgo de satanizar la memorización, igual de importante que los otros procesos mentales. Si eso sucede, será el éxito de otro fracaso. Les dejo el esquema que sintetiza las innovaciones de donde tomé el ejemplo último, para que haga usted su propio análisis, y con chance hasta aprenda a pensar.

lunes, 13 de marzo de 2017

¿Intenso o clásico?...


... pregunta la morenaza sin quitar la vista de la pantalla. Dudo unos segundos, adormilado. La morena pregunta de nuevo, pero ahora mirándome con seriedad.  ¿Qué contestarle a una chica de veintitantos años, en día lunes y a la hora prima?… ¿Intenso?... Sí, quizá mucho más cuando tenía su edad, nada extraordinario o sobrenatural, más bien fuerte, vehemente, agudo, apasionado... penetrante. A los veintitantos años volaba, era yo un todo terreno. No estaba enterado de mi astigmatismo y miopía, menos de ser el feliz poseedor de un par de pies planos (piso parejo, lo acepto…¿y?) que tanto ofendieron al militar encargado de los nuevos reclutas para el servicio militar nacional. Porque según lo dicho por ese soldado, mis pies eran inútiles para servir a la patria.

Él ignoraba que yo poseía (y aún poseo) dos pies planos con mucha flexibilidad en las articulaciones, lo que me permitía correr los cien metros planos en diez segundos, jugar futbol, basquet, voley, fucho americano; caminar desde mi casa hasta el Estadio Zoque, entrenar y después volver caminando la misma ruta. ¿Era yo intenso? ¡Abuelita de Batman! ¿A la patria le basta con soldados de arco plantar normales? Lo dudo.

Era yo un todo terreno, no miento, incluso muchas veces realicé mis rutinas plantares crudo, medio crudo o bolo, aumentando el grado de dificultad considerablemente. Es más, en una ocasión caminé desde Plan Chiapas hasta Terán, haciéndome acreedor al segundo lugar de la ruta IronBoloMan, porque mi carnalito Fede se quedó con el primero, al caminar más de trece kilómetros (un kilómetro más que yo) hasta San Jochis. Acá usted dirá: “¡Ay sí, ay sí, esa distancia la camina cualquiera!”. El caso fue que ambos recorrimos esa distancia con botas de tacón cubano, pasando de la bolera a la cruda en directo y sin escalas. ¡A ver, maten esa!

Ahora bien, la otra pregunta seguía en el aire: ¿Clásico?... Quizá. No grecorromano pero sí tradicional, armonioso, equilibrado... académico. A mis cuarenta y tantos no me considero ni joven ni viejo, sino experto. ¿Experto en qué?, se preguntará usted, y esto es algo de verdad difícil de explicar. Lo diré llanamente: Soy experto donde antes era inexperto, punto. Si debo de usar alguna analogía, diría me sucede lo que a Neo en Matrix. De a poco cierro los ojos y comienzo a ver. Me tapo los oídos y comienzo a escuchar. Cierro la boca y hablo (y me escuchan). Y si me pregunta usted si esquivo las balas que me disparan, le respondo que sí; y a veces hasta las detengo por completo, y las hago caer cual cacahuates piñateros. Es la verdad... digo... qué gano con mentir. Acá mi amigo, compadre y doctor Harrison dirá que solo me hago pendejo, y así qué chiste. Usted puede pensar lo mismo, pero si lo analiza unos minutos verá que no es algo baladí.*

“El siguiente por favor”, escucho decir a la morenaza, encabronada. Pero yo qué puedo hacer, si estoy en una pinche disyuntiva canija que me tiene agarrotado. Quiero decirle “intenso” porque aún lo soy, pero también “clásico”, aunque ni lo uno ni lo otro le importa a la joven cajera, porque se refiere al café, bebida por cierto bastante chafa, que me hizo merecedor de una crítica aguda por parte de mi estimada Aurora Oliva. No tengo más argumento que el de despertarme en minutos, además de poner mi presión arterial en niveles catastróficos para un corazón promedio y ordinario, pero no para un corazón como el mío, intensamente clásico, o clásicamente intenso (le acabé confesando a Aurora que tal vez me acostumbré al pipí de esa tienda, porque en otras de la misma franquicia el café no sabe igual).

No tuve otra opción que caminar hasta el último lugar de la fila mientras le dada sorbos al café para reactivarme. Con la cafeína inundando mi torrente sanguíneo pensé que, de haber bebido antes unos cuantos tragos, habría resuelto ese dilema con clase, con experiencia, y con un nivel de intensidad casi olímpica… de verdad… ¿qué gano con mentir?




*Baladí: ¡Uta malle, me la jalé! ¡No usaba esta palabra desde hace mucho! (no confundir con Bacardí) ¡Estoy intenso! Consultaré con algún influencer o millennials, o con algún dreamer; o ya de perdis con la  redacción del Carruaje Web, para ver si no estoy usando una palabra que igual y hasta es posmo: “El sujeto clásico e intenso, es una deconstrucción baladí de metanarrativas transhistóricas”. ¡Ora perro!