viernes, 15 de julio de 2016

Furbol


Veo cada vez más lejana la posibilidad de acercarme a un estadio de fútbol. Y no porque me desagrade, al contrario, mi infancia y juventud estuvieron ligadas a las canchas, a la pasión y al esfuerzo. Asistí como público y también jugué en terrenos de cemento, grava, tierra, zacatonales, lodo, pasto, o una mezcla de las anteriores, no siempre llanas; los hubo sinuosas, inclinadas, cóncavas, convexas y asimétricas. Llegué a jugar en canchas recién inventadas en ejidos, gracias a los machetes y las coas, y también en el estadio Zoque. Supe qué se siente ser campeón, y me retiré a tiempo, antes de que esa pasión me atragantara.

Tengo en la memoria la liga mexicana de los años ochenta y principios de los noventa, además de los mundiales del 82 al 90. Lo sucedido después me vale un diputado. Mis vecinos (más jóvenes que yo) me invitan a ver los partidos del fin de semana, pero no lo hago por una sencilla razón: lo que se ve en la televisión ya no es fútbol. En México la liga es engaña bobos, pasarela de uniformes bonitos y esfuerzos magros. Es una simulación, una coreografía de vedettes chafa, acartonada, con la narración de comentaristas descafeinados, infames. Sí, ya estoy viejo, “todo cambia”, se transforma, pero…

En los ochentas, equipos de primera división conocieron el pasto del estadio zoque. Hacían pretemporada al interior de la república con sus titulares, nada de equipos alternativos. El equipo chiapaneco enfrentaba verdaderas batallas contra jugadores de primera línea que no venían a pasear ni a caminar en la cancha. ¡Qué alineaciones! Cruz Azul: Miguel Marín, Nacho Flores, Wendy Mendizábal, Adrián Camacho. Chivas: Zuly Ledezma, Jaime Pajarito, Demetrio Madero, Concho Rodríguez, Quirarte. UNAM: Olaf Heredia, Tuca Ferretti, Luis Flores, Germán Tello, Manuel Negrete. América: Zelada, Tena, Echaniz, Brailovsky, Outes, Batata, Ortega. Con gusto pagabas tu boleto, a la altura de las circunstancias. Y en la liga nacional esos equipos jugaban con la misma intensidad, y algunos encuentros terminaban en verdaderas batallas campales.

¿Cuándo se fue al carajo el fútbol? Cuando llegaron los mercachifles, que ignoran lo que es vivir una pasión. Cuando inflaron los sueldos. Cuando aparecieron los “estándares” de FIFA, que obligan a países jodidos a gastar millones en estadios y no en hospitales, carreteras o escuelas. Cuando aparecieron los estrategas del “cuatro-cuatro-dos”. Cuando surgieron las diademas y los tintes para el cabello, los zapatos de colores, lo “fashion”. Cuando los comentaristas fueron relevados por comunicólogos gritones, quienes creen que la tecnología es lo mejor que le ha sucedido al juego.

Sí, ya estoy viejo, pero aún queda alguna esperanza… quizá el Apache, Carlitos Tevez, sea el último vestigio de ese jugador aguerrido que no venderá jamás su pasión por jugar, por representar a los más jodidos y hacer del triunfo algo “nuestro”, y no “suyo”. Lo lamento por quienes ven ahora el balompié mexicano, y creen se juega mejor que antaño, porque no es verdad. Por lo pronto en el fútbol nacional no hay juego, ni siquiera engaño, porque eso es un arte, y en la liga ni eso existe.

Historia de México




Mi MiniMi abre su libro de historia y lee en voz alta las instrucciones para la tarea. En resúmen: conocer una breve biografía de La Malinche, reflexionar la lectura con un adulto (se supone que soy yo), y redactar una breve ficción en primera persona (MiniMi en el rol de la Malinche, ¡vaya cosa!).

Mientras MiniMi lee en voz alta, recuerdo el librero en casa de mis abuelos, allá en el ejido Tierra y Libertad, donde visualizo el título: La corrupción en México, de Roberto Blanco Moheno. Lo recuerdo porque de chavo llamó mi atención la palabra “corrupción”. No sabía su significado, aunque tampoco me importaba mucho. Lo asociaba con algo “roto”, “desgarrado”. En esa ocasión tomé el libro y leí un pequeño relato sobre La Malinche. Palabras más, palabras menos, era algo así:

Hernán Cortés llega a la gran Tenochtitlán, y después de asesinar a Moctezuma, combate a Cuauhtémoc hasta capturarlo. El último de los príncipes aztecas pide morir; no tiene nada mejor que dar, solo la vida. Los soldados españoles, codiciosos, piden a Cortés torturar al rey tlatoani para que diga dónde oculta el grueso del oro. A Hernán le parece buena idea, porque cuando decidió matar a Moctezuma olvidó preguntar esa nimiedad. Sin más, untan aceite en los pies de Cuauhtémoc y lo ponen sobre leña ardiente. “Cuau” no soporta la tortura y confiesa, pero ninguno de ellos entiende náhuatl. Entonces llaman a La Malinche, quien escucha a detalle lo dicho por el atribulado príncipe. Al terminar Cuau, ella niega con la cabeza, se pone de pie, se acerca a Cortés y sus soldados, quienes aguardan ansiosos la traducción: “Cuauhtémoc dice que por él pueden irse mucho a la vergotztli, que no dirá dónde está el oro”. Sorprendidos primero, y encabronados después, los españolitos le echan más leña al tormento de Cuauhtémoc. A lo lejos La Malinche, pensativa, da gracias a los dioses por su habilidad con los idiomas, que la hace poseedora de la verdad, manipulando la situación.

MiniMi termina de leer, y me pregunta qué significa “en primera persona”. A punto de ponerme enciclopédico, decido una definición sumarísima: “Que Tú serás, desde este momento, La Malinche”, y deberás contar una situación. Entonces MiniMi, transformado en “MiniMalinche”, decide escribir sobre las ganas que le puso a la clase de idiomas, porque antes la escuela era divertida. Que el oro  servía para comprar cosas y que todos querían oro porque así podían pasear, y comer lo que quisieran, pero que igual no era bueno, porque las personas cambiaban y se volvían malas. Al final, MiniMi remata su relato con un sorpresivo “pido perdón, no quise traicionar a México, me obligaron”.

Vale vergotztli la vida.

viernes, 8 de julio de 2016

Mosca



Hace un año me encontraba en la librería del FCE, leyendo el cuento La mosca (The fly), de Katherine Mansfield. Era una lectura grupal del taller literario coordinado por JMT, excelente narrador. Más de uno comentó acerca del texto, hasta que tocó el turno a un “doctor”, quien, con voz grave, afirmó: El cuento de Mansfield tiene un problema de credibilidad. JMT le pidió explicara su aseveración. Los códigos de verosimilitud en la literatura son categóricos. En mi opinión, es inverosímil que una mosca sienta atracción por un recipiente con tinta. Las moscas buscan la podredumbre, lo nauseabundo, los desperdicios. Un tintero no es creíble. 

En segundos vino a mi memoria un recuerdo de 1986, cuando formaba parte del angelical coro de la iglesia de mi colonia. Fuimos invitados a cantar en la misa que celebraría el mismísimo arzobispo Felipe Aguirre Franco, en la iglesia de la Santa Cruz, (en la entonces delegación Terán). Nuestro director, Don P, era un manojo de nervios, nos formaba de una manera, luego de otra, corregía nuestra postura y nos pedía seriedad, porque estábamos en la casa “del señor”. Llegó la hora, y créanlo o no, cantamos cual ángeles la bienvenida, el perdón y el aleluya. Después vino el canto del santo, y fue ahí donde, en menos de tres segundos, sucedió lo inverosímil.

Mientras solfeábamos: “Santooo Santooo, es el señooor…” clarito vi, a contra luz del vitral de la enorme ventana, a una mosca de lomo nacarado. Su peculiar brillo llamó mi atención. Era del tamaño de un cacahuate, que zigzagueó un par de veces antes de lanzarse, kamikaze, a la cabeza de  Don P, quien se encontraba en lo mejor de su vibrato: “… es el señooor… osanaa|”

¡La mosca se le metió hasta dentro de la garganta! Don P. abrió los ojos, sorprendido, luego miró a “monseñor”, a los asistentes, parpadeo y sin más se tragó al intruso, cerró los ojos y remató la estrofa: “… en las alturaaaaas”.

No lo podía creer. Don P. se había tragado a la enorme mosca nacarada. Al finalizar la misa se lo conté a mis cuates del coro, quienes no me creyeron. “Le preguntemos”. Fuimos hasta Don P, quien al oírnos, le dio vuelta a un enorme anillo en su dedo, y nos agarró a coscorrones, mientras huíamos de él.

No cabe duda de que la verosimilitud es al texto narrativo, lo que la verdad a la vida. ¿Es verosímil la mosca de Mansfield? ¿Es verdad la mosca tragada por Don P? Usted tiene las respuestas. “En boca cerrada no entran moscas”, dice el viejo y conocido refrán. ¿Qué fue de Don P? Sigue consagrado a la vida pastoral, aunque desconozco si todavía canta. ¿Aún canto yo? No, ese día me retiré.