Veo cada vez más lejana la posibilidad de acercarme a un estadio de fútbol. Y no porque me desagrade, al contrario, mi infancia y juventud estuvieron ligadas a las canchas, a la pasión y al esfuerzo. Asistí como público y también jugué en terrenos de cemento, grava, tierra, zacatonales, lodo, pasto, o una mezcla de las anteriores, no siempre llanas; los hubo sinuosas, inclinadas, cóncavas, convexas y asimétricas. Llegué a jugar en canchas recién inventadas en ejidos, gracias a los machetes y las coas, y también en el estadio Zoque. Supe qué se siente ser campeón, y me retiré a tiempo, antes de que esa pasión me atragantara.
Tengo en la memoria la liga mexicana de los años ochenta y principios de los noventa, además de los mundiales del 82 al 90. Lo sucedido después me vale un diputado. Mis vecinos (más jóvenes que yo) me invitan a ver los partidos del fin de semana, pero no lo hago por una sencilla razón: lo que se ve en la televisión ya no es fútbol. En México la liga es engaña bobos, pasarela de uniformes bonitos y esfuerzos magros. Es una simulación, una coreografía de vedettes chafa, acartonada, con la narración de comentaristas descafeinados, infames. Sí, ya estoy viejo, “todo cambia”, se transforma, pero…
En los ochentas, equipos de primera división conocieron el pasto del estadio zoque. Hacían pretemporada al interior de la república con sus titulares, nada de equipos alternativos. El equipo chiapaneco enfrentaba verdaderas batallas contra jugadores de primera línea que no venían a pasear ni a caminar en la cancha. ¡Qué alineaciones! Cruz Azul: Miguel Marín, Nacho Flores, Wendy Mendizábal, Adrián Camacho. Chivas: Zuly Ledezma, Jaime Pajarito, Demetrio Madero, Concho Rodríguez, Quirarte. UNAM: Olaf Heredia, Tuca Ferretti, Luis Flores, Germán Tello, Manuel Negrete. América: Zelada, Tena, Echaniz, Brailovsky, Outes, Batata, Ortega. Con gusto pagabas tu boleto, a la altura de las circunstancias. Y en la liga nacional esos equipos jugaban con la misma intensidad, y algunos encuentros terminaban en verdaderas batallas campales.
¿Cuándo se fue al carajo el fútbol? Cuando llegaron los mercachifles, que ignoran lo que es vivir una pasión. Cuando inflaron los sueldos. Cuando aparecieron los “estándares” de FIFA, que obligan a países jodidos a gastar millones en estadios y no en hospitales, carreteras o escuelas. Cuando aparecieron los estrategas del “cuatro-cuatro-dos”. Cuando surgieron las diademas y los tintes para el cabello, los zapatos de colores, lo “fashion”. Cuando los comentaristas fueron relevados por comunicólogos gritones, quienes creen que la tecnología es lo mejor que le ha sucedido al juego.
Sí, ya estoy viejo, pero aún queda alguna esperanza… quizá el Apache, Carlitos Tevez, sea el último vestigio de ese jugador aguerrido que no venderá jamás su pasión por jugar, por representar a los más jodidos y hacer del triunfo algo “nuestro”, y no “suyo”. Lo lamento por quienes ven ahora el balompié mexicano, y creen se juega mejor que antaño, porque no es verdad. Por lo pronto en el fútbol nacional no hay juego, ni siquiera engaño, porque eso es un arte, y en la liga ni eso existe.
Tengo en la memoria la liga mexicana de los años ochenta y principios de los noventa, además de los mundiales del 82 al 90. Lo sucedido después me vale un diputado. Mis vecinos (más jóvenes que yo) me invitan a ver los partidos del fin de semana, pero no lo hago por una sencilla razón: lo que se ve en la televisión ya no es fútbol. En México la liga es engaña bobos, pasarela de uniformes bonitos y esfuerzos magros. Es una simulación, una coreografía de vedettes chafa, acartonada, con la narración de comentaristas descafeinados, infames. Sí, ya estoy viejo, “todo cambia”, se transforma, pero…
En los ochentas, equipos de primera división conocieron el pasto del estadio zoque. Hacían pretemporada al interior de la república con sus titulares, nada de equipos alternativos. El equipo chiapaneco enfrentaba verdaderas batallas contra jugadores de primera línea que no venían a pasear ni a caminar en la cancha. ¡Qué alineaciones! Cruz Azul: Miguel Marín, Nacho Flores, Wendy Mendizábal, Adrián Camacho. Chivas: Zuly Ledezma, Jaime Pajarito, Demetrio Madero, Concho Rodríguez, Quirarte. UNAM: Olaf Heredia, Tuca Ferretti, Luis Flores, Germán Tello, Manuel Negrete. América: Zelada, Tena, Echaniz, Brailovsky, Outes, Batata, Ortega. Con gusto pagabas tu boleto, a la altura de las circunstancias. Y en la liga nacional esos equipos jugaban con la misma intensidad, y algunos encuentros terminaban en verdaderas batallas campales.
¿Cuándo se fue al carajo el fútbol? Cuando llegaron los mercachifles, que ignoran lo que es vivir una pasión. Cuando inflaron los sueldos. Cuando aparecieron los “estándares” de FIFA, que obligan a países jodidos a gastar millones en estadios y no en hospitales, carreteras o escuelas. Cuando aparecieron los estrategas del “cuatro-cuatro-dos”. Cuando surgieron las diademas y los tintes para el cabello, los zapatos de colores, lo “fashion”. Cuando los comentaristas fueron relevados por comunicólogos gritones, quienes creen que la tecnología es lo mejor que le ha sucedido al juego.
Sí, ya estoy viejo, pero aún queda alguna esperanza… quizá el Apache, Carlitos Tevez, sea el último vestigio de ese jugador aguerrido que no venderá jamás su pasión por jugar, por representar a los más jodidos y hacer del triunfo algo “nuestro”, y no “suyo”. Lo lamento por quienes ven ahora el balompié mexicano, y creen se juega mejor que antaño, porque no es verdad. Por lo pronto en el fútbol nacional no hay juego, ni siquiera engaño, porque eso es un arte, y en la liga ni eso existe.