martes, 10 de marzo de 2020

Carta para MiniMí sobre algunas curiosidades.


Querido hijo:

Ayer cuando te conté del soldado herido de una mano en plena batalla, que fue el autor de Don Quijote, lo que realmente quería hacer era preguntarte si podías adivinar en cuál de las dos manos había sufrido la lesión (¿izquierda o derecha?). Usaste tu intuición, o quizá la lógica (siguió escribiendo, y casi todos son...), y diste con la respuesta correcta. Ahora se me ha ocurrido contarte y preguntarte sobre diestras y siniestras (y otras curiosidades).

¡Publicado hace más de 400 años!

El soldado del que te hablé fue Miguel de Cervantes Saavedra, mejor conocido como "El manco de Lepanto". En realidad sí tenía la mano, aunque inutilizada por tres disparos de arcabuz. Lo "retratan" con una mano visible y otra oculta, a veces esconden la derecha, en otras la izquierda. Tú ya sabes la respuesta, lo que no sabes es que Cervantes además usaba gafas, no gozaba de buena ortografía pero sí de una imaginación desbordada, que le llevó a construir una novela para la eternidad. 


¿Izquierda o derecha?

Fue amigo y vecino de barrio del poeta y dramaturgo Lope de Vega, quien no tomó en serio su novela. Como no tenía "grandes plumas" para elogiar su obra, Cervantes se inventó sonetos escritos por los grandes caballeros andantes: lo que Orlando el Furioso le diría a Don Quijote. Lo que el Escudero de Amadís de Gaula le diría a Sancho Panza. Lo que el caballo del Cid Campeador (el Babieca) le diría a Rocinante. ¡Vaya que si don Miguel tenía imaginación!

Tengo manita o no tengo manita

Te cuento de don Antonio López de Santa Anna, quien perdió una pierna (y un dedo) en la Guerra de los pasteles, conflicto que comenzó con una deuda de unos cuantos pesos, y terminó en una invasión donde se involucraron los Estados Unidos (a favor de Francia) y el Reino Unido (a favor de México). Después don Santa Anna volvería a perder la pierna (la prótesis) en la Batalla de Cerro Gordo, en Veracruz. 

Se ve "friki" la pata de madera y corcho.

A don Antonio le pusieron de apodo el "quince uñas", pero si descuentas la uña del dedo perdido de la mano, quedan sólo catorce. El primer entierro de su pierna, la natural, fue con honores, en una hacienda de Veracruz. Años después fue exhumada y vuelta a enterrar, con honores, en el cementerio de Santa Paula, en la Ciudad de México. Tiempo después fue exhumada de nuevo, pero sin honores, para ser arrastrada en calles y avenidas por una turba enardecida, hasta hacerla añicos. ¿Y la prótesis dónde quedó? ¡En el Museo Estatal Militar de Illinois!

Foto de don Santa Anna
Te cuento ahora de uno de los personajes del México posrevolucinario, don Álvaro Obregón... ejem, ejem... General Álvaro Obregón Salido, quien es mejor conocido como "El manco de Celaya". A diferencia del "Manco de Lepanto", éste sí fue mutilado. Sucedió un 03 de junio de 1915, cuando una granada le trozó la mitad del brazo mientras combatía al mismísimo Francisco Villa (Doroteo Arango) a las afueras de Guanajuato.

Don Álvaro

Como era de esperarse, se realizó la operación de rigor. Una vez finalizada, la extremidad herida se puso en un frasco lleno de formol, que se extravió días después de manera misteriosa (¡ay sí, ay sí!). El frasco desapareció en Guanajuato, reapareciendo tiempo después en Sinaloa. La mano del aguerrido general estuvo en formol ¡durante 74 años!, hasta que fue incinerada y puesta junto con el resto del cuerpo de don Obregón en Huatabampo, Sonora.

¨¡Esto si es friki!
Por último, te cuento de Vincent Van Gogh. Dicen los que saben que el pintor holandés se rebanó la oreja con una navaja de barbero, por culpa de una crisis de tristeza... bueno, eso dijo don Vincent y don Paul Gauguin. Pero lo que en verdad se cuenta (y es que cuando el río suena, agua trae) es que fue el mismo Gauguin quien, con una espada, mochó la oreja de Van Gogh de un solo tajo.

Vincent Van Gogh

Resulta que don Paul era un notable espadachín y, luego de una trifulca de borrachos afuera de una taberna, se aprovechó de su habilidad para mocharle la oreja. Imagino que después vino el arrepentimiento y decidieron contar otra historia, de común acuerdo, culpando a la tristeza. La pintura (autorretrato) muestra la mutilación del lado derecho, en otras del lado izquierdo, pero de seguro se debe a que Vincent se "autopintó" frente a un espejo. ¿Tú qué crees?

Retrato con esparadrapo en la oreja.

¿Te gustó? Bien, ya no te entretengo más, te contaré después sobre la cabeza de Villa, sobre la lengua de don Belisario Domínguez y sobre las manos de Ernesto Che Guevara. Ahí para la otra.

Llegó la hora del sumario. Sé que tú sabes las respuestas. 


Miguel de Cervantes Saavedra.


  • La mano herida en batalla, ¿fue la izquierda o la derecha?


Antonio López de Santa Anna (su nombre completo es larguísimo).


  • La pierna herida en batalla y amputada, ¿fue la izquierda o la derecha?


Álvaro Obregón.


  • El medio brazo herido en batalla y cortado después, ¿fue el izquierdo o el derecho?


Vincent Van Gogh.


  • La oreja cercenada en la trifulca, ¿fue la izquierda o la derecha?

sábado, 5 de octubre de 2019

El gran kid / Sábado de box



Sábado por la mañana. Arriba del taxi colectivo estamos tres tristes trogolditas*, embutidos en el asiento trasero. Adelante un chico menudo pero atlético, batalla con un hato de vendas amarillentas que amenazan con salirse de la mochila. El chofer, vecino conocido por obra de la costumbre, le pregunta: “¿Idiay? ¿A poco ya te estás preparando para el jalouin?” “¡Que ya momia!”, volea trogoldita uno. El muchacho apenas ríe, tímido, luego aclara que las vendas son para entrenar. "¿Quéntrenáspué?“Box”, contesta el chico. “¡A burro! –acota trogoldita dos –, ¿quién sale tan temprano para que lo jodan? No chito, cambialo tu deporte”. Trogoldita uno: “¡Dejalo vooos! ¿Qué te importa si lo joden? Es su gusto pué”. El chofer le pregunta en qué peso boxea. 


“Wélter junior –contesta, tímido –, tengo 16 años, mi entrenador dice que me va a probar en wélter ligero”. Se hace un breve silencio. Yo, trogoldita tres, aprovecho para recordar cuando a esa edad me veía jugando en Primera División. El semáforo cambia de rojo a verde. Trogoldita uno rompe el silencio: “Usté barraco, porque vasacer chingón”. “¿Sos rudo o técnico?”, indaga trogoldita dos. Reímos todos. “¡Veee! ¿Acaso es lucha pué?”, revira don chófer. “¿Y a quién le vas en el box?". “Al Canelo”, responde. Otra vez el silencio. “Bajo en INDEPORTE”, advierte el muchacho. Los trogolditas no lo decimos pero tenemos ganas de preguntarle su nombre, no el de bautizo sino el de boxeador. Se baja dejándonos con la incertidumbre. 


“El barretero de Cupía”, digo en voz alta. “Kid Parachico”, abona don chófer. “El Chuntá del Río Grande”, dice trogoldita dos. “¡Umm vooos! –reclama trogoldita uno –, mejor Kid Arrecho… El Orgullo del Grijalva… No sé… Oiga don, igual y estuvimos hablando con el próximo campeón del mundo, y lo trajo usté arriba de su taxi. ¡Fuéramo a verlo pelear! Todo el fraccionamiento apoyándolo, porque alguien así merece ser campeón, ¿o no, vecino?” Yo, emocionado, pienso en voz alta: “Mientras haya hambre, habrá boxeo”. Trogoldita uno y dos, y don chófer, se me quedan viendo, luego cada uno me castiga con el látigo de su silencio.


*Trogolditas, hombres de pozol blanco y de cacao, parientes cercanos de los Trogloditas.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Musa


Hoy es el día nacional del libro, y también es día del cartero. Sobre lo primero les cuento que lo festejé el pasado viernes 9 de noviembre, en uno de los salones de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Facultad de Humanidades, Campus IV, de la Universidad Autónoma de Chiapas. Digo que lo festejé porque eso fue, un festejo; me explico.


Tengo el privilegio de contar con la amistad de Luciano Villarreal (docente de la facultad), quien me invitó para estar con él ese viernes tan oscuro (para mí, no para él). No cabe duda de que la vida es un carnaval y en eso el destino nada tiene que ver, por eso acudí, gustoso, para "charlar" con los alumnos de nuevo ingreso. Los vi y me vi. Les hablé y me hablé. Los celebré y me celebré. Rieron y reí, de mí y con ellos (pinche destino). 


Tuve un atisbo de lucidez mientras Luciano, generoso, me presentaba con las muchachos y los muchachas. Me dije: "Hugo, estás volviendo al mismo salón donde llegaras hace veintiséis años creyendo haber leído todo y saberlo todo". En un instante cruzó por mi mente la frase: "Yo soy lector, y si ustedes no leen, a mí, ¡me vale madres!" Esa latencia oscura que me habita desde hace días estuvo a nada de quebrarme, pero reaccioné: "Hugo, desde la construcción, nunca desde la destrucción".


Todas las palabras para todos, todas las lecturas y todas las escrituras para todos, no para que todos sean escritores, sino para que nadie sea esclavo. Luego leí el manifiesto de Tinta Chida, que apuntala rebien la aseveración anterior, agregando mis breves experiencias con la lectura y la escritura durante estos años, que han hecho de mí lo que esa tarde - noche estaba frente a ellos: Hugo. Después Juventino, también generoso, regaló una playera y vendió varios libritos con cuentos ultracortos de mi autoría. 


Ya estaba contento con haber asistido esa tarde, después de cruzar el tráfico de la ciudad idiota. Finalicé mi intervención y entonces Luciano, con una impunidad admirable, me regaló una botella de tequila, que sentí venía con la energía de todos los ahí presentes. En ocasiones anteriores, cada vez que estoy frente a grupos numerosos termino agotado. Pero esta vez fue al contrario, me sentía pleno de energía desde que llegué, y esa energía fue subiendo hasta el final, cuando firmé autógrafos. ¡La vida es un carnaval! (pinche destino)


Hoy vuelvo a la dura sombra de la nostalgia, a la oscuridad del desamor más duro. Desde hace rato soy huérfano de ciudad, llegando tarde a todo, sin tener más que éste que soy, seguro de que hasta el destino se ha marchado lejos de mí (pinche destino). Desde la dura sombra me preparo para leer al húngaro Tibor Déry (El ajuste de cuentas), autor desconocido para mí, hasta hoy. Así celebraré éste día aciago: Leyendo (y escribiendo).


También hoy es el día del cartero, y me ufano de haber escrito muchas cartas, y haber ido a la oficina de correos a depositarlas, certificadas, para que llegaran a la mayor brevedad hasta su destino. No eran cartas comunes, sino verdaderos mamotretos ilustrados, que ocupaban más de diez hojas cada sobre. De vuelta me llegaban paquetes iguales, generosos en su prosa y en sus detalles. De eso no queda nada más que el recuerdo. Quisiera volver a escribir cartas, y caminar hasta la oficina de correos y enviarlas, y volver a casa para esperar la respuesta.




Le escribiré una carta a Calíope, para que me ayude a recuperar la elocuencia; otra será para Clío, para que me recuerde mi historia y vuelva a ser yo; otra será para Erató, para que me cante y me ame como si fuera la primera vez; una más será para Euterpe, para que atrape por mí la más bella música y me la devuelva, porque me he quedado sin canción; otra más para Melpómene, para que me ayude a recuperar el ingenio y la imaginación; otra más a Polimnia, para que me devuelva lo sagrado; otra para Talía, y me ayude a recuperar la risa; una para Terpsícore y me enseñe a bailar al compás del delirio; y una última para Urania, para que me ayude a encontrar la geometría de mi corazón.

¿Y la décima musa?

lunes, 5 de noviembre de 2018

Panchero


"A mi me gusta viajar sin moverme de mi casa, 
sin salir de mi país, 
sin apartarme de mí mismo".

Confieso que he vivido / Memorias
Pablo Neruda

Por alguna razón que ignoro, tengo una particular predilección por las historias de vida contadas en primera persona, ya sea en entrevistas, cartas, diarios o memorias. La mayoría de ellos pertenecen al mundo de la literatura, le siguen músicos, científicos, deportistas, entre otros individuos que considero interesantes.

También recuerdo el intento por redactar mis memorias en la secundaria. Quería escribir un diario pero se me hacía extraño "hablarle" a mi libreta. Me gustaba más la idea de hablarle a otro; que me leyeran. La idea surgió luego de haber leído un par de entradas del Diario del Che en Bolivia, publicadas en la revista Proceso.

En vacaciones de "semanasanta" mi amigo Uvi (Ludwig Stefan) y YoMeroMaromero, nos aventuramos a viajar de aventón por la vieja carretera panamericana, mochila a la espalda. ¿Lugar de partida? Tuxtla Gutiérrez. ¿Destino? Puerto Arista. Dicha aventura la fuimos anotando en una libreta pequeñita (a sugerencia de mi amigo) contando la verdad de la travesía, aunque aderezada de adjetivos y metáforas dignas de los diálogos de novelas de vaqueros, y de las revistas del Hombre Araña.

Era el final de la década de los ochenta y también la mejor etapa de nuestra juventud. El hermano sol, antiguo y vil, nos castigó durante toda la ruta. La aventura fue memorable, formativa, que nos graduaría como amigos (estábamos influenciados por la serie gabacha "El Caminante"). Cuando volvimos a Tuxtla Gutiérrez nos dimos a la tarea de releer lo escrito, y los recuerdos fueron retechingones.

Por supuesto que nuestro diario de viaje no se compara con el de Ernesto Guevara, ni tuvo ese oscuro final, allá, en la quebrada del Yuro. Se preguntarán: ¿Y dónde quedaron las anotaciones de ese viaje? ¿El breve diario de esas aventuras? Lo ignoro. Le preguntaré a mi amigo, aunque fue hace tantos años, que de seguro se lo ha llevado el viento. Lo que queda existe sólo en nuestra memoria.

Semanas atrás, preparando una serie de relatos sobre boxeo y boxeadores, me hallé con la serie “A puño limpio”, de la editorial Almadía, y en uno de los cuatro números el testimonio del norteamericano Nat Fleischer (las diez más grandes peleas / 1900 – 1952), y el combate entre ¡Pancho Villa! vs Jimmie Wilde, aquel lejano 18 de junio de 1923. Espero ésta suerte de hipocorístico no lo emocione ni lo confunda (yo me dejé llevar, lo acepto).

Antes de éste púgil hallazgo filipino, los únicos “Panchos” que conocía eran mi general Villa (Doroteo Arango); el Trío “Los Panchos” (quienes dicen agudos especialistas, tomaron el nombre del General Villa, aunque otros sagaces conocedores, insisten en que fue tomado del merengue “Compae Pancho”); y la banda de “Los Panchitos”, aunque éste nombre no fue influido por el líder de la División del Norte (por cierto, tampoco se trata de una “división urbana” trazada en forma de avenida, como me dijo hace años un sujeto sin predicado, avenida que valga decir, no se encuentra en el norte cardinal), sino por el nombre de tres primos (fundadores de la anarcobanda) de nombre Francisco, y que se saludaban como “Panchitos”.

¿Y por qué estoy divagando tanto? ¡Porque soy puro pancho! (panchero) De eso no cabe duda, aunque algo de sentido me asiste, porque el Trío Los Panchos y la banda punk de Los Panchitos fueron temas cercanos a mí (panchero nunca he sido… bueno, quizá un poco, pero nada de qué preocuparse).

Por cierto, existe un libro titulado “Nosotros los hombres ignorantes que hacemos la guerra. Correspondencia entre Francisco Villa y Emiliano Zapata”, recopilación hecha por Armando Ruiz, que pone en contexto las relaciones que se dieron entre los generales de los ejércitos del norte y del sur.

Curiosamente (¡Ay sí! ¡Ay sí!), el pueblo donde mi amigo Uvi y YoMeroMaromero hicimos un alto en nuestra travesía, fue el ejido Tierra y Libertad, lugar que ayudó a fundar mi abuelo allá por los años treinta, y que nos quedaba de paso para reabastecer provisiones. “Tierra y Libertad”, grito de lucha campesina asociada a la revolución mexicana y al "Atila del sur": Emiliano Zapata. Su cabeza (reproducción de concreto) se encuentra sobre una columna tipo romana, en una jardinera del parque. ¡Velo por dónde vine a salir!

Les iba a contar del boxeador filipino Pancho Villa, pero ya pa’qué pictes. Zapata no venía al caso, aunque haciendo memoria...

jueves, 25 de octubre de 2018

Expiación


La última vez que vi actuar a mi amigo Aarón Vite Grajales fue en el teatro de la ciudad Emilio Rabasa, en la obra "Crónica de un desayuno". Eran otros los tiempos, otros los años, otros los escenarios. "El arte es largo" dice Hipócrates, y el sábado pasado lo comprobé. Acá les cuento que el teatro llegó a mi vida a través de los libros, no antes. Compraba los mamotretos en la librería que se encontraba frente a la tienda Aras Bazar. Colección publicada por Editores Mexicanos Unidos. Conocí la obra de varios dramaturgos mexicanos, divertidos muchos, excelsos otros, pero todos de una calidad que me satisfacía. Era el inicio de los años noventa, me estrenaba como alumno de la entrañable Facultad de Humanidades, Campus VI, de la Universidad Autónoma de Chiapas (aclaro que los libros los compraba con el dinero que ganaba por trabajar a destajo, algo que hice durante toda la licenciatura).


Fue en la universidad donde conocí a Aarón, y a muchos más. Me vinculé al teatro universitario pero no como actor, sino como "estaf designado", hermanado a la dramaturgia a punta de parrandas, aventuras inolvidables en viajes dentro y fuera de Chiapas. La dramaturgia me gustaba (y aún me gusta), y la construcción de los diálogos mucho más, sin embargo nunca logré escribir nada digno de recordar. Les decía que los viajes fueron alucinantes, siendo Oaxaca el más recordado. Ahí asistí a lo que me iba a doler, con dos obras que todavía recuerdo como si fuera hoy: "La llorona" (Oaxaca) y "El descendiente" (Campeche). En la primera obra entré sorprendido por un velorio, y salí llorando. Del segundo destaco el miedo ante las continuas sorpresas de una factura chingonsísima.


Las emociones sentidas no volvieron a suceder hasta el sábado 22 de octubre, en el espacio que ocupa Telar teatro A.C. Había llegado el viernes para ver la obra, pero por X o Y circunstancia no alcancé a entrar (la temporada llegaba a su fin, y yo, por compromisos fuera de Tuxtla, estaba a punto de perdérmela). Mi boleto fue reasignado para el día siguiente y creo fue lo mejor, porque llegué dispuesto solo a ver la obra, a disfrutar como hacía muchos años no disfrutaba. En las pasadas ocasiones (frustradas) había escuchado la manera en que estaba montada la escenografía, y me imaginé varias cosas que no tenían nada qué ver con la realidad (¿dije realidad?).


Tuve el recuerdo de aquella noche de hacía 26 años, en Oaxaca, pero en un espacio breve, oscuro e inesperado. A pesar de lo reducido y el calor del lugar, fui sintiendo de a poco un extraño frío, primero en los pies, que después fue reptando hasta mi cabeza, mientras que en aquella grieta espacio-temporal frente a mi se desarrollaba una historia condenada a la maldición. Asistí al inframundo, a uno de los círculos del infierno cantados por Dante, mientras se escuchaba el breve chapoteo del agua donde siluetas caminaban entre la penumbra. Apenas sentí que iba a extraviarme, llegó la música desde un aparato de radio, antiguo pero cercano, para engancharme irremediablemente.


Rodolfo bebía y yo quería ponerme de pie, e ir a beber con él porque la garganta se me había secado, a pesar de tanta agua rebotando desde el suelo hasta las paredes y el techo, atravesando la débil luz de ese misterio personalísimo donde Josefa intentaba mantener el orden del caos, de fractalizar la vida en la cual no existía oxímoron posible para ese frío infernal. Ni Rodolfo ni Josefa soltaban la estaca, el ancla en que se había convertido Aura, halo de cordura en esa noche aciaga, niebla molecular multiplicada sobre el espejo interminable del recuerdo. Aura la niña, Aura la maga, Aura luminosa percibida por Rodolfo, por Josefa y por cada uno de los que estuvimos en el momento y en el lugar preciso, asomados a esa circularidad infinita.


Josefa y Rodolfo poseídos sin saber cómo sacudirse la culpa, que no fuera con la culpa misma pero del otro (bendita otredad), sin absolución inmediata o posible en manos de Aura, sin que mediara sacrificio humano, tema tan nuestro pero tan ajeno. El Xibalbá, la región del misterio; tzompantli teolítico. Luminosa oscuridad que se fue metiendo por los ojos ajenos y propios, erizando la piel. Escenas sostenidas por pausas de una brevedad intensa, iridiscentes y oscurecidas por onomatopeyas ajenas... nuestras, como dicen que es la vida después de la muerte (y visceversa). Una voz apagada rebotó en mi cabeza: ("¿Amanecerá?")


Claros... oscuros... Josefa y Rodolfo a merced del delirio, Aura irradiándolo todo hasta la cordura. Vida dentro de la muerte, espacio invertido, descuido de la memoria, meandros del recuerdo, imágenes senoidales que esa noche decidimos oír, más allá, donde la circularidad, donde las ionizadas e infinitas frecuencias que nos hicieron esdrújulos. Una casa sin ventanas, un tiempo sin tiempo, Josefa, Rodolfo y Aura habitando mi cabeza desde ese sábado, igual que hace 26 años, allá, donde el recuerdo tan futuro.


Salí de esa circularidad complacido, sediento. Ojalá y ustedes los que aún no han visto la obra, tengan el privilegio de admirarla, de sufrirla, porque es monstruosa (digna de ser mostrada). "El arte es largo", insistirá Hipócrates, y es verdad, el arte es largo... eterno. Gracias por la sed, queridos amigos Aarón, Marta y Priscila (a quien no miraba desde hacía 16 años).

miércoles, 17 de octubre de 2018

"Yago"



Hubo un tiempo cuando envidié la manera de dormir de Yago, el perro más hermoso sobre la Tierra. Lo envidiaba, tanto, que trataba de despertarlo mientras dormía sobre mis pies, sin éxito. Yago, acostado a merced del cálido suelo parecía correr, detenerse, ladrar pero en  ronroneos, y luego de vuelta a mover las patas, huyendo de quién sabe qué o hacia quién sabe dónde. Lo envidiaba jodidamente; yo no podía dormir como él, y si lo conseguía, era tan fugaz, que no lograba ni recordaba soñar algo, una pizca al menos de lo que Yago vivía, o soñaba que vivía… o soñaba, despertando después en otro paralelo donde un hombre obeso y greñudo lo amaba como no amó antes a otro perro. Un ensueño largo desde aquella noche extraordinaria, repleta de estrellas, donde una mujer de ojos grandes lo entregaba cual si fuera el tesoro más preciado en ese instante cósmico, mítico y esdrújulo.

Yago cabía en mi mano. Era un toro en miniatura, trémulo, un “Miura” despertando de la ceguera sideral hasta esa noche, pegado a mi pecho mientras escuchaba los latidos del corazón que adivinó arrullo, cadencia donde abandonó el miedo y donde durmió infinidad de veces, hasta que fue imposible seguir, porque de veinte centímetros creció y creció hasta alcanzar metro y medio de largo, y de kilos mejor ni les digo: Un toro mitad rottweiler, mitad bull terrier, y negro de nariz a rabo.

Un día de furia la vida me lo quitó. Fue duro. De alguna manera mi corazón lo percibe, lo palpa y palpita, acompasado con el corazón de Yago desde el sueño hasta la vigilia, o al revés. Esa distancia no la percibía tan cercana, hasta el viernes pasado, mientras dormía en el paraíso: Comitán. 

Después de un final de viernes intenso, me estalló en la nuca un dolor horrible. Era la segunda vez que sentía ese dolor, pero magnificado, como si una enorme tenaza me atrapara el cerebelo. Aun así me dispuse a dormir. No había manera, y no sé cuánto tiempo transcurrió antes de saltar desde la vigila hasta el sueño (¿o al revés?). Me vi en el baño de una casa pretérita. Yago estaba conmigo, dando chillidos contento de verme. Yo estaba igual de feliz, sentía el fuerte olor de su pelaje, el aliento cálido y el tosco cariño que me anunciaba la verdad del suceso, pero, ¿en un baño? De súbito cambió la escena, ahora podía verme y ver a Yago desde arriba. De nuevo cambió la escena pero ahora sentado en el inodoro. Yago me animaba, a su manera, para que defecara. Lo que siguió podría pertenecer al terreno de la ficción, del sueño; o de la realidad, que no deja de superar lo otro.

Comencé a defecar algo que desde el principio supe no eran heces, sino algo diferente, algo que se resistía a salir. Yago ladraba cada vez con más autoridad, y yo pujaba y pujaba mientras arriba de la nuca el dolor se hacía cada vez más intenso. Luego de un tiempo que calculo eterno, expulsé algo extraño; vivo. Un ser indescriptible que intuí era malvado. Yago lo acorraló entre la pared y la taza del inodoro. Entendí que debía salir del cuarto de baño. No vi a Yago terminar con el ente maligno, pero dentro de mí sentía una tranquilidad plena. El dolor se había ido por completo. Abrí los ojos para descubrirme empapado de sudor (¿en el sueño? ¿en la vigilia?). Acá podría imaginarse que me hallaría cagado sobre la cama, como la arañita, pero no. 
El sueño (o al revés) con Yago y el extraño acontecimiento ocupó mi cabeza el resto del día, hasta hoy, que lo cuento. Después de muchas líneas teóricas y litros de café, concluyo: Extraño mucho a Yago, mi perro. Latimos aún en sincronía, desde paralelos distintos pero unidos. ¿Quién desde el sueño? ¿Quién desde la vigilia? ¡A saber!

jueves, 16 de agosto de 2018

Lumaltok / El ritmo de la niebla



El pasado miércoles me apersoné en el museo del café (verso sin esfuerzo), para escuchar a Lumaltok, grupo que me atrapó con su primer disco hace ya varios años (aún resuena en mi cabeza la cadencia de Muj' na bu chibat: no sé a dónde ir). Es de esas bandas a la que me hubiera gustado pertenecer. Sin pedos, sin poses, sin compromisos, sin pretensiones; puro y llano PsicodelicPoxBlues. Me ha gustado desde siempre el rock, y otro tanto el blues. A falta de presupuesto, iba a casa de algún amigo con tocadiscos, sacaba mi casette Pionner o Ampex (robado a mi tío Chepe o a mi tío Óscar, alias "El Furi", que los compraban por paquetes), y nos poníamos a cazar las rolas que nos gustaban, casi un cien por ciento en idioma inglés.



De rock nacional me ufanaba de tener la colección del legendario grupo de Alex Lora: El Tri, pero no se crean que original, eran casettes "piratas", con las portadas fotocopiadas en cada pieza. Apenas salía un nuevo disco, ¡papas!, era sumado a los demás. Ya en corto sacaba la lira y me ponía a dar de guitarrazos a diestra y siniestra. Me sentía chido, libre, valemadre y rockero. Pero eso era solo mío, y solo tocaba cuando me sentía con ganas. Con los años grupos nacionales y extranjeros fueron y vinieron en mi vida rockeril, sin darme cuenta de que hacía tiempo me faltaba algo, que casi veinte años después Lumaltok me trajo de vuelta, lo que ya les dije: el PsicodelicPoxBlues, con guitarra, bajo, batería, y ganas, muchas ganas, que juntas los vuelven poderosos.


Lumaltok es merolek, chingón y zinacanteco. Hay quienes les hacen el feo porque tocan música de antes, un estilo que ya no se usa, y es precisamente eso lo que a mi me gusta. Cantan en tsotsil, idioma que no hablo (lo digo con vergüenza), pero con su música me basta. Ellos dicen verdad cuando comparan el idioma inglés con el tsotsil, que es lo mismo a la hora de cantar una rola: no le entiendes ni jota (tampoco hablo inglés, ni quiero), pero su música (idioma universal) conecta de maravilla con mi sentir. Me prendo, vibro, me emociono de a madres y me quedo más que satisfecho.


Esa mañana tocaron excelentemente bien, demostrando a más de uno que sí son de verdad, y además porque tocan por puro gusto. Lo disfrutan y lo comparten sin bronca. Varios medios asistentes a la rueda de prensa de la presentación de Svabajel Pukuj (el ritmo del diablo), su último disco, se retiraron apenas tuvieron la nota. Se perdieron del miniconcierto, que me imagino era de unas tres piezas, y ya, pero el Zanate y el Cheko ya estaban prendidos, y terminaron tocando más de tres, todas chingonas y con el blues a todo mecate.


"¿Es usted de los medios?", me preguntó alguien. Contesté que era fan del grupo, y que había asistido por mi puritita gana (además, qué tal preguntaba si era yo de los medios... medios pendejos, medios ilusos, medio medio, o completito...uno nunca sabe, carajo). El Cheko y el Zanate se brindaron completitos, no solo en la ejecución acústica, sino con quienes compraron sus discos y se formaron para pedir la foto y el autógrafo (yo soy fan, y pedí el autógrafo... foto no). Y se brindan porque les gusta lo que hacen. Han pasado diez años y están en forma, livianos, honestos, divertidos, y suspiran por otros diez años más. Eso habla bien, no son cochis. Poco a poco que llevan prisa.


Cada vez que los veo tocar en vivo, me imagino que soy parte de la banda, y que subo a dar de guitarrazos junto a ellos, bien pedorro yo. Y que piso los escenarios más chiludos del país junto con ellos, y que me raspo el hígado con pox, mientras afuera las fans nos gritan ¡K'usi Abi, baby! Se acerca el final de la tocada, y Cheko pulsa las primeras notas de Sik y Zanate destapa el pomo, el otro, el de las esencias, y dice, decimos...gritamos: "nuestro corazón murió, nuestra alma..." Porque duele saber a diario de las mujeres asesinadas. Porque las estamos matando de una u otra manera nosotros, con nuestra indiferencia.

Termina el concierto, se apagan las luces, guardamos el cariño de todos en nuestros corazones y retornamos... retornan a casa, al sur, diciendo salud, alzando las cervezas y el pox... maldita sea. Y yo me refugio en mis pocas palabras, y me pongo a esperar de nuevo la oportunidad para ir a verlos, para oirlos, y después subir al escenario y volver a acompañarlos, igual de orgulloso que ellos por compartir algo que nos une, más allá de las latitudes: el rumbo, la música y el pox.