viernes, 19 de agosto de 2016

Premio Mayor


De vez en vez bebo cerveza en alguna cantina tuxtleca. No tengo lugar preferido y es por eso que bebo solo, para ahorrarme cualquier asomo de protesta. Años atrás iba a La Tía Mechita y Las Laminitas, en compañía de Rafael Ramírez Heredia, alias “El Rayo Macoy”. Con él bebí en Tuxtla y en la ciudad de México, y en ambos lugares tuvo siempre la bondad de obsequiar a los amigos “cachitos” de lotería, con el juramento de volver y celebrar, si ganábamos el premio mayor, al calor de unos lingotazos de trago. Alguna ocasión gané reintegro, y se lo comenté. “¡Hay que celebrarlo!” me decía, y allá íbamos a rasparnos el hígado, so pretexto de la buena fortuna... y del juramento.

El Rayo Macoy partió al mar del universo hace diez años, lo recuerdo con cariño cada vez que me encuentro con un vendedor de billetes de lotería, gremio ahora en crisis. Tal fue el caso que en una de mis solitarias incursiones a X cantina, apareció un personaje de sombrero, maletín y traje plomizo, ofreciendo de mesa en mesa billetes para el premio mayor. Faltaban unos minutos para encontrarme en otro lugar con un par de amigos, sonreí por el recuerdo del Rayo, bebí el resto de mi cheve dispuesto a marcharme, pero dicho personaje me cortó la retirada por el flanco izquierdo.

-Buenas tardes, señor. Traigo terminaciones ganadoras del premio mayor. El tres y el cinco hace meses que no salen, y ya les toca.

El Rayo me sonrió desde los meandros de la memoria. Miré al señor de sombrero gris y le dije que sí me animaba a comprar tres billetes, pero necesitaba de su consejo, porque yo no sabía “que escoger”.

-¡Faltaba menos, señor! Acá en confianza, me ha tocado hacer ganador a más de uno. No de millones, en honor a la verdad, pero si de miles y cientos de miles de pesos. Algunos regresan y me lo agradecen con dinero, y otros ni sus luces, señor. Pero no importa, porque yo sé cómo se gana la lotería, aunque no me tomen en serio. Se preguntará usted ¿Y este viejito por qué no lo usa para pegarle al gordo? Y le respondo: porque no soy ambicioso, señor. Alguna vez tuve mucho dinero, trabajando para PEMEX, pero por el maldito vicio lo perdí casi todo.

La hora de mi cita se acercaba, entonces, tratando de no ser grosero, le pedí me dijera la fórmula, para saber elegir los billetes ganadores.

-Por supuesto, señor, usted ha sido amable, en las otras mesas me rechazan como si yo estuviera mendigando, o peor, como si fuera a timarlos. Yo solo soy un instrumento del azar, un… si... la fórmula… mire usted, es algo que yo descubrí, algo de números. Por ejemplo, hoy es dieciocho de agosto del dos mil dieciséis. 1+8+8+2+0+1+6=26. Ahí está su número ganador: veintiséis. También puede usted apostar a la suma de ese número: 2+6= 8. O puede usted utilizar las terminaciones dos, seis u ocho, o todos juntos en una serie completa, siempre que sean terminaciones. Aplica para el sorteo tradicional y para el zodiaco. ¿Cuántos le dejo? Juegan el lunes y el miércoles.

Le pido tres cachitos con la terminación dos-seis-ocho. El viejo busca y rebusca, sin éxito. Entonces cambio a tres cachitos con terminación dos. No llev

a. Con terminación seis y ocho tampoco.

-No se desanime, señor, el tres y el cinco no han salido premiados desde hace un buen rato. Usted me dice cuál de los dos le dejo.

Le pido tres cachitos del premio mayor terminados en tres. El señor se aleja, no sin despedirse, abrochando la venta con un “¡lo veo la próxima semana, para celebrar el premio!”

Llego tardre a mi cita, pero con la suerte echada en tres billetes de lotería, suerte que comparto a cada uno de mis amigos. Luego de explicarles, uno de ellos confiesa que, de ser cierto, él mismo irá hasta Villaflores por la cabeza de res, para la comilona, el otro promete cinco horas de marimba, luego me quedan viendo, esperando mi promesa... El problema es que yo jamás he sido bueno cumpliendo promesas. El prometer es para mi como un grillete en el pescuezo, me ahoga y termino dando el paso a un costado. Una promesa es para mí casi una sentencia, una especie de contrato diabólico, que de no cumplirse, condena a las almas al fuego eterno.


lunes, 15 de agosto de 2016

Feo con sentido


Cuentan de los cinco sentidos que al carecer de alguno, el resto se potencian de manera inusitada. Existen ciegos extraordinarios, sordos prodigiosos, personas con sensibilidad táctil nanométrica, gustos dignos de Ratatouille, y olfatos agudos hasta el paroxismo.

Sin embargo, esto de los sentidos es más bien un "sin sentido". Mi amigo Nangusé opina que lo bello y lo feo, por ejemplo, es un error de los sentidos. Su postulado tiene un solo seguidor: Hugo Montaño. Nangusé y yo somos, valga decirlo, feos con “efe” mayúscula. Ese "sin sentido" nos llevó a desarrollar otros sin sentidos. A diferencia de los bellos, a nosotros los feos nos cuesta más obtener lo que deseamos. Los "con sentidos" nos rechazan y nos excluyen, debido a nuestro aspecto. En la mayoría de los casos debemos esforzarnos más allá del promedio, para ser aceptados.

De seguro usted, sí, usted, bello o bella, piensa que me la estoy jalando, pero no es así. Con los feos ninguna emoción es creíble porque la fealdad la opaca. Si estamos tristes nos miran con desconfianza, si lloramos caemos en sospecha, si estamos felices pareciera que nos burlamos, si estamos enojados somos el diablo, y si nos ponemos serios es peor: nos ven casi esperpentos. Entonces nos refugiamos en otras gracias. Aprendemos oficios y artes en general, buenas y malas.

Ser feo te hace un sobreviviente. Por ejemplo: puedo platicar conmigo sin ser diagnosticado de "transtorno bipolar", "estrés", y demás padecimientos dignos de Discovery Channel. No me afecta el rechazo ni "el qué dirán", ni me angustia la moda. Sé trabajar y no cuento con tarjetas departamentales. Cada hechura y contrahechura física me hace sentir bien. En nosotros los feos no existe el desprecio: todo vale. Cada oportunidad es única.

Ahora bien, no es lo mismo ser feo que ser ojete, eso es otro sin sentido. Hay ojetes bellos y feos, y con esto me refiero a la gente ojete. Si los feos somos objeto de burla, imagine lo jodido que resulta endilgarnos ese coloquialismo. ¿Acaso ojete es sinónimo de feo? ¿Hay ojetes bonitos? ¿Si eres bello, no eres ojete? Y en resumidas cuentas, ¿qué culpa tenemos los feos?

“Que se mueran los feos” dice una canción bastante guapachosona. Otro “sin sentido”, aparte de discriminatorio, estúpido. La máxima que me ha dejado el ser feo es algo llano y claro como un paisaje: TODOS NOS VAMOS A MORIR (acá me río a carcajadas, y me seguiré riendo hasta que muera, aunque usted me vea feo, ojete y diabólico). No quedarán bellos ni feos. ¡Ah, qué tranquilidad la mía! ¡Que absurdos se ven los bellos queriendo ser siempre bellos! Y doblemente absurdos los feos, queriendo corregir “los errores de dios” para ser bellos.

(acá más y más carcajadas diabólicas, sospechosas y burlonas, ja!)